La misión de Aurelio Martín es liberarnos de la contaminación de los coches y liberarnos de las letras interminables. La ordenanza pone al día la pacificación del tráfico pero está muy lejos de pacificar nuestros bolsillos
Piii, piiiii. Es el sonido de un claxon, de unos cuantos cláxones. Piiii. Me gusta la palabra claxon, tan futurista, tan americana. Es el sonido de la realidad golpeando tu puerta, el ruido de los coches colándose por tus ventanas, despertándote con una algarabía mecánica, ruidosa, imprevista. Porque los coches han sido un símbolo de fuerza, éxito y virilidad, querido y desocupado lector, de la misma manera que el ecologismo los ha convertido en el virus artificial que corrompe el alma, el clima y la naturaleza. Qué ha pasado entre ese estado de virtud al que todos aspirábamos y este otro que todos repelemos: el capitalismo, amigo.
Que salgan los viejos coches a manifestarse contra la ordenanza de movilidad de Aurelio Martín tiene algo de película escrita por Rafael Azcona. Todos los coches contra un sólo hombre. El hombre contra la máquina, contra un millón de máquinas. Un hombre contra el pasado, el motor de explosión, la cadena de montaje, la historia. Es también la realidad cotidiana de la clase media lamentándose como un motor viejo y achacoso que perdura, se mantiene y aún sigue siendo útil para llevarte al trabajo, a la oficina, a la fábrica, al apartamento, a la playa en un soleado fin de semana; es el resultado de tantas letras pagadas, nuestra pequeña conquista al gran capital, convertida en derrota en cuanto lo entregamos a la misma concesionaria para hacernos con otro coche.
Hace falta un buen guionista que cuente bien esta historia del españolito que ve como un concejal le prohíbe conducir su viejo carro por el centro de la ciudad. Igual que hubo una crónica del franquismo y el tardofranquismo que desvelaba a través de la ironía, el realismo, el surrealismo, el disparate y el costumbrismo eso que ha venido siendo «lo español», hace falta alguien que explique con la misma sagacidad lo que es «el moderno español» que solaza sus deseos en la vida digital.
Ni la ordenanza de movilidad ni tampoco la manifestación de coches son una noticia atroz, ni un acontecimiento que exija reaccionar aceleradamente. Piiii, piiiii…, más bien es el devenir absurdo y loco de este tiempo, planeando como una sombra bajo un sol plomizo. Es el pasado inamovible tambaleándose, rebelándose ante algo, un horizonte que reclama con más fuerza que nada volverá a ser como antes.
De manera que ver tantos coches este domingo en la calle, pitando al unísono, como una rebelión de maquinas rijosa, costumbrista, epocal, verifica el punto de contradicción en el que nos movemos. El concejal de Medio Ambiente tiene una misión. La izquierda siempre tiene una misión emancipadora. El coche ya no es emancipador, es una servidumbre, salvo si es un coche eléctrico que libera el aire de gases contaminantes y nos esclaviza ante las concesionarias. La misión de Aurelio Martín es liberarnos de la contaminación de los coches y liberarnos de las letras interminables. La ordenanza pone al día la pacificación del tráfico pero está muy lejos de pacificar nuestros bolsillos. Cuánto echo de menos a Azcona, ay.