Docentes y padres de estudiantes se suman a una campaña de recogida de enseres para ayudar a la familia, que perdió su hogar el pasado martes; de sus seis hijos, tres están matriculados en el centro, y un cuarto es un antiguo alumno
Son tantos los dramas que pueblan la actualidad diaria, tantas las malas noticias que parecen llegar de los rincones más dispares del mundo, tanto el dolor y tantas las desgracias, que, en ocasiones, resulta inevitable preguntarse si la sociedad no se habrá insensibilizado, hasta cierto punto, frente a todo ello. Afortunadamente, con cada nueva tragedia proliferan los gestos que tiran por tierra esa posibilidad. Los miles de detalles altruistas durante los oscuros tiempos de la pandemia, la masiva respuesta voluntaria a la crisis de la DANA en el Levante… Y, a una escala más pequeña, pero no por ello menos valiosa, la reacción al incendio que, el pasado martes, devastó una vivienda en el barrio gijonés de Laviada. Un suceso que ha dejado sin hogar a una familia con seis hijos a su cargo… Y que ha llevado al Colegio Público (CP) Asturias, del que tres de ellos son alumnos y un cuarto lo fue, a ponerse en marcha. El resultado de ese paso al frente es una campaña de recogida de enseres aún activa, que no se cerrará hasta este miércoles, y con la que el docentes y padres de estudiantes se han comprometido para ayudar a las víctimas de las llamas a empezar de nuevo.
Las horas siguientes al incendio fueron de pura angustia en este centro educativo que, desde 2015, dirige la veterana María Dolores Fernández. «Sabíamos lo que había ocurrido, pero no podíamos contactar con la familia, ni saber cómo estaban«, recuerda. Esa incertidumbre inicial se disipó cuando la madre de los afectados llamó al colegio e informó de lo ocurrido: estaban sanos y salvos; sin hogar y desconcertados, sí, pero vivos. Todos. Así que, con lo más esencial, la salud, salvaguardado, Fernández y su equipo se plantearon la siguiente cuestión: ¿cómo ayudar a esas personas, conocidas y cercanas, a reconstruir su realidad? La respuesta llegó del profesorado, que «planteó que había que echar una mano atacando la inmediatez, yendo a por lo más imprescindible». No en vano, analiza la directora, «cuando lo has perdido todo, excepto la vida, es mucho el trabajo que tienes por delante«. Y, como pocas certezas hay tan absolutas como que la unión hace la fuerza, en cuestión de horas docentes y cuadros directivos habían organizado la iniciativa de ayuda, y ya la difundían entre los progenitores del alumnado.
La respuesta no se hizo esperar demasiado. Pañales, calcetines, algo de ropa… Incluso unos cuanto peluches para los más pequeños. Todo ello, donado por profesores, padres e, incluso, por los propios niños que comparten aulas con las víctimas. «Gotita a gotita, hemos ido acumulando de todo; la respuesta ha sido perfecta«, relata Fernández. Eso, por lo que respecta a lo material, pero esa marea solidaria se está haciendo patente de otras maneras. Sin ir más lejos, el centro ha habilitado la apertura del servicio de comedor más temprano, y de forma gratuita, para que los tres pequeños matriculados puedan desayudar, una ayuda nada menor a tenor de que, por el momento, la familia está residiendo fuera de Gijón. Eso, sin menospreciar el poder de un intangible tan a menudo infravalorado, pero siempre crucial, como es el cariño. Porque el viernes, jornada en que el Colegio Asturias celebró su amagüestu, los niños acudieron. «Habíamos insistido a su madre en que los llevase, en que era un día de fiesta y sería bueno para que se distrajesen… Y lo hicieron, así que, en cuanto estuvieron aquí, les dimos un montón de abrazos y de energía«, detalla la directora.
De todos modos, y retomando lo expuesto en las primeras líneas de este reportaje, si de algo puede alardear este centro es de sensibilidad y compromiso ante situaciones críticas. Porque su potencial humano ya ha respondido en el pasado a las necesidades planteadas tanto desde dentro como desde fuera de las fronteras nacionales; sin ir más lejos, «tenemos a estudiantes de Ucrania y de Rusia, acogidos por culpa de la guerra». Pero lo sucedido en Laviada fue distinto. «Lo del incendio lo hemos sentido mucho más cerquita; todos hemos olido ese humo en nuestras casas, y ver esas sillas desocupadas al día siguiente nos afectó especialmente«, admite Fernández. Así las cosas, no es de extrañar la «excelente» respuesta a la campaña de recogida de materiales, ni tampoco el esfuerzo colectivo por «devolver a esos niños a la normalidad cuanto antes. Se está viendo tras la DANA: para la gente pequeña su ambiente, sus compañeros y amigos, sus rutinas son su pequeño mundo. Por suerte, también tiene una altísima capacidad de adaptación. Esa es la gran ventaja con la que los menores juegan».
Al mismo tiempo que el Colegio Asturias se ponía en pie de guerra en apoyo a los afectados, los habitantes del inmueble han hecho lo propio, cada cual dentro de sus posibilidades. Paralelamente, desde la Asociación Vecinal de Laviada recuerdan a la familia que «bastará una simple petición de ayuda para que nos pongamos a funcionar». Así lo afirma su presidente, Florencio Martín, enfrascado estos días en la campaña de recogida de ayuda que enviar a Valencia, a instancias de la Federación de Asociaciones Vecinales de Gijón (FAV). «Prevemos que se completará esta semana; a partir de ahí, si es necesario, organizaremos otra iniciativa para apoyar a esas personas que lo han perdido todo. Al final, son nuestros vecinos, y debemos sostenernos entre todos», concluye Martín.