
«La razón de que ‘Feminista’ y ‘Nigeriano’ no deberían haber agonizado hasta la muerte no son sus nombres, sino que ambos tienen una vida psíquica, son conscientes de que se encuentran en el mundo porque experimentan placer ante unas cosas y dolor ante otras»
Los hechos son estos: “Se ha acabado la feria taurina”, proclamó la alcaldesa al conocer que Feminista y Nigeriano eran los nombres de dos de los toros que lidió Morante de la Puebla en la última feria taurina de Gijón. “Una ciudad que cree en la igualdad de mujeres y hombres, que cree en la integración, en las puertas abiertas a todo el mundo, no puede permitir este tipo de cosas”, afirmó la regidora antes de sostener que se han cruzado “varias rayas”. Total, que la plaza de toros de El Bibio de Gijón no volverá a albergar la tradicional feria taurina de Begoña, ya que el Ayuntamiento de la ciudad no renovará la concesión del coso por considerar que no se pueden utilizar los toros para “desplegar una ideología contraria a los derechos humanos”.
Tras la decisión de la alcaldesa ha venido el debate público, cosa que resulta extraña, porque lo ideal en democracia es que sea siempre el debate lo que anteceda a la decisión. Se da por hecho que el buen gobierno de una ciudad no debería actuar impulsivamente como un infante irreflexivo o un adolescente iracundo y voluble.
Una ciudad debería entenderse como una comunidad de vecinos unidos por un diálogo que pretende identificar y construir el bien común. La política debería facilitarnos la concordia y asegurarnos vivir en recíproca amistad cívica, y no entenderse como una guerra perpetua de una facción contra las otras. La democracia no es la tiranía de la ideología o los intereses de la mayoría, sino el gobierno de una ley que debe representarnos a todos. En la ciudad, libertad y ley coinciden porque todo ciudadano es un colegislador que, cuando obedece la ley, no hace otra cosa que someterse a su propia voluntad. Y por ello, es crucial que la actitud que fundamente todo debate político no sea la de la confrontación sino la de la persuasión. Como nos enseñó Sócrates, a las leyes se las obedece o se las convence para que cambien. El que tiene una opinión diferente a la nuestra no es un enemigo al que derrocar sino un vecino al que convencer. Nuestra misión como ciudadanos es dejarnos vencer por la verdad, la justicia y el bien.
Por todo ello, estas letras pretenden ser una carta abierta para persuadir, con razones, a aquellos vecinos míos que consideran que la feria taurina hace de Gijón una ciudad mejor, y a los que, antes que nada, respeto. Podemos tomar como punto de partida un principio ético fundamental que todos compartimos: en nuestra ciudad debemos evitar el sufrimiento. Dicho lo cual, como afirma el filósofo australiano Peter Singer, un dolor es un dolor, cualquiera que sea la especie que lo experimenta. Los animales humanos y los no humanos, como Feminista, Nigeriano y el resto de toros que se lidiaron en el coso gijonés, compartimos la misma capacidad de sufrimiento. No debemos ignorar el dolor de estos últimos simplemente porque no forman parte de nuestra especie, como probó el filósofo británico Peter Carruthers en el experimento mental que sigue: imaginemos que se descubre que alrededor del 10% de las parejas humanas son estériles porque existen en realidad dos especies diferentes de humanos que solo pueden distinguirse por su incompatibilidad reproductiva. En estas circunstancias sería claramente condenable que la especie mayoritaria privara de derechos morales a la minoritaria, basándose en que pertenecen a una especie diferente.
Puede que algunos justifiquen su discriminación por el hecho de que los toros no son capaces de razonar como nosotros. Pero hay humanos que tampoco poseen esta facultad y no por ello les ensartamos banderillas en la espalda. A nadie con un mínimo de conciencia moral se le ocurriría dar muerte con un estoque a un bebé con la justificación de no es capaz de realizar actividades intelectuales superiores. Tampoco toleraríamos el uso de discapacitados psíquicos en El Bibio.
La razón de que Feminista y Nigeriano no deberían haber agonizado hasta la muerte no son sus nombres, sino que ambos tienen una vida psíquica, son conscientes de que se encuentran en el mundo porque experimentan placer ante unas cosas y dolor ante otras. Son capaces de expresar sus deseos, sus alegrías y sus penas. Pueden asustarse y también recibir consuelo. Y todo esto implica que no podemos tratarlos como cosas, porque no lo son. No hay razones convincentes para reconocer el derecho a no ser maltratado de un bebé humano y no a un bebé de vaca. Por ello, Joaquín Sabina, gran aficionado a los toros, dijo en cierta ocasión que él nunca discutía con antitaurinos porque tenían razón.
Por estas razones, en una ciudad moralmente desarrollada, la plaza de toros debiera ser un lugar para festejar más los placeres de la existencia que el sufrimiento.
