Mientras los vecinos temen que el hotel proyectado agrave la afluencia de turistas, los hosteleros se debaten entre los potenciales beneficios para sus negocios y la posibilidad de que el barrio pierda su esencia
POR BORJA PINO Y SARA BECERRO

«Nunca llueve a gusto de todos», reza el dicho. Será una más de las criaturas que habitan en el vasto refranero popular español, una frase archiconocida y repetida hasta la saciedad, pero, desde el ya lejano día en que fue acuñada, ha demostrado una y otra vez toda su validez. Y quienes duden de ellos pueden acercarse a Cimavilla y sondear los ánimos que allí se respiran. Desde que, la pasada semana, el Ayuntamiento anunciase el inicio de los trámites administrativos para posibilitar la construcción de un hotel de cinco estrellas en el barrio, con una inversión estimada de 21 millones de euros, vecinos y propietarios de negocios hosteleros han visto agravada su ya tradicional división de opiniones. Porque si los primeros son mayoritariamente contrarios al futuro equipamiento, temerosos de que pueda agravar el considerado grave problema de la masificación turística, los segundos oscilan entre el previsible aumento de beneficios para bares y restaurantes, y el miedo a que pueda ser el principio del fin que hace único y seductor al lugar.
Bastó que el concejal de Urbanismo, Jesús Martínez Salvador, hiciese pública la inminente modificación puntual del Plan General de Ordenación Urbana (PGOU), del Catálogo Urbanístico y del Plan Especial de Reforma Interior (PERI), para que las alarmas saltasen entre los habituales de Cimavilla. Una vez se completen esas acciones burocráticas, el hotel se levantará en la parcela que hoy ocupa el antiguo edificio de la Autoridad Portuaria, situado en el extremo norte de la calle Claudio Alvargonzález y en desuso, si bien también ‘comerá’ parte del espacio del Centro de Vacunación Internacional, aún en activo y que deberá ser trasladado, para incomodidad de su plantilla, pues «atendemos a unas 5.000 personas al año, y va a ser un follón logístico y un lío reubicarnos». En definitiva, una amplia alteración de la fachada marítima, ampliación de la Cuesta del Cholo mediante, que no convence a los lugareños; ni siquiera pese a la promesa de que la fachada del edificio resultante, una planta más alto que el actual, será respetuosa con la del original.

«Es otro palo contra nosotros, y ya van muchos; y lo que más duele es que venga del Ayuntamiento», lamenta Cecilia Valdés, hija de Cimavilla y que, pese a llevar casi dos décadas residiendo en El Cerillero, todavía visita la casa familiar, que aún ocupa su madre. Una opinión que comparte el también emigrado Iván M., antiguo marinero que acude a diario a ver a sus familiares, y que defiende a capa y espada que «lo que hace falta aquí no es un hotel, sino un supermercado, un ambulatorio para la gente mayor, un poco más de seguridad los fines de semana… Tienen el edificio de Tabacalera ahí, muerto del asco, y todo descuidado, pero ni miran para ello». Lo mismo entiende Marián Rodríguez; mientras pasea por las calles con ‘Ruca’, la perra de su hijo, comparte que «la prioridad no es un hotel; eso sólo es para el verano, pero una clínica pública, o algo para los mayores, sería para todo el año». Por no hablar de Fernando Garriga, quien traslada el foco a la tan temida gentrificación. «Al final, va a ser verdad eso de que nos quieren convertir en el faro turístico. Primero, con los pisos, y ahora, con esto, pero… ¿Y qué pasa con la gente de toda la vida?», se pregunta.
Esa última cuestión es la que también inquieta a la joven Belén Lam. Con catorce años como residente de Cimavilla, su rechazo al hotel no es tan radical como el de muchos de sus convecinos. «No es que esté en contra del negocio, ni del turismo, pero es verdad que hay mucha masificación, y eso puede agravarla; aparte, «, plantea. Ella misma ha sido testigo de la desaparición de viviendas «de las de siempre», reconvertidas en inmuebles vacacionales arrendados a unos precios «imposibles para la gente del barrio». Un problema que requiere de soluciones inmediatas, como también «el de las pintadas, o las fachadas en mal estado, o que sigamos sin línea de autobús. El Ayuntamiento parece que pasa un poco de las calles». En ese sentido, mucho más tajante se muestra Esperanza García; veterana del lugar desde hace más de medio siglo, tiene claro que «tenemos el barrio hecho un asquito, es una vergüenza, así que se dejen de tanto hotel, y empiecen a mejorarlo. Que no tenemos ni un centro médico, ni transporte, ni nada».
Los hosteleros, divididos: «A un hotel así no van los de las despedidas de soltero»

La aparente unidad de pensamiento frente al futuro hotel que manifiestan los vecinos no se repite, empero, entre los propietarios de los bares y restaurantes que jalonan Cimavilla. No son pocos aquellos que, por encima de cualquier otra consideración, ven en el complejo un foco de beneficio, tanto para ellos como para el barrio en general. «Todo lo que atraiga clientes es bienvenido», reflexionan tras la barra de La Ballena, distante poco más de diez metros de la parcela en la que se levantará el complejo. Y lo mismo plantean en la icónica sidrería Marinos, uno de los locales más conocidos de la plaza Corrada, y cuyos responsables están seguros de que, aunque «todavía es pronto para saber lo que supondrá, vendrá bien a todos nosotros».
Menos firme es el punto de vista que esgrimen tanto los propietarios como algunos de los clientes del bar Ninety, al final de la calle de los Remedios. «Es verdad que un hotel será sinónimo de clientes, y eso es bueno, pero tampoco podemos dejar que se pierda la esencia del barrio; al final, eso es lo que atrae a los visitantes: lo que hemos sido y lo que somos», afirman. En la ‘tierra de nadie’ se ubican quienes, desde hace años, ostentan la gerencia de la sidrería L’Atalaya, faro social del callejón Nava. «Veo mal las pintadas, las aceras… No un hotel, aunque tampoco creo que, si es de cinco estrellas, vayan a hacernos mucho gasto», vaticinan allí. Y se despiden con una críptica idea: «Los que van a esos alojamientos no son los de las despedidas de soltero, me parece a mí».
Es una mejora para el barrio y para la ciudad.
Que atiendan reclamaciones vecinales de otro tipo es necesario.
Todo es compatible!!!!
No es por nada pero es un poco cansino este tema. Piden un centro de Salud y Puerta La villa está a 900 metros de Cimadevilla. Si vives por ejemplo en la escalera 8 de la playa lo tienes más lejos.
El transporte lo mismo…. Y no es por nada pero Cimata lleva siendo un barrio con movida nocturna y de hostelería como mínimo los últimos 30 años. Por tanto el que vive en esa zona sabe lo que hay. No se si se dan cuenta de que es la zona más céntrica de Gijón, sino que vayan a vivir a Nuevo Roces o al Cerillero y me cuenten…
Que yo sepa un hotel de 5 estrellas no contamina ni genera ruidos como hay que soportar en la zona oeste por ejemplo
Por otro lado lo de la «esencia» del barrio por desgracia hace ya mucho tiempo que desapareció…. ¿Cuántas familias de pescadores viven en Cimadevilla?? ¿Muchas más que en el Muselin?