Las edificaciones que permanecen durante siglos son grandiosas, pero la denominada arquitectura efímera se parece más a la vida: es fugaz y circunstancial, pero no por ello deja de ser ambiciosa en sus propósitos.
Se ha realizado una investigación sobre la historia de la arquitectura efímera en Gijón que abarca 150 años, desde las primeras referencias documentales hasta la actualidad
por david péreZ
Decía Mies van der Rohe, uno de los pioneros de la arquitectura moderna, que este arte (el primero, según el popular ‘Manifiesto de las siete artes’) consiste en la voluntad de la época traducida a espacio. Sin embargo, desde tiempos remotos el ser humano ha practicado un tipo de arquitectura que, pese a su importancia para describir la evolución de las civilizaciones, siempre es concebida, en cambio, con fecha de caducidad. Salvo contadas excepciones, estas construcciones desaparecen para siempre del espacio. Pero no del recuerdo.
Algunas, incluso, llegan a marcar épocas.
Las edificaciones que permanecen durante siglos son grandiosas, pero la denominada arquitectura efímera se parece más a la vida: es fugaz y circunstancial, pero no por ello deja de ser ambiciosa en sus propósitos. Porque a las construcciones pasajeras, a los monumentos fugaces, sus creadores también les dedican grandes esfuerzos (especialmente en el pasado, antes de que las técnicas industriales de reproducción mecánica estandarizasen la apariencia del mundo), con ejemplos tan significativos como el Crystal Palace londinense, obra de Joseph Paxton en 1851; o la torre Eiffel, un monumento concebido con carácter provisional para la Exposición Universal de 1899 y que hoy es, en cambio, uno de los principales símbolos de París.
En Gijón no existen ejemplos tan emblemáticos, pero el Árbol de la Sidra (módulo «Sicera», según la denominación de sus creadores) ubicado en la plaza del Marqués es una obra concebida con carácter provisional e instalada en 2013 a partir de un concurso de EMULSA con motivo de la Feria de la sidra natural de Gijón. Finalmente, se quedó para siempre o, al menos, hasta que las autoridades decidan retirarlo de la plaza. Obra de la cooperativa Labaula Arquitectes, con sede en Barcelona, consta de tres mil botellas de sidra montadas sobre una estructura de hormigón y acero, con una altura de nueve metros y 7,5 toneladas de peso. Aunque cuenta con detractores, hoy está completamente integrado en el paisaje urbano.
También la estación de ferrocarril de Sanz Crespo es un ejemplo de arquitectura efímera que permanece desde 2009 en la zona de Moreda, a la espera de una estación intermodal, pero esa es otra historia…
Una investigación pionera en Gijón
Así las cosas, en 2020 se ha realizado por primera vez en Gijón una investigación sobre la historia de la arquitectura efímera en la ciudad, un estudio que abarca 150 años de historia, desde las primeras referencias documentales hasta la actualidad. Además, sus resultados pueden verse hasta febrero de 2021, a través de un completo itinerario fotográfico, en una exposición del Museo del Pueblu d’Asturies titulada «Pompa y circunstancia: construcciones efímeras». Su director es el historiador Héctor Blanco, que tras haber publicado recientemente un completo monográfico sobre el tema, comenta en este reportaje con miGijón más de un siglo de obsolescencia programada en la arquitectura local, desde los arcos de triunfo decimonónicos hasta los grandes eventos del siglo XXI.
«Todo este repertorio de obras temporales retrata una parte importante de la evolución histórica del Gijón contemporáneo, muestra cómo la actividad local se fue haciendo más compleja y diversificada, la irrupción del ocio en un nuevo modelo social, la popularización de la cultura y la pujanza de la actividad comercial», señala el historiador. «Algo que no se había hecho nunca, probablemente por parecer que este tipo de obras eran algo ocasional y de escasa importancia cuando, en realidad, configuran un volumen de obra muy relevante que además fue esencial para la evolución de diversos ámbitos de actividad de interés en la historia de la ciudad. Y lo más significativo: muestra cómo hoy en día convivimos recurrentemente con construcciones efímeras».
La invasión de los arcos de triunfo
Al principio, en Gijón, como en otros muchos lugares, fueron los arcos de triunfo. Durante el siglo XIX, la edificación con carácter provisional de este tipo de monumentos, con origen en la conmemoración de victorias militares, para realzar los actos de boato institucional, principalmente con motivo de las visitas reales, se convirtió en una práctica habitual en la ciudad.
Los primeros arcos de triunfo efímeros de Gijón datan de 1852, durante la estancia estival de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, madre de Isabel II, y de su esposo Fernando Muñoz, con motivo de la inauguración del Ferrocarril de Langreo. Entonces se construyeron hasta tres arcos, aunque no se conservan documentos gráficos. Las primeras fotos de estas construcciones fueron realizadas por Alfredo Truan Luard en el verano de 1858, durante la visita de la reina Isabel II y su familia, un acontecimiento para el que la ciudad no solo se llenó de arcos efímeros, sino también de torreones, pabellones y embarcaderos provisionales.
«Es evidente la relación que hay entre esta producción artística y la búsqueda del realce de las visitas reales, ensalzando la figura de sucesivos monarcas en periodos en los que la monarquía en España pasaba por dificultades -reinados de Isabel II con las guerras carlistas e inicio de los reinados de Alfonso XII y Alfonso XIII- y era preciso y oportuno respaldar la figura del monarca dentro del orden social del momento», explica el historiador Héctor Blanco.
En ese sentido, resultan muy sugerentes las ilustraciones e imágenes que dan cuenta de la espectacular puesta en escena para recibir, el 19 de agosto de 1900, a la reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena y a sus hijos, el rey Alfonso XIII y las infantas Mercedes y María Teresa de Borbón. En aquella ocasión, hasta cinco arcos de triunfo (algunos de diez metros, todos con distintos diseños y realizados con diferentes materiales) fueron instalados por las autoridades desde el muelle hasta las calles Corrida y Munuza, en el centro de la ciudad.
El boato franquista
A partir de entonces, la tradición de los arcos decayó durante las primeras décadas del siglo XX hasta su renacimiento en la dictadura franquista. «En cuanto el reinado de Alfonso XIII se consolida definitivamente, vemos que este afán constructivo desaparece, ya no era necesaria esa grandilocuencia para potenciar la imagen del monarca», explica el comisario de la exposición.
«Curiosamente vuelve a ocurrir lo mismo tras la toma del poder por el dictador Francisco Franco durante la década de 1940: toda visita institucional vuelve a estar definida por un boato de arcos de triunfo y desfiles de corte decimonónico, ya trasnochado en ese momento, pero que se entiende obligado para representar públicamente el nuevo orden social impuesto tras la guerra y realzar la figura del dictador como cúspide del estado totalitario».
Si el regreso de la virgen de Covadonga desde París a Asturias tras la guerra civil, acontecimiento para el que se instalaron en Gijón nada menos que veinte arcos de triunfo en 1939, marcó el comienzo de una nueva ola de actos de gran suntuosidad institucional, la última visita del dictador a la ciudad, en 1971, significó el final de la edad dorada de los arcos de triunfo, dando paso a una época en la que, aunque el boato no llegaría a desaparecer, se transformó en algo distinto, ligado a los usos y costumbres de la sociedad capitalista, con los políticos emergentes como nuevos protagonistas de la gran pompa pública.
De las casetas de baño a los eventos populares
Las tradicionales casetas de la playa de San Lorenzo, retiradas por primera vez en 2020 a causa del coronavirus con el objetivo de lograr un mayor aforo en el arenal, se han convertido en un elemento icónico de la ciudad, presente incluso en el merchandising institucional del ayuntamiento. Se trata, en esencia, de un ejemplo de arquitectura efímera cuyo origen se remonta, como mínimo, a la época de esplendor de los balnearios gijoneses, a finales del siglo XIX.
De esa época datan construcciones como las casetas para dar servicio de los bañistas en la playa de Pando o los pabellones provisionales «para ofrecer tratamientos hidroterápicos que constituyen los primeros balnearios y cuyas primeras concesiones se efectuaron por temporada anual, lo que implicaba su montaje y desmontaje cada verano», como detalla el catálogo de la exposición.
«Otras construcciones reseñables en el caso gijonés son los pabellones de baño destinados a miembros de la casa real, algunos rodantes y otros flotantes, equipados internamente con todo lujo de detalles», añade Héctor Blanco.
Sin embargo, más allá de la orilla del mar el desarrollo de la arquitectura efímera en Gijón avanzó en el siglo XX de la mano de los grandes eventos populares y comerciales, con algunos ejemplos sorprendentes. «Lo que más me llamó la atención fueron las pasarelas para los desfiles de moda que se realizaron en el primer tramo de la calle Corrida durante los veranos de 1956 a 1963. No por la singularidad de la estructura, aunque con 125 metros de largo es destacable, más bien por la originalidad del planteamiento de este tipo de evento al convertir en espectáculo público y popular un desfile de modelos, algo inusual en el Gijón de aquel momento», señala el comisario de la exposición del Museo del Pueblu.
«En esos años también fueron notables el entoldado de la plaza Mayor, en los veranos de 1954 a 1957; y el recinto de la primera edición del Festival de la Costa Verde, en 1960″, añade el historiador.
El paseo de Begoña como epicentro de lo efímero
El paseo de Begoña se mantiene desde el siglo XIX hasta la actualidad, cuando sigue siendo la sede de múltiples eventos, desde la Feria del Libro de Gijón al tradicional Mercado de Navidad, como uno de los principales escenarios de la arquitectura efímera de la ciudad.
En 1861, en sus inmediaciones se construyó una colosal plaza de toros de madera con capacidad para 7.500 espectadores. Varias décadas después, en 1908, la calle albergó un peculiar tobogán para adultos con forma de torre, una atracción de feria de unos 9 metros de altura habilitada con un pronunciado descenso en espiral; y desde 1976 a 1979 el Casino de Gijón contó en Begoña con un pabellón veraniego, en una época donde este tipo de construcciones fugaces estaban de moda entre la burguesía para la celebración de bailes, conciertos y todo tipo de reuniones sociales.
Mucho antes, en 1924, la calle del teatro Jovellanos también fue el escenario de la I Feria de Muestras Asturiana, con más de 300 expositores. Posteriormente trasladada a los Campos Elíseos, más tarde a una zona cercana a la calle Manuel Llaneza, y finalmente a las inmediaciones de El Molinón, aquel evento de 1924 significa el primer antecedente de la actual Feria de Muestras Internacional de Asturias (FIDMA), celebrada en verano en el Recinto Ferial Luis Adaro.
«Desde el punto de vista artístico, el estand de conservas Albo en la Feria de Muestras de 1928, de autor desconocido, hecho en gran parte con la hojalata de los envases empleados en la fábrica para sus productos y con un diseño Art-Déco sobresaliente, es una de las obras de mayor interés artístico», señala Héctor Blanco.
El cambio de siglo
En el siglo XXI, el sector de los eventos de masas ha abducido el campo de la arquitectura efímera, transformada hoy en una industria enormemente diversificada en base a un gran número de necesidades y áreas, desde el sector de la música y la cultura, pasando por el deporte o la tecnología, hasta llegar al turismo o la política, entre un sinnúmero de manifestaciones.
«Esta regularidad en el uso ha propiciado un cambio radical: si hasta mediados del siglo XX las obras efímeras desaparecían tras los eventos que las habían generado, la aparición de nuevos materiales y el diseño de estructuras desmontables y reutilizables hizo que progresivamente se fuese consolidando un sector de actividad económica dedicado a la provisión de construcciones temporales -carpas, stands, escenarios, etcétera- que es lo que conocemos actualmente», explica el historiador.
En ese sentido, nadie puede sorprenderse hoy en día ante grandes montajes o escenografías provisionales, donde en Gijón existen numerosos ejemplos singulares, con eventos como la Semana Negra, celebrada desde 1988 en distintas ubicaciones; o el festival Metrópoli, que ha tomado el testigo de la tradición lúdico-cultural gijonesa en la última década. En el caso de la popular cita literaria, todavía se recuerda la recreación del templo de Nefertari en Abu Simbel (Egipto) de seis metros de altura y otras estructuras decorativas como los tres moais a tamaño natural instalados en la playa de Poniente en la edición de 2008.
La pista cubierta de patinaje instalada por Navidad en El Solarón, el Circo del Sol en El Musel… Los ejemplos de edificaciones con fecha de caducidad son innumerables en los últimos años, con continuas novedades técnicas y arquitectónicas. «Es evidente que seguirán generándose todo tipo de recintos efímeros destinados a festivales musicales, ferias comerciales y mercadillos temáticos. Estas mismas semanas tenemos dos recintos efímeros, Menax en Begoña y ArteGijón en la plaza Mayor, que muestran esa continua convivencia que tenemos con las construcciones efímeras, en estos casos reutilizables», señala el historiador Héctor Blanco.
Si bien el abanico de ejemplos es muy amplio, en los últimos años destaca especialmente, por su dimensión internacional, y también porque constituye hasta la fecha la mayor construcción efímera de la historia de Gijón, aunque solo duró unos días, la instalación en el parque de los Hermanos Castro de un estadio provisional de quince metros de altura y con capacidad para veinte mil personas como sede de la eliminatoria de las semifinales de la Copa Davis disputada entre Estados Unidos y España desde el 14 al 16 de 2012.
Respecto a lo que vendrá en el futuro, el comisario de la exposición ‘Pompa y circunstancia’ deja la puerta abierta, con algunos condicionantes. «Desde el último tercio del siglo XX ya se ha consolidado la reutilización como parte fundamental de este ámbito de actividad», señala Blanco. «Queda por ver qué nuevos materiales podrán aparecer en el futuro en ámbitos más exigentes de novedad como el festivo y el comercial. Por ejemplo, las estructuras luminosas que vemos ahora montadas para los festejos navideños, con piezas como los conos metálicos a modo de árbol navideño que llegan a 10 metros de altura, eran impensables hace una década».
«Y aún queda abierta la puerta a piezas puntuales de encargo, más singulares, algo similar al caso del módulo Sicera/Árbol de la sidra, ahora convertido en una anomalía al llevar instalado desde 2013, cuando se pensó para estar instalado una semana, y que está destinado a desaparecer», concluye el historiador.
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