«La globalización provocó la mala praxis de algunos antiguos cafés cantantes, popularizadores del flamenco. En esas salas los turistas se agarraban a unas palmas sordas y un cante alejado del duende (…) Se trabajaba para la sencillez de la venta fácil»
El norte está cada vez más cerca del sur. Nos acercamos porque la globalización es una manera de ser, una manera de estar, una manera de convivencia. Convivencia de los diferentes confines del mundo construyendo una sociedad necesariamente entrelazada para lograr objetivos que permitan mover la rueda ratonil en donde estamos. Se ha quedado timorata esa mariposa cuyas alas, al batirse, se sentían al otro lado del mundo. La metáfora, repleta de sencillez y belleza, se empequeñece con lo que nos ocurre cada día. La bolsa se desploma por lo ocurrido en China, los precios escalan salvajemente en una huelga de un Canal, la gasolina fluctúa al ritmo de los poseedores de yacimientos… Todo está enlazado, todo nos afecta, todo nos condiciona.
La globalización generalmente se asocia al comercio, a los beneficios económicos, a las corrientes de capital. Esta vida nuestra es medida, generalmente, en términos económicos, dejando poco espacio para lo inmaterial (escribiendo esto me surge una duda: ¿Hay algo más inmaterial que el dinero cuyo valor intangible lo decide el ser humano?). Una globalización a la que todos nos agarramos como salvavidas y cuando nos dimos cuenta vimos, en 2020, que la pérdida de capacidad individual en momentos de conflicto es negativa. La pandemia nos hizo reflexionar sobre lo básico: buscar el equilibrio entre la globalización necesaria y el fundamental mantenimiento de nuestro yo.
El sábado, Carmen Linares, en el acto de la Fundación Princesa de Asturias, habló de ese equilibrio, de esa mezcla de lo foráneo y lo propio, de conservar lo nuestro para llevar al mundo lo que somos. Es difícil unir la globalización con los tablaos, pero así lo hizo o así lo uní yo escuchando una voz repleta de conocimiento. La globalización provocó la mala praxis de algunos antiguos cafés cantantes, popularizadores del flamenco. En esas salas del embrujo mirando detrás de las ventanas, los turistas se agarraban a unas palmas sordas y un cante alejado del duende, replicaban olés sin sentido y palmas sin compás. Se trabajaba para la sencillez de la venta fácil, del atractivo turístico, dejando la conservación de lo propio para otros menesteres. Se trabajaba para el mundo, no para el flamenco. Ella misma dijo que la pandemia provocó una selección en esos lugares alejados de esencia, beneficiando un mayor cuidado de nuestro arte más universal en esos pequeños espacios íntimos. Amparando y mimando más lo que somos.
Y es que el flamenco es sinónimo de globalización bien entendida. Las influencias y aportaciones de múltiples culturas están presentes en nuestro arte más nacional, más nuestro, adaptándolas a lo que nos configura. Fagocitador de lo que le gusta, se deja empapar por estilos, modos, cantes, que lo enriquecen. El flamenco tiene ‘asturianadas’, como tiene aires de bolero o cumbias. Lograr esa amalgama es tremendamente difícil, empaparse afianzando el yo es sumamente complicado, pero el flamenco lo ha conseguido durante toda su historia por querer lo que es y respetar lo que viene.
Carmen Linares y María Pagés son dos grandes de la cultura flamenca que pudimos ver el sábado en la Fábrica de armas de La Vega. Las palabras de María tienen el mismo embrujo que sus brazos acariciando el cielo cuando baila, y la dulzura en la mirada de Carmen se asemeja a una voz repleta de fuerza. Son embajadoras del arte flamenco en el mundo, difusoras y defensoras de lo propio, de lo que también es nuestro, asturianos y asturianas tan lejos y tan cerca de Andalucía. En Xixón nos rasgamos las vestiduras si se cuestiona algo que atenta contra la aberrante protección del llamado arte del maltrato animal, amparándose en una figura legal española que la cobija, pero dejamos pasar durante años un Patrimonio Inmaterial de la Humanidad con la pasividad y los estereotipos de lo desconocido. No exigimos su difusión y protección como así se establece la Ley. Por fin, Xixón está haciendo los deberes.
Es el momento de agradecer Escena Flamenca. Una apuesta muy individual amparada en una estructura muy grupal. Cuando hablamos de FETEN o de Danza Xixón, todos vemos las caras y la gran labor de Marián Osacar y Humberto Fernández, ya disfrutando de otra manera del arte, siendo sabedores de que la Fundación Municipal de Cultura, Educación y Universidad Popular está detrás. En este caso la cara visible de Escena Flamenca, y me consta de quien empujó para hacerlo posible, es Jimena Rodríguez. Parece mentira como una apuesta tan rompedora e innovadora en Xixón se haya quedado con tan pocos recursos humanos para su realización y puesta en marcha. Jimena Rodríguez, durante esos días donde gritó el flamenco en la ciudad, hacía de programadora, acomodadora, presentadora y casi ponía el agua para los y las invitadas. Eso sí, no debemos olvidar el trabajo del personal de la FMCEyUP durante los días previos que, al tener la suerte de haber estado con ellos y ellas lo sé, pusieron toda la carne en el asador para que el programa fuera acorde al resultado: redondo. Y también su predisposición en ese instante que debía ser de disfrute, fuera de su horario laboral, para ayudar en los quehaceres del momento, a pesar de su presencia como personas, no como profesionales. Creo que dentro de unos años todos asociaremos Escena Flamenca como uno de los puntos fuertes del calendario cultural gijonés. Cuando se apuesta por algo, se debe hacer con pasión, con interés, con fuerza, y esta apuesta es de las trabajadoras, sale de abajo, no de arriba. No se puede esperar a ver qué pasa para después, las partes más altas de la estructura institucional, ponerse medallas sin glosar protagonistas. La aventura es muy buena, se debe apoyar sin dejar solas a las trabajadoras de una Fundación incansable. Se debe dar la enhorabuena y agradecer a quien rompe barreras, acercando un arte nacional a nuestros espacios culturales, pero no lo deben hacer estas líneas. Lo ha hecho previamente el público, esperando pacientemente la acomodación, también de Jimena, lo han hecho las personas que han llenado la programación, entre ellas la Premio Nacional de Danza, Ana Morales. Lo han hecho los aplausos, estruendosos. Es tiempo del reconocimiento por parte de las personas responsables de la FMCEyUP. Un reconocimiento que debería haber sido previo y durante los eventos. Ahora ya es obligado el después. Por desgracia estamos más acostumbrados a la crítica que la alabanza, cuando se sabe, aquel que vive y siente la docencia, que el refuerzo positivo es infinitamente mejor para generar el poso necesario del aprendizaje y el crecimiento. Desde aquí, dar la enhorabuena a Jimena Rodríguez por su esfuerzo y visión y a la FMCEyUP por, como siempre, seguir abriendo maneras y formas de acercar la cultura. Seguro que el año que viene habrá una mayor presencia institucional en los actos y una mayor dotación de personal. Es necesario y merecido.