Cimavilla ya es un lujo, y es además el único patrimonio arquitectónico, como conjunto, que queda en Gijón. Rodearlo de la tosquedad goyesca de un hotel de cinco estrellas con parking subterráneo asociado nos define como ciudad. A nosotros y a quienes nos gobiernan
Posiblemente estemos ante uno de los tejemanejes urbanísticos más flagrantes de Gijón y eso que en la ciudad ya hemos vivido unos cuantos en los últimos 200 años. Que si un marques define los terrenos del ensanche de la Arena, que si desde el ayuntamiento franquista se mira para otro lado ante las alturas imposibles en espacios con una densidad de viviendas similar al de cualquier ciudad del sudeste asiático, o que, si unos señores propietarios de un Sporting en situación deportiva crítica, pretenden apropiarse de El Molinón y hacer otro Palacio Calatrava a mayor gloria de los acabados en blanco.
Vivimos en esta ciudad en un duelo perpetuo frente a la forma de hacer urbanismo. Solo en los años 80 un señor intento ponerle freno, un tal Rañada, de igual manera que todo lo demás que vino fue ladrillo, ladrillo y dilapidación del escaso patrimonio existente en la ciudad.
De lo que un día pudo haber sido y casi fue, una ciudad burguesa, obrera y comercial, nos hemos quedado en fachadas de ladrillo visto y paredones laterales de edificios de un blanco desgastado por el agua.
No contentos con esto, nuestros munícipes permanecen impasibles y desconocedores ante el hotel de lujo que aspira a ensombrecer Cimavilla. No pretende ser este un artículo con ínfulas de diatriba urbanística, no pretendo tampoco hablar del proceso de descatalogación realizado, admitido por la Consejería de Cultura y aparentemente ignorado por el Ayuntamiento de Gijón. Tampoco se pretende afrontar el hecho de comprar una propiedad con unas determinadas características y calificaciones urbanísticas y que tras numeroso papeleo tanto unas como otras hayan ido cambiando a mayor gloria de la altura y la densidad habitacional de lo que parece que va ser la siguiente aberración, perdón, construcción con la que nos va a sorprender la ciudad.
No solo contentos con esto, un barrio como es Cimavilla, con serios problemas de movilidad y con necesidades importantes a este respecto, va a ver ahora cómo se pretende construir un parking de 600 plazas en uno de sus dos accesos / salidas; con el caos que ello conllevará. Y no solo el caos, si no que, además, es el manual perfecto de una futura gentrificación más intensa aún que la que ya sufre el barrio alto. Vivir y trabajar desde Cimavilla será un objetivo cada vez más irrealizable. Al contrario que hacer turismo, a ser posible de lujo, que para eso sí que parece que se dan facilidades.
Por no hablar de la enésima oportunidad perdida de conexión entre la zona de paseo marítimo y el barrio, logrando con esta construcción, ahora aún más larga y alta, aislar más el barrio de la ciudad y la ciudad del barrio.
Y lo más gordo está por llegar y será que cuando ese hotel y ese parking estén construidos es cuando nuestros gobernantes decidirán mirar de una vez por todas para ese barrio y ponerlo “guapo”. Sería el colmo de la desfachatez.
Mientras las inversiones municipales en la ciudad languidecen, con un ejemplo muy claro en ese mismo barrio como es el edificio de Tabacalera, y se bloquean ante numeroso, y muchas veces falso, papeleo; las intervenciones urbanísticas de lujo fluyen. Sea en la calle Cabrales, en el Rinconín o en Cimavilla.
Para otro día queda darle una vuelta a la incidencia en ese entorno de una obra que durará fácilmente 24 meses y queda también pa prau el resultado final de todo esto que, si o si se cargará la afanada movida de la Cuesta del Cholo, dado que seguro no es lo más conveniente para el entorno de unas instalaciones hoteleras de estas ínfulas.
Cimavilla ya es un lujo, y es además el único patrimonio arquitectónico, como conjunto, que queda en Gijón. Rodearlo de la tosquedad goyesca de un hotel de cinco estrellas con parking subterráneo asociado nos define como ciudad. A nosotros y a quienes nos gobiernan.
El «megalourbanismo» parece contagiar a «propios» y «extraños». Soy «playu», y el dolor que siento cuando paseo por ese maltrecho «mi» barrio de origen, y más aún, cuando descubro que este gobierno municipal no sólo no emprende acción alguna para su reforma sino que, plegado al «desarrollismo» más primitivo (que «tafu» que desprende…), autoriza tamaña barbaridad… «apaga y vámonos…»
¡Pues NO! ¡NO nos moverán! «Nos queda la palabra»… y algo más…