Los padres que se entrometen en la afición al fútbol de sus hijos pensando que éstos serán grandes figuras. Craso error y discurso de sobra conocido, pero, especialmente en tiempos muy pretéritos, tenemos ejemplos de justo lo contrario
Los padres que se entrometen en la afición al fútbol de sus hijos pensando que éstos serán grandes figuras. Craso error y discurso de sobra conocido, pero, especialmente en tiempos muy pretéritos, tenemos ejemplos de justo lo contrario. Un ejemplo fue el de Armando Ovies, un joven jugador gijonés que jugó en el Sporting infantil (entonces la categoría englobaba a menores de dieciocho años) y que fue llamado para el primer equipo para disputar el encuentro que enfrentó al Sporting con el Círculo Popular de La Felguera el 16 de julio de 1922.
Armando colgó las botas para centrarse en trabajar con su padre en su negocio de carpintería y venta de maderas y dejara de «perder el tiempo» con eso del fútbol. El propio Rafael García Moutón, que estuvo en el equipo infantil que logró los primeros trofeos para el Sporting -los campeonatos de Asturias oficiosos de 1911 y 1912-, colgó las botas de forma prematura pese a ser requerido por el primer equipo del club. Se quiso centrar en sus estudios de Derecho en la Universidad de Oviedo. Tras licenciarse, pasó a ser un reconocido diplomático que fue, por mediación del ministro Santiago Alba, nombrado canciller de la embajada española en París. Allí, falsificando documentos, logró salvar la vida de cientos de judíos que iban a ser asesinados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
Un tercer caso más llamativo aún fue el de otro futbolista gijonés, Antonio Álvarez «Ricardo Balmes». La historia es la siguiente, Antonio Álvarez Fernández, conocido como «Antonín el de la Madrileña» o «Antonín Madriles» (porque sus padres eran los propietarios del hotel La Madrileña, que hacía alusión al origen de su madre, natural de la capital de España). Antonín comenzó a destacar en los partidos informales que los chavales jugaban en la playa de San Lorenzo y allí lo «pescó» el Sporting para su equipo infantil. En un principio, no había problema alguno, pero conforme los años pasaban, el padre pretendía que se centrara en los estudios. Y del Sporting infantil pasó al filial sportinguista, el Olympia donde estuvo dos años, de 1920 a 1922. Con más de un problema personal, dio el salto al Sporting pese a las reticencias de su padre, Antonio Álvarez, con el que llegó a un pacto. Dejaría el fútbol el día que comenzara la universidad.
Antonín disputó 8 partidos con el primer equipo sportinguista en la temporada 1922-23 y ninguno en la 23-24. Y acabó el bachillerato con excelentes notas. Así que a los 18 años le tocaba despedirse de su afición balompédica (había nacido en 1906) y comenzar sus estudios de Derecho en la Universidad de Oviedo. Pero entonces se produjo un giro radical en los acontecimientos. Antonín de golpe se había decantado por estudiar una ingeniería, cosa que no era posible en Asturias. Así que se desplazó a Madrid, se matriculó en la universidad y se quedó a vivir en casa de sus tíos. Y así pudo seguir jugando al fútbol, claro. Para lo cual, por si salía en las crónicas decidió jugar con el nombre de «Ricardo Balmes«, y con ese pseudónimo entrenó con el Atlético de Madrid como jugador a prueba, y disputó un partido entre el segundo equipo del club colchonero y el Racing de Madrid.
No pasó la prueba, pero jugó durante dos años en distintos equipos modestos madrileños usando el mote de Ricardo Balmes. A los dos años, su padre decidió que acabara la carrera de ingeniero agrónomo en Pamplona. Y esta vez cumplió, dejando el fútbol para siempre. Nunca ejerció como ingeniero, pero sí lo hizo durante décadas como profesor de Física y Química del Instituto Politécnico de Gijón, ciudad en la que falleció en 1993. Antonín, Madriles, Ricardo Balmes fue un amante del fútbol que incluso llegó a disputar un partido de la selección asturiana contra la vizcaína. Y, por supuesto, a alejarse de su casa y «cambiarse» el nombre para poder seguir disfrutando de su verdadera pasión: el balón.