capítulo II: DE VILLA ATAULIO A VILLA FACEBOOK
un reportaje de barrio, por david péreZ
Nunca se ha dicho, pero la historia moderna de El Natahoyo se concentra entre las visitas de dos mujeres importantes al barrio: la reina Isabel II y la vedette Norma Duval. Las separan 145 años de distancia. La primera, a la playa de Pando, sucedió en 1858, coincidiendo con el estreno del tren a Langreo, y representa el comienzo de la industrialización. La segunda, en 2003, fue con motivo de la inauguración de una conocida tienda de pinturas en la Avenida de Galicia, frente a la Plaza de la Luz, y simboliza la cúspide de la terciarización de El Natahoyo, es decir, la sustitución de la industria por los escaparates.
Sin embargo, la historia comenzó mucho antes. Al menos, mil años.
Es difícil de imaginar cuánta sidra tuvieron que beberse los natahoyenses pioneros a lo largo de los siglos para que la denominación primitiva del barrio, Villa Ataulio, evolucionase hasta la forma actual, El Natahoyo, pasando por Atalía, Ataollo, Atahoyo y Natahoyo para añadirle, finalmente, su distinguido artículo. Probablemente mucha, pero, ¿quién o qué era Ataulio? ¿Cuál es su origen? ¿A qué dedica el tiempo libre?
No se sabe con certeza, pero Julio Somoza, cronista Oficial de Gijón entre 1909 y 1940, dejó escrito en su libro Gijón en la historia general de Asturias que «Atahoyo» es una voz de origen gótico: «Woolf, Ataulio, Ataulfo, Adulfo, Adolfo, Dolfo». En una línea de investigación completamente diferente, José María Sánchez Pagín sugiere en un estudio publicado en 1988 por el Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA) que «ataulio» procede del euskera: ate-uli-a, «la ciudad del puerto». En ese mismo estudio, titulado Toponimia euskera y prerromana en el Principado de Asturias, el autor también señala un origen similar para los nombres de Contrueces, Ceares y Poago. Abran juego.
Sobre la «N» añadida posteriormente a «Atahoyo», no hay más explicación que las tabernas y la economía del lenguaje. José María de Cos, Magistral de la Catedral de Oviedo, quien se encargó de copiar en 1878 los documentos más antiguos que se conservan sobre el barrio, lo explicó de esta forma en sus anotaciones: «La adición de la N tampoco debe amedrentar a nadie. No recordamos en estos momentos cambios análogos pero los hay. Las palabras cambian como las hojas de los árboles; sin ir más lejos Marsella tiene una M de la que carece en su origen».
En general, hoy se acepta que la «N» de Natahoyo proviene de la evolución en el uso de la fórmula «en Atahoyo», que la dicción del pueblo llano terminó por unir en una palabra, «Natahoyo», a la que con el paso del tiempo se le añadió, por comodidad sintáctica, el artículo determinado.
El Natahoyo es Santa Olaya y lo demás….
Tampoco se sabe desde cuándo estuvo habitado El Natahoyo. El documento más antiguo que hace referencia al lugar es una escritura de venta de Villa Ataulio al obispo de Astorga, Pedro Núñez, por parte de una mujer llamada Mayor Froilaz, con fecha de 1078. Dos años después, el obispo cedió a la Iglesia de Oviedo, que en 1556 se la entregó a Alonso Ramírez de Jove, primer heredero del mayorazgo de la Casa Ramírez, antecedente del título nobiliario del Marqués de San Esteban del Mar del Natahoyo, que ostentó por primera vez el abuelo de Jovellanos, Carlos Miguel Ramírez de Jove, en el siglo XVIII.
Sí se sabe que la aldea original estaba situada en la zona de Santa Olaya, que en el siglo XIV se llamaba Santa Eulalia del Mar; por tanto, puede decirse que El Natahoyo es Santa Olaya y lo demás tierra conquistada. También se sabe que hasta el comienzo de la industrialización Villa Ataulio estaba formada por un conjunto de tierras de cultivo, salinas y pesquerías en lo que se denominaba el Humedal del Occidente, hoy desaparecido. Y se sabe, además, por un documento de 1824, que antes de la llegada de las primeras fábricas, existían una serie de caserías arrendadas por el marqués a ciudadanos que se llamaban Juan de Cifuentes, José Cortina, José García Mayor, Domingo García o Manuel de la Infiesta. Probablemente, fue la primera generación que trabajó en la industria del oeste de Gijón.
Nadar en Santa Olaya
Santa Olaya, como El Cortijo, ha sido tradicionalmente una zona con cierta autonomía dentro de El Natahoyo. Si hace cien años a alguien nacido en la zona le preguntasen «¿de dónde eres?», respondería: «de Santa Olaya». Su historia está ligada a la historia del barrio, del que se siente parte, pero posee símbolos propios.
El Club de Natación Santa Olaya es el más reconocible. Fue fundado en 1953 por un grupo de jóvenes de El Natahoyo y La Calzada aficionados a la natación cuya base de entrenamiento era el pedrero del Monte Coroña. Su objetivo inicial era construir una piscina de agua salada. Con el esfuerzo de los socios, se inauguró en 1960: fue la primera piscina de Gijón. Sin embargo, lograron mucho más. Sesenta años después, el Club, referencia deportiva en Asturias, cuenta con casi 16.000 socios y afronta una etapa de renovación con la expansión de sus instalaciones en el centro de su agenda y la elección de una nueva presidencia en 2020.
Joaquín Cipitria, prejubilado de Naval Gijón y socio número 89 del Club, con fecha de 1960, es uno de los pioneros que ayudó a construir la piscina primitiva cuando era todavía adolescente. Fue, además, uno de los mejores nadadores de aquella etapa, llegando a ser campeón regional de los 100 metros libres. Hoy recuerda los viejos tiempos con orgullo y nostalgia. «Lo tuve que dejar porque empecé a trabajar. Cuando comencé a nadar tendría 14 años, fue en el período de la construcción de la piscina. Iba allí a trabajar con otros amigos de mi edad al salir del bachillerato y la gente iba al salir de trabajar, a las cinco. Los fines de semana también íbamos a ayudar a los mayores», recuerda Cipitria.
El secuestro del Monte Coroña
En los años 60, el desarrollo industrial cerró la salida al mar de los vecinos desde el Monte Coroña, lugar tradicional de fiestas y reuniones que en la actualidad permanece cercado en los terrenos de los astilleros Armón. Desde hace años, existen iniciativas vecinales para recuperar esa zona histórica donde antaño existía un lugar llamado Las Lanchas que los vecinos usaban como zona de baño y amarre de embarcaciones. La generación de Joaquín Cipitria fue la última en disfrutarlo. «Cuando era pequeño lo pasábamos muy bien porque íbamos al Monte Coroña y mi padre tenía una lancha amarrada a la entrada de la Constructora Gijonesa. Siempre que él tenía vacaciones, íbamos a pescar».
También fue allí donde aprendió a nadar, en una época donde los vínculos del vecindario con el mar eran más fuertes. «Todos aprendíamos a nadar en El Natahoyo. Estábamos en la orilla del mar, así que el que no sabía nadar es que era un mastuerzo. En la parte donde hoy está Calderería Pesada, cuando el mar se ponía bravo el agua entraba y cruzaba la subida de Santa Olaya, por donde estaba el cine», rememora.
También recuerda que, al otro lado del monte, en la zona de Astilleros del Cantábrico, estaba la que se conocía popularmente como la piscina del Natahoyo, que únicamente consistía en un muro que al subir la marea se llenaba de agua. «Los dueños tenían unos baños donde calentaban el agua con una mezcla de algas y carquesia. Era bueno para el reuma. Uno de sus hijos, Marino Iglesias, que tenía una panadería en La Calzada, fue presidente del Santa Olaya. Él y su hermano nadaban muy bien. En esa piscina empezó la gente a sentir afición por la natación», cuenta Joaquín Cipitria.
Desde 1994, cada mes de octubre, los Amigos de El Natahoyo, vieja guardia de caballeros naturales el barrio, de la que Joaquín forma parte esencial, celebra una comida para recordar los viejos tiempos en el Savannha, un restaurante que en 1967 cambió el nombre de Torre Coroña por este más exótico, que nos transporta a la época de los grandes veraneos nacionales de los sesenta y los setenta. En 2020, por primera vez, la comida no podrá celebrarse a causa del coronavirus.
El dispensario del padre Máximo
En el otro extremo del barrio, en la parte baja de Mariano Pola, se encuentra la plaza del Padre Máximo González, en honor al fundador del orfanato Hogar de San José, institución emblemática de El Natahoyo situada en los terrenos de la histórica comunidad jesuita, junto a la Fundación Revillagigedo. Desde 1942, cuando Máximo empezó a recoger a niños huérfanos de las calles, el Hogar ha prestado asistencia a miles de jóvenes. Muchos de ellos, ya adultos, hoy son vecinos de El Natahoyo y siguen colaborando con una entidad muy integrada en el tejido social gracias a su labor histórica.
A mediados del siglo XX, el padre Máximo, que también era médico, tuvo un papel relevante en la asistencia sanitaria del barrio, prestando atención médica a las personas con menos recursos a través de su dispensario, posteriormente continuado por el padre Montero. Esta red de dispensarios (en El Natahoyo hubo otros, como el de las Siervas de los Pobres, en Santa Olaya) tuvo un valor incalculable en una época donde el sistema de salud era precario y la enfermedad golpeaba con dureza a las capas más vulnerables de la sociedad.
Hoy dirige el Hogar de San José Rafael Piñera, también vecino, quien valora especialmente los vínculos recíprocos creados durante décadas entre el vecindario y el orfanato. «En El Natahoyo hay una gran solidaridad. Por ejemplo, cuando se construyó el edificio actual del Hogar fueron los vecinos quienes entraron a limpiar y arreglar la obra cuando se terminó. Y los adultos me cuentan cómo antiguamente, cuando no había alimento, los vecinos cogían marisco del pedrero y lo cocían para merendar. Existen muchos detalles como estos».
Aunque los tiempos han cambiado, hoy se mantiene el espíritu de comunidad y buena vecindad. «El Natahoyo favorece nuestra labor. No tenemos que explicar quiénes somos», expone Rafael Piñera. «Los vecinos nos entienden y nos quieren. En la medida de lo posible, nosotros procuramos hacer gasto en el comercio del barrio y, por su parte, los comerciantes y empresarios de la zona cuando pueden ofrecen trabajo a los jóvenes del Hogar. La colaboración es permanente y mutua, con actos pequeños pero muy importantes».
El Gedo y los Scouts
En otro ámbito, el de la educación, la Fundación Revillagigedo, fundada en 1929, también ha desempeñado un papel crucial en la historia de El Natahoyo, donde se conoce a la institución por el carismático nombre de «el Gedo». Concebido a finales del siglo XIX por Álvaro Armada, Marqués de San Esteban y Conde de Revillagigedo, como un centro benéfico-social para obreros, a partir de los años 40 la entidad, de origen jesuita, se convirtió en un baluarte para la formación de varias generaciones de trabajadores.
«Escuela nocturna de obreros mecánicos y electricistas. Apertura de curso: 10 de octubre.», proclamaba un anuncio publicado en El Comercio en agosto de 1929. Actualmente, la Escuela Revillagigedo, que en 2019 superó la cifra de 500 matrículas, mantiene una oferta de formación profesional vinculada a la industria, la mecánica, el metal o la electrónica, entre otros campos, con un 80% de inserción laboral.
Su edificio, una especie de Hogwarts natahoyense, es un símbolo indiscutible del barrio. No tanto la capilla de San Esteban del Mar, también propiedad de la Fundación, situada en una esquina del recinto, frente a los terrenos de Naval Gijón. Construida en el siglo XVII a partir de las piedras de otra iglesia de Tremañes, actualmente se encuentra en un estado pésimo de conservación, circunstancia que se contrapone a su historia: allí se veló a Jovellanos antes de su traslado a Cimadevilla, según varios estudios. En los últimos años, menos la celebración de misas, en su interior ha ocurrido de todo, desde la instalación de un gimnasio de halterofilia en los 70 al ensayo de grupos musicales.
Pero el núcleo de la parroquia es la pintoresca iglesia de San Esteban del Mar, edificada en 1904, también con el auspicio del Marqués. A su lado, llama la atención un letrero de madera donde se lee: «Scouts Natahoyo«. De lo primero que nos advierte, bromeando, Eduardo Pulido (1997), monitor y tesorero del primer grupo del movimiento Scout creado en Asturias, es que no existe ninguna vinculación con los Boy Scouts de las películas americanas. Para empezar, porque es un grupo mixto. «Se fundó en 1974 y fue el primer grupo Scout de la región. También era una novedad que se admitiesen hombres y mujeres; fue un grupo pionero en la coeducación, que hoy está tan de moda. Tuvo un éxito rotundo y en los 80 llegó a tener más de cien personas involucradas en campamentos y actividades».
Desde que los padres de la primera ola de Scouts natahoyenses construyeron la sede con materiales donados, por el grupo han pasado varias generaciones. «En una parroquia hay distintos movimientos y, entre todos, intentamos echar una mano. Desde los Scouts colaboramos con recogidas de alimentos, de juguetes y colaboramos con la perrera, entre otras actividades. Somos un grupo autogestionado y trabajamos con un rango de edad entre 6 y 21 años», apunta Eduardo, que considera a El Natahoyo, por encima de todo, un barrio obrero. «Siempre ha estado marcado por los astilleros, por el Tallerón de Duro Felguera… Aunque luego fue progresando, en esencia El Natahoyo sigue siendo un barrio de gente trabajadora».
Aunque solo cuenta 23 años, en su memoria ya existen registros de nostalgia natahoyense, como el recuerdo de las fiestas del barrio en el Parque de Atalía. «Sufrió una remodelación. Es el cambio más presente que tengo. Había árboles centenarios y era algo así como el parque de El Natahoyo. Tenía un bosque y antiguamente se hacían allí las fiestas del barrio, que ahora ya no se celebran. Se hacen las de Moreda, aunque ahí hay pique, porque ellos se consideran un barrio aparte», bromea, aunque lo dice en serio.
De la Plazoleta a Facebook
Hoy tampoco existe, pero el núcleo de las reuniones sociales a mediados del siglo XX era un lugar llamado la Plazoleta, un solar situado entre las calles Balagón, Fermín Suárez y el Camino de la Fábrica de Loza, detrás de la Plaza de la Luz. Allí se concentraban los natahoyenses de todos los puntos cardinales y todas las edades para jugar, charlar, beber, encender la hoguera de San Juan o disfrutar de algo que llamaban «la Comedia», veladas especiales donde los feriantes presentaban en el barrio novedosos espectáculos de variedades que hacían soñar a El Natahoyo con otros mundos.
La esencia de aquel realismo mágico de la Plazoleta sobrevive hoy en los grupos de Facebook del barrio, donde distintas generaciones interactúan compartiendo fotos, noticias y opiniones, pero sobre todo recuerdos. Los más activos son «Auténticos del Natahoyo» y «Nun yes de del Natahoyo si…».
Este último, con más de 3.000 miembros, es el más numeroso. Fue creado en 2014 por Viky Prieto, natural del barrio, y lo administra conjuntamente con Eduardo Freile, vecino de El Natahoyo desde los dos años.
«El grupo creció exponencialmente. Hoy tenemos una labor de moderación bastante alta porque hay mucha publicidad y algunos trolls que entran para reventarlo. Implica mucho trabajo, pero el grupo vive solo. La participación entre generaciones va muy bien. Hay mucha gente mayor cuyas publicaciones van encaminadas al antiguo Natahoyo. Y gente más joven que publica, por ejemplo, que ha aparecido una cartera, o un animal, o comunica que ha pasado algo», cuenta Eduardo, también muy activo en el movimiento asociativo del barrio: a través de la Asociación Happy Family organiza la recogida de alimentos para el Banco de Alimentos, con una gran respuesta de El Natahoyo.
En cuanto a las polémicas virtuales, no hay muchas. «Es un grupo muy constructivo, aunque a veces hay choques. Hubo un tiempo en que la gente creía que para ser de El Natahoyo había que ser nacido de sangre. Fue un momento en el que hubo que dejar ciertas cosas claras, qué publicaciones tenían cabida y cuáles no. Por eso hay unas reglas que tienes que aceptar para entrar en el grupo», recuerda el administrador de «Nun yes del Natahoyo si…».
Dentro de otros mil años, cuando los antropólogos del futuro se pregunten cómo era la gente que vivía en el oeste de Gijón a comienzos del siglo XXI, acudirán a los viejos grupos de las viejas redes sociales para encontrar respuestas. Si alguna vez El Natahoyo vuelve a cambiar de nombre, empezará a ocurrir aquí.
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