Es una lástima que algunos de aquellos quioscos, como los octogonales de estilo modernista vienés que había en la Plaza de Los Campinos de Begoña, fueran eliminados
Aquel era el tiempo de los quioscos, sobre todo los domingos y fiestas de guardar, según la terminología al uso de la todopoderosa iglesia nacional-católica, muy respetada sobre todo por las madres, celosas de que no faltáramos a misa. La mía me permitió sustituir la de mi parroquia de San Lorenzo por la preferida de mi padre en San José, oficiada por un párroco (¿don Ángel?) que le echaba mucho Vaticano II a sus predicas y lo hacía con resuelto denuedo contra los afanes desordenados de riqueza. Entonces, mi querido ferroviario represaliado denotaba su emoción con toses nerviosas de fumador añejo, mientras dos señoras muy bien peinadas pasaban entre la feligresía portando, respectivamente, una bandeja plateada para el papel moneda y una bolsa porta-mango para la calderilla, a la voz casi imperativa de «limosna para el templo». A veces, según saliera de satisfecho con la homilía, mi padre me invitaba a una ración de calamares fritos en el vecino bar El Trole, frente al cine Avenida.
Pero no son misas ni calamares fritos lo que muestra la imagen, sino la compra e intercambio de cromos en el quiosco del Paseo de Begoña, próximo al cine Goya, a la iglesia de los carmelitas y a la vieja comisaria de la redundante y represora Policía Armada. Aquella era una afición que tuvo su arraigo en la niñez de los años cincuenta y sesenta, con los futbolistas de primera división como mayor atracción masculina. Algunos no tuvimos la constancia de otros, que perseguían con empeño la colección para llenar los respectivos álbumes y saberse de memoria las alineaciones de cada equipo, con algún que otro jugador que se hacía de rogar en los sobres y otros que no dejaban de repetirse.
Por el atuendo y el personal que aparecen en la fotografía, con ese adolescente con corbata y traje en primer plano leyendo un periódico que se me da un aire, puede que la imagen sea de mediados los sesenta, años después de dos colecciones de cromos que circularon con motivo del estreno de sendas películas muy exitosas: Los diez mandamientos y Ben Hur. Creo haber visto la primera en el desaparecido teatro Arango y la segunda en el Jovellanos, con la particularidad -en la bíblica al menos- de ver por primera vez una función matinal de cine. Las dos me impactaron lo suficiente como para buscar luego las imágenes en papel.
Otros cromos muy celebrados eran los de los ciclistas, estimados por aquellos que disfrutaron de una bicicleta en su niñez y se tomaban las carreras de chapas, delineadas con tiza sobre el suelo, con un virtuosismo digno de encomio. En las chapas de refresco o de cerveza se introducía la imagen de los atletas del pedal, cubierta con un trozo de vidrio previamente recortado y circundado con jabón o masilla. Había auténticos maestros en hacer de las chapas un objeto preciado de incuestionable atractivo, que solía depararles a sus propietarios frecuentes éxitos en la meta, frente a quienes carecíamos de esa habilidad para labrarlas e impulsarlas a dedo con la justa precisión y empuje para no salirse de la trazada y ganar distancia.
Buena parte del juego, el entretenimiento y la lectura de aquellos años discurría para los más jóvenes en torno a los quioscos, cuyo declive en los últimos años es notorio desde que el papel de las publicaciones impresas, sobre todo periódicos, revistas y tebeos, perdió vigencia en favor de las pantallas. Es una lástima que algunos de aquellos quioscos, como los octogonales de estilo modernista vienés que había en la Plaza de Los Campinos de Begoña, fueran eliminados, posiblemente al tiempo (1968) que se derribó la preciosa pérgola con estanques diseñada a finales de los años veinte por el reputado artista multidisciplinar Alfredo Truan Vaamonde (1868-1937), sustituyéndola por una inaudita -por fea y tardofranquista- Plaza del Alférez Provisonal.
Si hoy contáramos con aquellos magníficos quioscos, al lado de la por fortuna recuperada pérgola (1992), dispondríamos no solo de un ámbito urbano con su memoria respetada, sino de una ilustración evocadora del ocio y cultura de quiosco que divirtió la vida de varias generaciones.