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El opio del pueblo

Eduardo Infante por Eduardo Infante
25/10/22
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«No está mal que nuestros jóvenes tomen conciencia de su dolor ni tampoco que los adultos mostremos hacia ellos el debido respeto, pero estaría mejor que se preguntasen por las causas estructurales que lo provocan»

El sindicato de estudiantes ha convocado una huelga para defender su salud mental. La organización advierte que «millones de jóvenes» sufren una «epidemia de enfermedades mentales» sin precedentes, como depresión, trastornos de ansiedad y de conducta alimentaria, que «suponen una agresión contra la juventud inaceptable». El próximo 27 de octubre abandonarán las aulas y saldrán a las calles para exigir atención psicológica en hospitales públicos.

La enfermedad mental fue un concepto creado por Freud tras sus investigaciones sobre los casos de histeria. Hasta ese momento, la medicina consideraba que quien enfermaba era el cuerpo y que todo síntoma tiene un origen orgánico. Pero Freud comenzó a tratar a personas con «trastornos nerviosos» que la medicina rechazaba por considerarlos meros farsantes que solo querían llamar la atención. Sus pacientes manifestaban síntomas aparentemente similares a los efectos de una lesión nerviosa orgánica: parálisis, temblores, tics y trastornos de la memoria. Ningún neurólogo podía encontrar una patología orgánica que explicara las dolencias de estos pacientes y, cuando se los examinaba, se descubrían incoherencias como, por ejemplo, que un paciente paralítico de ambas piernas, se paseaba sonámbulo de vez en cuando o que alguien con la parálisis en el brazo izquierdo, desplácese su patología al brazo derecho, recuperando el pleno uso del izquierdo.

Desde el punto de vista neurológico estos pacientes «estaban mal de los nervios» y fingían estar enfermos, por lo que no eran merecedores de respeto social ni de tratamiento médico. El caso paradigmático era la histeria, término derivado del griego hystera, que significa útero, y desde la antigüedad se usaba para nombrar un trastorno peculiar de las mujeres causado por insatisfacción de los deseos sexuales o maternales y cuyos síntomas eran un exceso emocional ingobernable. Las histéricas eran tratadas con ambivalente recelo y condescendencia por ser consideradas una mezcla de fragilidad, narcisismo, falta de autocontrol e hipocresía. Fue un joven doctor Freud quien rompió este prejuicio al postular la idea de que la mente puede enfermar y que el origen de la enfermedad radica en cierto tipo de conflictos psíquicos que pasan inadvertidos para el propio enfermo..

Freud trató, quizás por vez primera, el dolor de estas personas con el merecido respeto; puso toda su ciencia y humanidad en mitigar ese sufrimiento, pero no fue capaz de preguntarse por sus causas estructurales. ¿Por qué eran las mujeres las que padecían la histeria? ¿Por qué no había un trastorno similar en los varones? Tuvieron que pasar algunos años para que Simone de Beauvoir respondiera a estas preguntas en El segundo sexo identificando una estructura social de sometimiento de las mujeres. Beauvoir estaba convencida de que no se debía combatir el sufrimiento aliviando los síntomas sino combatiendo sus causas y, por ello, confeccionó un programa político destinado a emancipar a las mujeres mediante la eliminación de toda forma de alienación. La filosofa sabía, además, que esta lucha debía ser colectiva ya que ninguna mujer sería libre hasta que la última de las mujeres fuese liberada.

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No está mal que nuestros jóvenes tomen conciencia de su dolor ni tampoco que los adultos mostremos hacia ellos el debido respeto, pero estaría mejor que se preguntasen por las causas estructurales que lo provocan. Son una generación destinada a vivir en unas condiciones socioeconómicas mucho peores que las de sus padres. El fantasma del precariado desvela gélidamente, cada noche, sus sueños de futuro. Tendrán trabajo pero solo tendrán eso. Muchos no podrán aspirar a formar una familia, deberán conformarse con criar una mascota, compartir piso y una cuenta de Netflix.

A lo mejor lo que necesitan no son más psicólogos que narcoticen su dolor, aliviándolos sí, pero adormeciéndolos e imposibilitando que puedan transformar la realidad. Quizás, la salud mental sea el suspiro de la criatura atormentada, el alma de un mundo desalmado, el espíritu de situaciones carentes de espíritu, el opio del pueblo.

Comentarios 1

  1. Viejo verde says:
    3 años ago

    La generación de cristal, la que no tiene nada de qué preocuparse salvo de sí misma y de la imagen que proyectar en sus redes, esa misma es la que se reirá de todos los trabajadores que dedicamos tanto dinero a su formación para quedarse en la cama en nombre de una reivindicación, que si bien es cierta y muy preocupante, no será analizada, como bien dice Eduardo en su profundidad sino con más tópicos, charlas estereotípicas y mucjo lenguaje inclusivo y flower power.
    El problema es que ese opio, que son las redes sociales, que son la tiranía de la construcción de un yo vacío y artificial no puede razonarse, como un dios.
    Por cierto, un apunte, yo no diría opio del pueblo sino opio para el pueblo.

    Responder

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