«A mí, el Palacio, me desazona terriblemente, pero a la vez lo quiero. Jugué grandes partidos, se dieron grandes espectáculos, pero es demasiado grande, demasiado inabarcable, se me escapa»
Por Juan Arribas, entrenador nacional de balonmano
El capítulo segundo de mis pistas preferidas está dedicado al Palacio de la Guía, muy bienintencionadamente rebautizado con el nombre de uno de los mejores políticos de nuestra historia, “Adolfo Suárez”, detalle que la inmensa mayoría de los gijoneses desconoce.
A mí, el Palacio, me desazona terriblemente, pero a la vez lo quiero, supongo como le pasaba a Frank Sinatra con Ava Gardner, jugué grandes partidos, se dieron grandes espectáculos, pero es demasiado grande, demasiado inabarcable, se me escapa, como Ava a Frank. Es un terrible recuerdo para todos los gijoneses de lo que podríamos haber sido y no somos.
La cosa empezó mal, con un concierto de Pavarotti, en el que al divo no le apetecía cantar, tenía catarro y además en el Palacio se escucha todo fatal, alguien debería haberle preguntado al que construyó el teatro de la Universidad Laboral, donde se cae un alfiler al suelo y lo escucha hasta el que está en la última fila del anfiteatro. Era 1992, aquellos maravillosos años, la Olimpiada de Barcelona, habíamos enterrado nuestros problemas como país, en Gijón Tini Areces le daba la vuelta a la ciudad, el Sporting jugaba la UEFA, íbamos a ser ricos y famosos…hasta que el Piles desbordó y se llevó la pista y tantas otras cosas por delante.
Pocas ciudades tienen un Palacio de los deportes tan estupendo como el nuestro, es más, si lo tuviesen a 28 km probablemente tendrían equipo ACB, nosotros lo tuvimos, ganamos al Real Madrid y el equipo desapareció .También tuvimos equipo de ASOBAL, ganamos el primer partido en el último segundo en una jornada gloriosa y también se perdió la categoría, es curioso que lo que mejor funciona en la pista ,hace un par de años bautizada “Ed Johnson”, son las motos acrobáticas, para las que se quitaba el marcador central, otro símbolo; empezó como una joya y ahora esta descuartizado y repartido por los fondos. Troceado como nuestras ilusiones.
Un ejercicio que me encanta hacer es subir a la última fila del segundo anillo a ver unos minutos de un partido, como el fantasma de la Opera vago por mis dominios, imaginándome desde lo más alto, como sería tener los enormes espacios llenos de; puestos de merchandising de los equipos de Gijón, juegos y entretenimientos para los niños, pequeños conciertos en directo, puestos de comida, palcos privados para ver el partido los patrocinadores de los clubs en la zona que existe para un restaurante y el marcador central vuelto a su sitio arriba y con unos modernísimos plasmas donde ver el partido, las repeticiones o lo que cuadre. Más de 2.000 personas disfrutando un sábado por la tarde de un maravilloso partido, de verdad que me da igual el deporte, o no, pero debo ser imparcial. Sería señal de que se había cumplido el sueño que teníamos en el 92, de que íbamos a aparecer en los mapas, no sólo de España sino de Europa.
Si algo tengo claro desde hace muchos años es que cuando a Gijón se le da espectáculo responde, la prueba es el concurso hípico. Durante 11 meses y 3 semanas, la mayoría de los gijoneses vivimos ajenos absolutamente a los caballos, pero esa semana de agosto podríamos jurar que hicimos la primera comunión con Whitaker o que los trancos, los fondos o la modalidad de caza es nuestra vida. Otra prueba evidente es el Torneo ATP que fue un éxito en el Palacio y volverá a serlo, nos gusta el deporte y el salseo, las dos cosas juntas ya “miel sobre hojuelas”.
A pesar de todo creo que debemos ser optimistas, es lo más útil, sobre todo porque en el momento que dejemos de serlo ya no aspiraremos a mejorar. El Palacio de los Deportes de Gijón, en una ocasión, sirvió para resarcir una debacle. Sabina seis meses después del ‘gatillazo’ en el Teatro Jovellanos, ofreció un maravilloso concierto que compensó lo sucedido. Esperemos ,por tanto ,que algún día nos resarzamos del gatillazo que Gijón dio como ciudad y volvamos a mirar hacia arriba, con el Palacio lleno hasta los topes.