Meritxell Martínez Ariza abandonó su Vallecas natal con 21 años para, junto a su actual marido, crear un proyecto de vida en Gijón que su Madrid le negaba; 11 años después, regenta una tienda de estética en El Llano desde donde ha creado una red de apoyo y cuidados junto con sus clientas

«Aquí consigo más calidad de vida que en Madrid, tengo más oportunidades; en Madrid no las hay», expresa Meritxell Martínez Ariza, una vallecana de 32 años que con 21 se plantó en Gijón en busca de un futuro que no encontraba en la gran capital. Una cuestión, la laboral, que desde la periferia se percibe de manera diferente, pero que ella explica de forma fácil: «En Madrid hay mucha más oferta, también hay mucha más demanda, y la forma de vida, el estilo y ritmo de vida, te afecta y te impacta directamente en tu salud mental, en tu salud física. Las oportunidades no son tantas, aunque a veces pensemos que sí, y las que hay son tan precarias que te impiden llevar cualquier proyecto de vida. Y aquí, lo que yo me he encontrado y por lo que yo me he quedado, es que el proyecto de vida sí lo puedo realizar».
Así, en compañía del que ahora es su marido y con el que tiene un niño de 2 años, llegó a otra capital, la de la Costa Verde, donde él, también vallecano, tenía trabajo después de estar dos años en Irlanda. Con formación en el mundo de la estética, Martínez Ariza, empezó buscando trabajo en este sector y, ante la misma falta de oportunidades que encontraba en Madrid, buscó reciclarse en el mundo de la cocina y empezó a estudiar en Begoña, en la Escuela de Hostelería y Turismo. «Pero me surgió trabajo de lo mío y lo dejé. Estuve un año y algo, terminó el contrato, no hubo acuerdo por las partes y me volví a ver en el paro. Después de agotar la prestación de desempleo, que eran 4 meses lo que me quedaba, había que buscar una solución y la solución era ponerme por mi cuenta», relata.
Y de esta forma nació OhLash Estética un 9 de enero de 2018, primero en Pumarín, enfrente del Parque Severo Ochoa. «No era el mejor lugar, no era el mejor local, pero era algo que yo me podía permitir, porque mi norma es no poner en riesgo la economía familiar nunca», asegura. Tenía la ventaja de la buena relación con clientas de su anterior trabajo, que la siguieron a su nuevo negocio. «Entonces, tenía que intentarlo, demostrar que las cosas se pueden hacer de otra manera, sobre todo de cara al cliente, porque en esta profesión muchas veces te exigen vender, y lo entiendo, pero yo no soy capaz de vender algo que no necesita alguien, ni siquiera de ofrecérselo cuando además me acaba de contar una situación personal que no procede», apunta esta emprendedora que destaca por su conciencia de clase.
Compartir la carga
«Las cosas se pueden hacer desde el cariño, desde el acompañamiento, desde una conciencia de barrio. De forma colectiva podemos formar redes de apoyo y ayudarnos porque los problemas los tenemos en común. Cuando esa carga se comparte y deja de ser solo tuya, el peso de esa persona es mucho más liviano y se puede hacer mucho más cuando lo hacemos todos juntos que cuando uno lo hace por su cuenta», confirma Martínez Ariza, que el 1 de noviembre de 2020 se mudaba a su actual local, unos pocos metros al este, a la avenida Schulz, ya en El Llano.
Porque el comercio de barrio «no es yo vengo aquí, hago mi trabajo y gano dinero. Yo estoy aquí si me necesita mi vecino, a todos los niveles: de desahogarte, de si te preocupa algo, de si tienes un problema y lo podemos solucionar, de compartir, de punto de encuentro… Todo lo que ellos logren para mí es bueno, no sólo en lo económico; que mis vecinos estén bien quiere decir que el entorno va a estar bien. Y si además tengo un hijo, si el entorno está bien, el entorno está bien también para él». En definitiva, una red de cuidados que se teje entre todos.

Pero, como dice, «el pequeño comercio lo tiene difícil». «Tiene que haber una lucha colectiva, de vecindad. Tenemos que crear una conciencia de clase. Yo tengo clientas que lo que pueden adquirir aquí lo pueden adquirir en Amazon o en grandes perfumerías, pero muchas veces prefieren pagar un euro o dos euros, porque claro, yo no puedo competir, y esperar además un poco más, para comprármelo a mí, porque ese mismo dinero se va a quedar también en el barrio. Y si todo a tu alrededor va circulando, va fluyendo, se va moviendo, va a ser beneficioso también para ti, de una forma directa. A mí me va a beneficiar, pero es que se beneficia todo el entorno. Tiene que haber un ejercicio de las personas, de los vecinos, de decir ‘pues prefiero dejar el dinero en mi barrio, prefiero invertir en él’, porque al final es una inversión», defiende.
Preguntada si su proyecto es lo que imaginaba hace 7 años cuando abrió sus puertas OhLash Estética, afirma que “no sé si es lo que esperaba, pero sí es algo de lo que me siento orgullosa. Me parece un proyecto muy bonito y con mucha ternura. Es mejor en muchísimos otros aspectos, en el económico no, pero en el aspecto de construir, de crear, de acompañar, de sentirte que formas parte de algo y que estás haciendo algo por aportar a la sociedad y a tu entorno…, es mucho mejor de lo que yo me hubiese imaginado y no me arrepiento ni un segundo. Y si tengo que cerrar por las circunstancias que sean, no me lo tomaría jamás como un fracaso, porque he aprendido y he crecido mucho».
La generosidad de los asturianos
Ella, desde su negocio de El Llano, va a seguir haciendo barrio mientras realiza sus clientas extensiones de pestañas, lo que más trabaja, y manicuras con diseños a mano alzada, dibujado con pincel, una expresión artística «en base de la historia que me está contando la clienta». También limpiezas, tratamientos faciales, masajes y depilaciones con cera.
Y también va a continuar disfrutando de su lugar de adopción. «La lluvia la sigo llevando mal y la humedad, porque soy alérgica, pero sobrevivimos; me quedaría aquí. Cada vez que vuelvo a Madrid tengo la sensación de que la vida es menos digna. Durante muchos años he fantaseado con la idea de volver a casa, vivir cerca de mis hermanos y de mis sobrinos, de llevar esa vida familiar que a mí me gusta, pero lo que me da calma es Asturias, es Gijón; es donde ya asumo que voy a envejecer y donde quiero envejecer», expresa sobre una tierra que apenas conocía cuando llegó hace 21 años y del que le sorprendió «la generosidad de la gente, sobre todo en propinas; la cultura religiosa, que me supone un contraste con respecto a Vallecas; y ciertas palabras del bable, como el ‘presta’ o el ‘manca’, o ‘fañagüeta’, que se ha convertido en mi palabra favorita junto con ‘presta’. A veces me costaba hilarlo porque, sobre todo cuando estudiaba en Begoña, mezclaban palabras de bable con el castellano y no entendía nada. En general, lo que he percibido es que cuesta acceder a los círculos, que son cerrados, pero una vez que entras, acogen; y son muy generosos. A mí eso me da mucha ternura».