El Peldañu salía a la calle con mostrador, sombrilla de flores, nevera y vasos de cristal si la jarana lo merecía. Fueron doce años gozados en los dos lados de la barra
El carisma es ese don capaz de atraer al personal y no se puede comprar ni en Amazon ni en El Corte Inglés. Se tiene o no se tiene y en Teté Balseiro fluye de manera natural. Mi compañera, en este su periódico, podría ser la cronista social y oficial de Jovellanos City.
Su sonrisa y la cercanía en la conversación llegan siempre directas al corazón. Yo creo que ella ya sabía que era comunicadora (y de las buenas) en los adolescentes veranos vividos en San Esteban de Pravia o cuando cruzaba el umbral del Tito’s, en la capital del rey Silo. Pasados los años su energía decidió establecerse de hoz y coz en Gijón. La noche y Antón del Riego acompañaron a Teté en la aventura de los pubs ochenteros. Unos bares que dieron lustre a las semanas alegres de la pareja. Para la vida de los playos y la de Balseiro El Peldañu fue un soplo de aire fresco en la viciada y canallesca nocturnidad del barrio alto. El pub fue club de jazz con un curioso nombre: Playboy 1, mudando más tarde en barra americana. Como El Peldañu y bajo la tutela de Balseiro y del Riego abrió sus puertas la noche de San Xuan de 1988.
Al principio se dejó caer algún cliente despistado del antiguo lupanar pero aquí ya no había marcha atrás. Y en las noches del Peldañu no faltaban los golpes de tequila, las celebraciones más disparatadas o las primeras suertes amorosas para algunos que hoy ya tienen familia y conocieron a su pareja en ese mágico pub. En la Calle Las Cruces se encendía la fiesta cuando El Peldañu lo decidía. Con aquellos cirios detrás de cada una de las botellas que daban al pequeño bar el ambiente de las escenas nocturnas en Barry Lyndon. Allí se juntaban los del Escocia y el Zapatero, Carmen del Soto, Carlos Rubiera, Esther Canteli y Javi Maese.
Los del Trébol Gijón Baloncesto (festejando el ascenso) y los muchachos del rugby. Pinchaba Pepín, el hijo de Pepe «Motores», que era pincha y chispas. La luz se iba de vez en cuando y Pepe se convertía en el tipo más importante del garito. Y en el éxtasis entre el brindis y el abrazo podía escucharse la rotunda voz de Sharleen Spiteri al frente de Texas: «I don’t want a lover, I just need a friend». O de repente entonaba «La ovejita lucera» Rubén Figaredo con el camarero y aliado de Teté, Carlos Magdalena, muerto de la risa. L’Antroxu, nochevieja, los cumples de Teté y Antón estaban marcados a fuego en el calendario. Se encargaban tartas para estampar tartazos a diestro y siniestro desde las escaleras del Zabala mientras cantaba Quique «La Queta». Con su inconfundible estilo cabaretero. Una tarde-noche estuvieron a punto de quemar el pub con hielo seco que compraban para crear el efecto niebla. Tan popular en los clubes de los 70 y 80.
En L’Antroxu Teté fue Blancanieves con los siete enanitos a sus pies y una gloriosa Nefertiti que ofrecía chupitos a los parroquianos habituales. El Peldañu salía a la calle con mostrador, sombrilla de flores, nevera y vasos de cristal si la jarana lo merecía. Fueron doce años gozados en los dos lados de la barra. Años irrepetibles, me dice con cierta melancolía mi compañera Balseiro. Durante unos cuantos años, después de cerrar la persiana en el año 2000, decidió no pisar Las Cruces. La pena le quemaba la garganta. Hoy con poso y trayectoria Teté cree que algún día vivirá entre Cimavilla y Peñaullán. Con la intención de hacer las paces con esos recuerdos que se atascan en pasillos y rincones de la memoria. Y nunca, nunca perderá la marca de la casa. Una sonrisa capaz de iluminar cualquier oscura gruta, calle, barrio o pub.