Aquellos tiempos en los que los ríos eran casi alcantarillas abiertas y la forma de tratarlos era encajándolos entre hormigón o enterrándolos, cargándose de paso toda la vegetación de ribera, son tiempos que ya no van a volver
Quizá no tenga el encanto del río Sella, ni la historia del río Nalón, ni mucho menos la calidad de las aguas (ni el color) del río Cares, pero, aún con todo, es uno de los ríos de Asturias de los que más se habla y que la mayoría de la gente es capaz de señalar (aproximadamente) sobre un mapa.
Esto sucede en gran parte porque es un río que desemboca en el arenal de la mayor población de Asturias y por tanto lo ve, y últimamente lo huele, muchísima gente. O sea, ha alcanzado la fama por el hecho de estar donde está. Pero esto no es del todo cierto, dado que en las últimas décadas y en especial en los últimos años, ha dado mucho que hablar por numerosas razones, casi todas ellas relacionadas con la calidad de sus aguas.
El Piles fue durante muchos años, como todos los ríos de Asturias y del resto de Europa, receptor de los vertidos de todo lo habido y por haber. Conviene no olvidar este asunto para ser también consciente de que situaciones como la de tener colectores que vierten directamente en los cauces o lo de arrojar cualquier electrodoméstico, o lo que cuadre, a los ríos es cosa muy del pasado. Y eso ha sido gracias al esfuerzo de todos nosotros y también de las administraciones. No todo es malo. El problema, al igual que pasa por ejemplo con el reciclaje de residuos (tema para otra columna), es que al inicio del proceso de recuperación todo suma y todo viene bien, pero cuando hay que empezar a mejorar no sólo la calidad de las aguas, sino también de su entorno en este caso, la cosa ya se nos complica más.
Todos conocemos que existe un proyecto, dotado de fondos europeos, que pretende renaturalizar el cauce. Que nadie que sea un poco clásico se rasgue las vestiduras. Esto de renaturalizar el cauce consiste simplemente en asumir que aquellos tiempos en los que los ríos eran casi alcantarillas abiertas y la forma de tratarlos era encajándolos entre hormigón o enterrándolos, cargándose de paso toda la vegetación de ribera, son tiempos que ya no van a volver, ni aquí, ni en ningún otro lugar de Europa. Y, por tanto, renaturalizar un río no es ni más ni menos que solventar las toneladas de hormigón que eliminaron no sólo la naturalidad del cauce, si no también el ecosistema que crea y mantiene, su vegetación, su fauna… obteniendo como resultado un entorno, en este caso dentro del suelo urbano, infinitamente más agradable para el gijonés que guste de dar un paseín. Es decir, para la mayoría.
Ya saben que me gusta dejar clara mi opinión al respecto de los temas que abordo en estas líneas y este caso no será una excepción. El proyecto de hacer más verde el Piles me parece de cajón, algo que no debería generar discusión. Es más, se queda muy corto. Creo que sólo es el inicio de entender nuestros ríos no solo como lechos que llevan agua, si no como elementos esenciales de nuestro medio ambiente. No conozco ni uno solo de los ríos, y conozco muchos, que cuentan con paseos fluviales, entorno al cauce y a su imprescindible bosque de ribera, que no sean orgullo de sus localidades. Ejemplos hay muchos. Por citar algunos: El río Nora entorno a Pola de Siero, el Linares entorno a Villaviciosa, el río Lena, entorno a Pola de Lena o sin ir muy lejos, el parque fluvial en Viesques. Y así, decenas de ejemplos sin salir de Asturias.
La necesidad de que el tramo bajo del Piles pase a ser un entorno repleto de fresnos, alisos y sauces es infinitamente más útil y beneficioso que pasear viendo una barandilla de metal.
Y en estas llegamos a dos debates: La calidad de sus aguas y el omnipresente anillo navegable.
La calidad de las aguas pasa por arremangarse y meter euros en el asunto. Una vez construido el pozo de tormentas Hermanos Castro, que ha permitido que cuando llueve los colectores no alivien sus detritus sobre el río, no tiene un pase que se siga sin solventar las fugas de un colector que pasa por debajo del río. Vale que no es un colector “pequeño”, pero en 2023 deberíamos exigirnos que los ríos lleven la menos cantidad de mierda posible (literalmente). Y si es técnicamente posible, que lo es, se debe acometer por delante de otras inversiones de quizá más visibilidad, pero mucho menos necesarias que evitar que el Piles apeste. No digamos ya nada si todavía queda algún pequeño colector que alivie al río, eso, ya, sería inadmisible. Sin más.
Dejo para el final el tema que más páginas ha llenado en los últimos años respecto al Piles, y que a mi menos me interesa: el anillo. Teniendo claras las prioridades, es decir: cauce lo más natural posible y con aguas de calidad al menos óptima, el tercer asunto es el disfrute de ese cauce. Sin meternos en mucha intensidad legislativa, los ríos y las rías son espacios de dominio público, bien sea hidráulico, bien sea marítimo-terrestre. Son por tanto espacios públicos que cuentan con normativas para su uso y disfrute y para lo que no es obligatorio, ni mucho menos, hacer un dique, y menos aún “exigirlo”. Sólo faltaba. Pero, tampoco es inviable hacerlo. Y sí no digo ni una cosa ni otra es porque en realidad no tiene ninguna importancia. No la tiene si en el Piles, como en cualquier otro cauce público, primero se cumplen las dos premisas básicas: cauce natural, aguas aceptables. Una vez logradas esas dos cuestiones se debería valorar la tercera, no antes, y nunca por encima del interés general de recuperar un cauce para el disfrute de todos. Y esto también conviene tenerlo claro: el Piles no es de nadie, ni nadie puede pretender ni decir ni imponer nada, pero no porque no sea de nadie, al contrario, porque es de todos. No lo olvidemos. Y que no lo olviden nuestros políticos.