«El cínico ejercita una libertad de expresión absoluta no sujeta al freno de lo políticamente correcto. Diógenes fue el más terrible en el uso de la parresía: ladraba la verdad sin sutilezas, no tenía pelos en la lengua, denunciaba la corrupción allí donde se encontraba y denostaba públicamente a los poderosos con sus bromas agudas e hirientes, sin miedo a sus amenazas»


La comisión ejecutiva federal del PSOE ha sancionado al periodista Víctor Guillot por sus columnas sobre algunos de los representantes del partido. Con esta decisión, el periodista ha sido, al mismo tiempo, suspendido de militancia y reconocido como profesional libre e independiente.
Víctor es un cínico, todo hay que decirlo, por eso es normal es que le lluevan los palos; pero no es un cínico de los de ahora, de esos que no tienen más principios y lealtades que el provecho propio; sino de los de antes, de aquella vieja escuela socrática que se identificó con el perro, por ser estos animales urbanos más nobles y libres que muchos ciudadanos.
Víctor es un perro. Su pluma no sabe qué es el pudor, el poder, la fama, la moda, la opinión mayoritaria. Este cínico es tan independiente que no permite que ningún tirano le tape el sol, y por ello es un tipo incómodo. Víctor boxea delante de un ordenador y por ello, sus palabras, ganchos de tinta negra, le nacen de dentro, del corazón y de las entrañas. Víctor cuando escribe no se lo lee primero a su pareja, a sus padres, a su jefe ni al Secretario de su partido. Sus escritos, como decía Bukowski, salen de él como un cohete hacia sus lectores porque el sol dentro de él le quema las tripas. Víctor no aporrea un teclado por dinero, ni por fama, ni tan siquiera por llevarse a una mujer a la cama; lo hace por cinismo, es decir, por su inquebrantable compromiso con la verdad.
De entre todas las virtudes, los cínicos valoraban especialmente la parresía, el coraje de hablar con la franqueza más absoluta sin dejarse amedrentar por el poder. El cínico ejercita una libertad de expresión absoluta no sujeta al freno de lo políticamente correcto. Diógenes fue el más terrible en el uso de la parresía: ladraba la verdad sin sutilezas, no tenía pelos en la lengua, denunciaba la corrupción allí donde se encontraba y denostaba públicamente a los poderosos con sus bromas agudas e hirientes, sin miedo a sus amenazas. Pero, como Víctor, el perro de Sinope no mordía para satisfacer su ira, sino para extraer los vicios ocultos. El cinismo ha sido la conciencia crítica en el seno de nuestra historia, el espejo en el que las sociedades han visto reflejadas sus contradicciones, estupideces y corrupciones.
Cuando Demetrio conquistó Megara, quiso demostrar a Estilpón, uno de los discípulos de Sócrates, su buena voluntad e indemnizarle del saqueo de su casa, y le rogó que le presentase una lista de todos los bienes que sus soldados le habían sustraído. El filósofo respondió con ironía: “Nadie se ha llevado ningún bien porque nadie ha robado mi virtud”. A Víctor le podrán arrebatar su militancia, pero ningún secretario de organización podrá arrebatarle su virtud, su parresía, el poder del perro.