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El príncipe de la concordia

Eduardo Infante por Eduardo Infante
12/10/22
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«En Gijón no necesitamos a alguien que nos sermonee, nos eché discursos, nos embauque y nos engañe, sino a alguien, valiente y a la vez sensato, capaz de entretejer voluntades e intereses contrarios»

Giovanni Pico della Mirandola nació en la Italia del Renacimiento, un tiempo de fuerte agitación política que convulsionaba la región como si estuviese a punto de parir. A pesar de su corta existencia, se convirtió en uno en un arquetipo de “hombre nuevo” que aspiraba a gozar de esta breve vida a través del conocimiento y la libertad. Se ganó el merecidísimo título de “príncipe de la concordia” por su persistente esfuerzo de aunar, en beneficio de la humanidad, la diversidad de saberes, culturas, religiones e ideologías. 

En su Discurso sobre la dignidad del hombre, el príncipe de la concordia recoge, de forma sencilla y sublime, la nueva imagen del hombre que se estaba forjando y que califica y apellida como “el gran milagro y animal admirable”. La dignidad del ser humano reside en ser el único de la creación que dispone de libertad para crearse a sí mismo. El ser humano tiene el divino poder de ser el artífice de sí mismo, el escultor de su alma y el escritor de su destino. No tiene una naturaleza fija, concreta y determinada. Él es quien teje su propia suerte y en él florecerá aquello que cultive. Enardecido por este misterio que le sobrecoge y regocija al mismo tiempo, Pico della Mirandola escribe: «No te he hecho ni celeste, ni terrestre, ni mortal, ni inmortal, a fin de que tú mismo, libremente, a la manera de un buen pintor o un hábil escultor, remates tu propia forma». 

El filósofo italiano está convencido de que el fin de la libertad es la perfección y, por ello, debemos dejar que se encienda en nuestra alma esa sana ambición que nos impele a no contentarnos con la mediocridad sino anhelar lo mejor y tratar de conseguirlo con todas nuestras fuerzas. La libertad no es una meta sino la herramienta para desplegar las más altas potencialidades humanas. Pero a la perfección no se llega trabajando solo sino co-laborando en una comunidad; por ello, los hombres del Renacimiento sabían que la política es la más digna de las actividades humanas. Construir la ciudad nueva es construir al hombre nuevo.  

Gijón vive tiempos de fuerte agitación política. Es una ciudad que se duele con dolores de parto. Como los italianos de antaño, necesitamos de un príncipe de la concordia capaz de aunar con su talante el enorme talento que transita por sus calles. No necesitamos a alguien que nos sermonee, nos eché discursos, nos embauque y nos engañe, sino a alguien, valiente y a la vez sensato, capaz de entretejer voluntades e intereses contrarios. Platón, uno de los autores de referencia de Pico della Mirandola, reflexiona en una de sus últimas obras sobre quién debe ser ese hombre y, por su experiencia, desaconseja a aquellos que en razón de sus intereses individuales son contrarios al interés público. Es especialmente duro con los que simulan ser políticos: los demagogos. Estos embaucadores, versados en el arte de engañar, deben ser apartados del poder porque nos enfrentan a unos ciudadanos contra otros para servir a su propio interés. En su lugar, la política deben ejercerla aquellos que desean servir al interés público y están dotados de las virtudes para construir una comunidad cívica urdiendo los diferentes intereses en una misma trama. Solo a través de la concordia y el amor a la vida en común, el arte de la política es capaz de construir las más excelsas de las creaciones humanas: la ciudad.

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