
Por Marcelino Llopis Pons
«¿Dónde está el rugido del Supercinq GT Turbo, que más que un coche parecía un misil Tomahawk? ¿Dónde quedó la rebeldía gamberra que hacía que tus vecinos te odiasen cada mañana al arrancar? Ahora parece que todos los fabricantes se han rendido ante la regulación»

Últimamente las marcas de coches se han puesto a rebuscar en sus álbumes familiares, como productores de Hollywood en crisis creativa. No hay nuevas ideas, solo remakes, secuelas y reinicios de modelos míticos, como si alguien en el despacho hubiese dicho «Funcionó en 1984, así que seguro que cuela otra vez«. Igual que cuando estrenan la enésima secuela de una ‘peli’ de acción de los 80 o 90: vas al cine por obligación sentimental, impulsado por la nostalgia, como fan de ‘Star Wars’, a ver si la última se parece a las originales.
Y, cuando acaba la película, te das cuenta de que aquello que tú recordabas solo comparte el título. Toda la acción, la irreverencia y la mala leche han sido sustituidas por una capa gruesa de moralina para no ofender a nadie. Y no es que la peli sea terrible… pero sales sintiéndote viejo, y el presente parece más soso que la comida de la residencia.
Y eso es exactamente lo que pasa con el nuevo Renault 5. De acuerdo, es de los pocos remakes que realmente se parecen al original: lo ves y piensas «¡Anda, esto sí parece un R5!». Y su conducción es fantástica; no parece un coche eléctrico, y eso, hoy en día, es un cumplido enorme. Pero ahí está el verdadero problema: es eléctrico.
¿Dónde está el rugido del Supercinq GT Turbo, que más que un coche parecía un misil Tomahawk? ¿Dónde quedó la rebeldía gamberra que hacía que tus vecinos te odiasen cada mañana al arrancar? Ahora parece que todos los fabricantes se han rendido ante la regulación.
Estoy seguro de que, en el próxima remake o secuela de ‘Mad Max’, no pelearán por gasolina, sino por un coche que no te pite por ir un kilómetro por hora por encima del límite… Incluso en mitad del desierto.
Solo espero que en algún momento haya un ingeniero rebelde que, en mitad de la reunión, se levante, ponga su bolígrafo en alto como si de una espada se tratase, y grite como William Wallace en ‘Braveheart’ ante el ejército inglés «¡Gasolinaaaaa!».
Y entonces, aunque sea solo por un instante, todos recuerden que conducir también es ruido, olor a nafta y un poco de pecado.