Pedro, peluquero en Laviada, todas las semanas se acerca al Albergue Covadonga para poner, gratuitamente, su maestría al servicio de nuestros vecinos sin hogar
Pedro es el peluquero de Laviada. Aprendió la profesión de su padre, y este, a su vez, de su abuelo, y la ejerce con la misma ética y dignidad que la de un magister (literalmente “el más mejor”) de un gremio medieval.
La palabra “profesión” deriva del latín professio que viene a significar dar fe, declarar públicamente una creencia; eso, es lo que, con nobleza y virtud, hace el peluquero de Laviada, cada día, con sus tijeras: confesar públicamente su adhesión a una ética ancestral que busca lo extraordinario en lo ordinario. Contemplar la maestría de Pedro con las tijeras es una fuente de esperanza en la vasta oscuridad de una cultura que premia la banalidad de un éxito sin esfuerzo. Sus herramientas están forjadas con uno de los mejores aceros del mundo, el japonés, que desde tiempos medievales ha dado forma a la calidad extrema de las katanas de los guerreros samuráis. Es una suerte presenciar como el peluquero de Laviada afila su tijera porque en cada preciso movimiento de muñeca se reflejan los valores supremos del Bushido: lealtad, autosacrificio, justicia, sentido de la vergüenza, modales refinados, pureza, modestia, frugalidad, espíritu marcial, honor y afecto.
El Bushido, también conocido como El camino del guerrero, era el código ético del samurái que se desarrolló entre el Heian y Tokugawa, entre los siglos IX y XII. El Jin (compasión) es uno de sus siete principios, descrito por el código de esta manera: «Mediante el entrenamiento intenso, el samurái se convierte en rápido y fuerte. No es como el resto de los hombres. Desarrolla un poder que debe ser usado en bien de todos. Tiene compasión. Ayuda a sus compañeros en cualquier oportunidad. Si la oportunidad no surge, se sale de su camino para encontrarla». Y el Jin fue precisamente lo llevó al samurái de Laviada a crear el proyecto «Barberías solidarias».
Desde hace años, Pedro, todas las semanas, se sale de su camino y se acerca al Albergue Covadonga para poner, gratuitamente, su maestría al servicio de nuestros vecinos sin hogar. Y así, con su acero nipón, devuelve la dignidad que la vida, a veces, roba a algunos.
Se estima que en nuestra ciudad más de 400 personas (sobre)viven sin hogar, lo que los hace vivir sin acceso a un inodoro o a agua corriente; viven abandonados y, a la vez, hipervigilados; viven sin dignidad y sin seguridad, convertidos, a veces, en una pieza más del mobiliario urbano; visibles e invisibles al mismo tiempo. Su estética los delata y los expulsa de la comunidad. Por eso, el samurái de Laviada destruye con sus tijeras el sambenito que muestra públicamente la infamia del pecador, allanando, de alguna manera, el camino de regreso y abajando los muros de la exclusión. Y es que, en nuestro vecino Pedro, la estética se fusiona con la ética y hace de esta ciudad un lugar mejor.