Lo que menos le convencía del Savoy de Covadonga era la oferta culinaria, él quería bailar y socializar y precisamente por culpa de la maldita carne picada se terminaría formalizando un adiós doloroso con cambio de negocio. Hamburguesas de luxe. El nuevo timo gastronómico al servicio de instagramers
Sonaban a buen volumen los Stray Cats en Fuerte Viejo. Andrés se esmeraba ante el espejo peinando con mimo el tupé de un cuarentón con alma perdida de veinteañero. Era un rocker genuino, fiel a su pasión desde que en la adolescencia descubrió a Eddie Cochran. No había nada mejor que la cera de abeja para mantener un perfecto peinado, conoció a un rocker en Avilés, en el Líneas, que amasaba el tupé con grasa de caballo pero a ciertas horas de la madrugada anidaban las moscas entre oreja y frente. Con los cincuenta a tiro de piedra Andrés empezaba a estar harto de trabajos y sueldos de mierda: de albañil ocasional a camarero ocasional o jardinero ocasional o todo lo ocasional que pueda uno imaginar por poco dinero y muchas horas. Le salvaba techo y vida el piso de sus padres en Cimavilla. Ese par de entrañables jubilados pasaban casi todo el año en Boñar y Fuerte Viejo se convertía en Fuerte Nuevo para Andrés cada vez que pinchaba «Burning Love» en el viejo tocadiscos y decidía que esa noche iba a ser su noche.
Hacía dos meses que no se hablaba con Paula, su novia de toda la vida. Se conocieron en Oviedo con diecisiete, en el Savanna, se la presentó Mancis y también rondaba a la muchacha, Isma, otro rocker de fuste. Terminaron, discutiendo en el Monk, a los cuarenta y tantos, cansados de rutinas festivas y malas expectativas. El veterano rocker llevaba unos días arrastrando tristezas por los rincones. Paula y la noticia del cierre del Savoy, en la Calle Covadonga, machacaban su moral cada vez más frágil. Ya le jodió aquel primer cierre del llamado «bar de gloriosas escaleras» en la Calle Pelayo, el otro Savoy. Y cruzaba los dedos para que el de Dindurra no sucumbiese a la persiana definitiva. Cuántos conciertos y momentos inolvidables quedarían enterrados en su cabeza. En el bar del gran Javi Egocheaga trabó amistad con Pili y Gelín, Gus, Esther, Edu, Alfon y con Chili y Cris Puertas, tan rockeras como buenas actrices. Allí se emocionó con la música en vivo de Rafa Kas, Kike Suárez el de Roza, Los Santos, Lee Junior, Sil Fernández al frente de Hot Shot, Magdalene Blue, A Pelo, Ángel Miguel, Igor Paskual, Querida Margot, Fuera de Serie, Blues and Decker…
Fueron tantos los saltos, tanto el sudor acumulado, los brazos frenéticos al cielo, palmadas de alegría, entregados aplausos, sonrisas sinceras… cervezas, margaritas, chupitos de bourbon compartidos, brindis con abrazos y besos largos en la barra. Comida no, nada de comida. Ni perritos, ni patatas fritas, ni hamburguesas. Lo que menos le convencía del Savoy de Covadonga era la oferta culinaria, él quería bailar y socializar y precisamente por culpa de la maldita carne picada se terminaría formalizando un adiós doloroso con cambio de negocio. Hamburguesas de luxe. El nuevo timo gastronómico al servicio de instagramers y demás rebaño impostado. Cuando Andrés tenía dieciocho años, una pizza o una hamburguesa o el semáforo en el Gigia, aquellas patatas tres salsas de Oscarín, conformaban el económico menú que se podía permitir. Hoy los pijos subían el precio de la carne picada con salsas.
Mas esta noche, Andrés, el veterano rocker del barrio alto, pedirá otra vez «Siempre libre» en El Escondite. Y cerrará el Savoy abrazado a Javi y puede que le pida una foto con ese sombrero de fieltro tan molón. No se olvidará de pasar el jueves por el Savoy de Dindurra, ni doblegará dificultad alguna su amor por la música. Tan solo rogará al destino, al paso del tiempo o a Santa Chiripa, hoy o mañana, que la salud le acompañe un par de décadas más para peinarse el tupé y salir a disfrutar del Rock and Roll.