Estas visiones de Gijon barruntan el futuro, pero en ningún caso logran dotar de materialidad al tiempo presente, a Gijón como problema, que diría Ortega Gasset, y de ahí nos llegan todas nuestras frustraciones, la nube negra del fracaso
Viene uno pensando que Gijón, antes que una ciudad, es una pizarra en la que se proyecta su futuro un día sí y otro también. Ahora se votarán trece propuestas distintas del paseo de Fomento, trece ideas más a las que sumar el futuro Plan de Vias, el paseo del Muro y así en este plan. Volvemos a Baudrillard para darnos cuenta del valor que tiene el simulacro, porque Gijón vive un constante simulacro de sí mismo desde que se aprobó el primer Plan de Vías y Paco Cascos, ministro entonces, nos ofreció un metrotrén con destino a ninguna parte. De todos los concejales, el único que vive en presente, sin simulacros, a hostia limpia, es Aurelio Martín, que ejerce de materialista histórico con todas las consecuencias.
Vivimos de abstracciones, simulacros, utopías de ciudades pensadas, imaginadas. La pandemia trajo una distopía y centenares de imágenes utópicas y soleadas de Gijón. Lo de las trece propuestas ha sido como ver Gijón en trece maquetas distintas con los muñequitos de lego caminando de un lado a otro, cada uno haciendo sus cosas y un perro meando en una esquina. Luego pasa lo de siempre, que el simulacro no contempla la rutina, el trajín de la vida cotidiana, ni a la señora que baja la basura todas la mañanas ni al viejo que busca un café para guarecerse de la soledad y el fríos. Estas visiones de Gijon barruntan el futuro, pero en ningún caso logran dotar de materialidad al tiempo presente, a Gijón como problema, que diría Ortega Gasset, y de ahí nos llegan todas nuestras frustraciones, la nube negra del fracaso.
Al final, para que alguno de estos juegos salga adelante hace falta que haya dinero, manteca, que es la argamasa que realmente mueve la ciudad y cierto consenso democrático que blinde las cosas, al menos, durante un par de generaciones. El dinero que no deja de ser un símbolo, literatura circulante, es otro simulacro de la realidad de las cosas, del valor de las cosas.
Uno antes se distraía leyendo el periódico y ahora lo que hace es distraerse con la ciudad soñada. La alcaldesa también se distrae observando cada mañana estas utopías que tratan de proyectar una ciudad más habitable, más acogedora, más verde y todo eso que repite como un eslogan cada vez que habla de los fondos Next Generation o levanta una baldosa.
Ahora que se va acercando el verano, uno va abandonando la ciudad soñada por la playa vacía. El mar, que todo lo borra, no admite simulacros. El otro día, en Estaño, unos swingers se abandonaban también en el mar, porque ellos tampoco aceptan más simulacro que el vaivén de las olas. Nosotros, querido y desocupado lector, que vivimos al margen de las utopías, que vivimos estos veranos marginados y marginales, sólo podemos comprender la llegada de junio y del verano como un salto de cama, un cambio de pareja por otra, aunque la otra sea un simulacro ocasional, circunstancial, un amor de verano sexual o sentimental. Esta columna, como el resto de nuestras vidas, también es un simulacro. Lo único real es la hipoteca.