«El avión de combate (…) no cruzaba los cielos de Siria, ni de Ucrania, Yemen, Palestina o el Sáhara, pero yo lo escuché como si la muerte llegase para aniquilar Cimavilla entera»
Hace cuatro días se murió la madre de un amigo que también es hermano. Aunque no lo sea de sangre. Uno de esos aliados de vida al que conocí con mandilón cuando no sabíamos ni sonarnos los mocos. Y pienso en lo frágil de nuestros días y en el sonido o los sonidos de la muerte. Los sonidos, reparo en ellos desde pequeñín. Desde el desayuno antes de ir al colegio, con Luis del Olmo de fondo. Su programa: Protagonistas acompañaba los movimientos de mi madre, la leche caliente en el cazo, sacando las galletas María, cucharillas bailarinas chocando contra las tazas.
Eran los sonidos de rutina en el Avilés de mi infancia una de esas lentas mañanas de invierno. Sonidos de vida y sonidos de muerte. Fallecieron algunos de mis familiares de madrugada con una respiración apagada, devorada por la oscuridad. Lo recuerdo bien, como las copas de anís de guinda que bebían los más veteranos, aquellos que no tenían prisa a la hora de despedirse del finado. Perdí a compañeros y a colegas a los que admiraba por culpa del traidor infarto y creo que mi imaginación puede escuchar un golpe seco sobre una tarima.
¿Cuál sería el sonido de la muerte para los que vieron a los vikingos hollando el cerro de Santa Catalina el 1 de agosto del año 844?, un certero hachazo en el cráneo, tal vez. El 1 de febrero de 1810 «la francesada» anunciaba la ocupación de Gijón con tambores de guerra, la música de la parca estaba patrocinada por Napoleón. Rugió feroz la mar junto al puerto, el temporal sacudió el barco pesquero partiéndolo en dos. Al final de la calle se pudo oír el último grito de una mujer apuñalada por un tipo que le prometió amor eterno.
Noticias de ayer, sucesos de mañana, viejos telegramas sin alma, anuncios por palabras que palpitan en las calderas de Pedro Botero. Corren familias enteras, aterrorizadas, para ganar el túnel del refugio antiaéreo de Cimavilla. Los aviones de la Legión Cóndor bombardean inmisericordes, el viernes 14 de agosto de 1936, dejando más de 90 muertos en la ciudad. Y aquí sigo; escribiendo y pensando, pensando y recordando el entrenamiento acrobático de un caza EF 18 que me puso tan nervioso en el salón de mi casa.
El avión de combate que fue capaz de arrancar los aplausos del gentío un luminoso domingo de julio. No cruzaba los cielos de Siria, ni de Ucrania, Yemen, Palestina o el Sáhara. Pero yo lo escuché como si la muerte llegase para aniquilar Cimavilla entera. Y aquí sigo; pensando y recordando, escribiendo y pensando en el silencio de una solitaria cocina que solo rompe el motor de una indiscreta nevera.
Eres grande, como solo los grandes saben ser. Muy fan. Se te quiere, Monchi, se te quiere