«Uno de los hechos más destacables de la historia del fútbol español tiene como protagonista a un guardameta del Sporting, Román Soto, el portero rojiblanco que en julio de 1921 paró siete penaltis en un mismo encuentro (…) Probablemente fue el mayor y más descarado ‘robo’ arbitral sufrido jamás»
Uno de los hechos más destacables de la historia del fútbol español tiene como protagonista a un guardameta del Sporting, Román Soto, el portero rojiblanco que en julio de 1921 paró siete penaltis en un mismo encuentro. Hay que considerar que, en lo referente a partidos oficiales, los guardametas sportinguistas que más penas máximas detuvieron fueron Jesús Castro con diez, Juan Carlos Ablanedo con ocho y Manuel Álvarez Sión ‘Sionín’ con siete, sitúa en su justa magnitud la hazaña deportiva de Soto. Semejante hecho sin parangón se produjo en el Sardinero, siendo el rival era el equipo local, el Racing de Santander. El artífice de semejante “atraco” fue el colegiado santanderino Fermín Sánchez Álvarez. El Sporting había acudido invitado a Santander para disputar un partido amistoso de homenaje al aviador torrelaveguense Joaquín Cayón. El encuentro comenzó de forma muy positiva para el Sporting, dominio absoluto y Manolo Meana estaba dando un recital de juego. El árbitro en una jugada absurda señaló un penalti por un supuesto empujón a un delantero racinguista. El penalti lo lanzó la figura del conjunto cántabro, el internacional vizcaíno Francisco Pagaza, parándolo el portero gijonés, desafortunadamente el rechace cayó a los pies del vizcaíno, abriendo el marcador. Pocos minutos después, el delantero rojiblanco Palacios empató el partido al rematar un centro de Corsino… Cinco minutos más tarde el colegiado se inventaría el segundo penalti. Volvió a lanzarlo Pagaza y a detenerlo Soto, pero el árbitro, alegando que había entrado en el área un defensor rojiblanco, mandó repetirlo en dos ocasiones, volviendo a detener ambas el cancerbero gijonés. Así se llegó al descanso. Con un empate a uno y con cuatro penas máximas paradas por el portero rojiblanco.
El segundo tiempo comenzó como había acabado el primero. Nuevo penalti inventado en contra que Román envía a córner. Fermín Sánchez vuelve a ordenar repetirlo dos veces más. La primera es detenida por el guardameta y la segunda repetición es desviada nuevamente por el portero al saque de esquina. Era el octavo lanzamiento de penalti y los ánimos estaban muy caldeados. Pese al escandaloso arbitraje el partido finalizó con empate a un gol. Nada más acabar el encuentro se formó un conato de tangana entre los jugadores sportinguistas y el colegiado y los jugadores santanderinos. El escándalo fue mayúsculo y los futbolistas del Sporting tuvieron que salir protegidos por la policía ante el enfado que mostraban contra ellos el público de El Sardinero. Se refugiaron, junto con los aficionados gijoneses que les habían acompañado en el viaje en autobús, en el hotel donde habían pasado la noche anterior. La expedición no pudo abandonar su refugio, por cuestiones de seguridad, hasta la madrugada. Probablemente fue el mayor y más descarado “robo” arbitral sufrido jamás. Soto, que había llegado al Sporting procedente del Racing de Gijón, siendo el primer futbolista en el club “comprado” (a razón de tres pesetas por partido jugado), no tuvo muchas más opciones de defender la portería del Sporting. Fue llamado a filas para combatir en la guerra de Marruecos. Le acompañó otro futbolista rojiblanco de la plantilla de aquella temporada, Adolfo Trapote Junquera. Después de dos años en el ejército regresó a Gijón y se desvinculó por completo del fútbol. Regentó el conocido Garaje Moderno y únicamente volvió a ponerse bajo palos en una ocasión, un encuentro de los veteranos del Sporting, para entonces Román Soto ya había cumplido los cuarenta años.
En el mundo del fútbol no se conoce caso semejante. El penalti fue ideado como la pena máxima en un partido, el mayor castigo. Hasta 1891 se daba como gol cualquier ocasión manifiesta que se produjera cerca de la portería, en la zona delimitada por el área de la misma. La ambigüedad del concepto “ocasión manifiesta de gol” provocaba numerosas controversias y discusiones hasta que fue aceptada la propuesta del irlandés William McCrum, arquero del Milford F.C. y directivo de la federación irlandesa, por la cual todas las faltas en el área serían sancionadas con un lanzamiento de castigo, situando la pelota a doce yardas (once metros) y sin ningún jugador que interfiriera entre el lanzador y el portero. El guardameta debía situarse a seis yardas de la pelota y de la portería, a medio camino de ambas. Posteriormente se le dio libertad para colocarse entre la portería y a un máximo de la citada distancia de seis yardas y, en 1924, la norma fue nuevamente modificada: el portero debía permanecer bajo los palos, situado sobre la línea de gol.
Lo cierto es que hubo guardametas que detuvieron tres o cuatro penaltis (siempre durante el tiempo de juego del encuentro, evidentemente, sin incluir aquellos penaltis de rondas post-partido), pero ninguno se acercó al récord del sportinguista Soto. Por ejemplo, Gary Bailey, guardameta del Manchester United, detuvo tres penaltis en un mismo partido. Fue el 2 de marzo de 1980, en el encuentro de la máxima categoría del fútbol inglés que enfrentó a los “diablos rojos” con el Ipswich Town. De poco sirvió, los de Manchester fueron derrotados por 6 a 0. Pero el primer héroe “parapenaltis” conocido fue Walter Scott, portero del Grimsby Town, que el 13 de febrero de 1909 fue capaz de atajar tres penas máximas a otros tantos jugadores del Burnley F.C. : Walter Abbot, Robert Henderson y Dick Smith. Lamentablemente para él no pudo detener el cuarto que le lanzaron, anotado por Walter Abbot que, además, logró marcar el doblete en un encuentro que acabaron venciendo por 2 a 0. Pero, a veces, detener varias penas máximas no te convierte en un héroe, ni siquiera para tu entrenador. En el verano de 1947 el Belfast Celtic, el equipo católico por excelencia de la capital de Irlanda del Norte, tuvo a prueba a un joven guardameta llamado Patrick O’Sullivan. El entrenador de los verdiblancos era el ex jugador del Liverpool Elisha Scott y le dio al portero la oportunidad de disputar un encuentro amistoso contra uno de los conjuntos más potentes de la liga del Ulster, el Lisburn Distillery F.C. El joven O’Sullivan se lució y detuvo tres penaltis en la primera hora del partido, alguno de ellos más que discutible, pero perdió los nervios tras atajar el tercero y fue corriendo a encararse con el colegiado. Solo le sirvió para ser expulsado y dejar la última media hora a su equipo con diez. Al finalizar el encuentro, el ex del Liverpool fue claro: “no se quedará con nosotros, hay que saber acatar las decisiones del árbitro, en el fútbol hay que tener respeto y disciplina”. Scott fue el último entrenador del Belfast Celtic, entidad deportiva que desaparecería apenas dos años más tarde como consecuencia de los ataques y agresiones sufridas por algunos de sus jugadores en diferentes campos y, curiosamente, quejoso de los agravios arbitrales. En 1949 dejó de existir tras haber conseguido ganar catorce ligas norilandesas, siendo, aún hoy, el tercer equipo con mejor palmarés de Irlanda del Norte. Habiendo desaparecido hace casi ochenta años, tan solo está por detrás de los protestantes del Linfield, que atesora cincuenta y cuatro ligas, y del único equipo “mixto” del país (donde encuentran refugio futbolístico católicos y protestantes moderados), el Glentoran, que suma veintitrés.
En cuanto a los anotadores, nuestro club tuvo verdaderos especialistas a la hora de lanzar las penas máximas. Curiosamente casi ninguno delantero: Manolo Meana, Juan Eraña, Víctor Doria, Ciriaco Cano o Joaquín Alonso , por ejemplo. Quini es el máximo anotador histórico del club y fue el encargado de lanzarlos hasta que el propio jugador declinó seguir haciéndolo durante un largo periodo de tiempo. Octavo máximo realizador de penaltis en la historia de la Primera División española con 30 goles en 43 lanzamientos, solo por detrás de Messi (80 tantos), Cristiano Ronaldo (61), Hugo Sánchez (56), Koeman (46, y poseedor del mejor porcentaje de acierto, habiendo errado únicamente 6), Penev (41), Marañón y Dani (34) e igualado por Tamudo que anotó los mismos goles que el crack asturiano. De entre todos ellos, destaca el impresionante pleno del ex sportinguista Rafa Marañón en la temporada 1977-78, cuando militaba en las filas del Espanyol: 10 goles en otros tantos penaltis lanzados. Ni uno fallado. Tras Quini, Ciriaco Cano se convirtió en el segundo máximo anotador sportinguista desde los once metros, logró 21 goles en los 36 penaltis que tiró. El tercero en el ranking, y el de mejor porcentaje, es Joaquín Alonso, que acertó 18 de las 24 ocasiones en las que ejecutó la pena máxima.
Lo cierto es que el mejor futbolista asturiano de todos los tiempos, el gran Quinocho, no fue un experto lanzador de penaltis, lo que acrecienta aún más su mérito de los siete trofeos Pichichi logrados. Incluso tuvo períodos en los que, directamente, se negó a lanzarlos. Hubo una concatenación de hechos que hicieron que el delantero diera un paso atrás. Fue en la temporada 1977-78, con un Sporting de leyenda ya en la máxima categoría. Durante la semana previa al primer encuentro liguero, a disputar contra el Hércules, Vicente Miera (un entrenador que no dejaba cabo suelto y tenía decidido los lanzadores de penaltis para toda la temporada) decidió probar a Doria como tirador, acompañando a los habituales Quini y Ciriaco. Con su hermano Castro en la portería, los tres jugadores lanzaron media docena de penaltis cada uno. Doria, poseedor de un potentísimo disparo, los metió todos, mientras que el portero le detuvo tres a su hermano y un par de ellos al interior extremeño. La prueba parecía haber funcionado, aun así, el técnico siguió manteniendo el orden previsto. En caso de penalti, el primero en lanzar sería Quini y en segundo lugar estaría Ciriaco. En la referida primera jornada, a pocos minutos para la finalización del encuentro y con un resultado de uno a cero a favor del equipo alicantino, el colegiado De Burgos Núñez señaló un máximo castigo a favor de los asturianos. Quini tomó la responsabilidad, pero el guardameta Deusto detuvo el lanzamiento. El Sporting debutaba en la liga con derrota por la mínima gracias a un gol del uruguayo Lattuada. Tras el partido, Quini se lo expuso con claridad al entrenador rojiblanco: “yo no tiro más penaltis, que lo haga Doria que no falla ni uno”. Y el técnico cántabro hizo caso al goleador asturiano. Ciriaco sería el primer lanzador en la competición liguera y Doria el segundo; para el trofeo copero, el centrocampista y el defensa se alternarían en los lanzamientos. En caso de no estar en el campo ninguno de los dos, Quinocho, quisiera o no, debería asumir la responsabilidad del lanzamiento. No hizo falta. No tiró ningún penalti más hasta catorce meses después.
Lo cierto es que el Sporting, en términos generales, casi nunca tuvo suerte con el máximo castigo del fútbol. Con la sonada salvedad del pase de ronda en la temporada 91-92 (última participación sportinguista en la Copa de la U.E.F.A.) al eliminar al potente Partizan de Mijatovic y compañía. José Antonio Redondo, entonces segundo entrenador rojiblanco, había estudiado minuciosamente al guardameta rival, Omerovic. Tras finalizar la prórroga del encuentro con victoria de los de Belgrado por 2 a 0, las penas máximas decidieron quién pasaría de fase. Redondo dijo a los lanzadores rojiblancos por dónde deberían ejecutarlos. Así lo hicieron y el Sporting pasó a la siguiente ronda clasificatoria. Porque, además de ser la pena usada para sancionar las faltas dentro del área, los penaltis también son usados para dirimir empates. Comenzó aplicándose en la Copa de Yugoslavia en 1952. En 1955, en un torneo disputado en La Coruña entre el Deportivo y el Vasco da Gama se acordaba en el reglamento que, en caso de empate, se usaría el sistema de las penas máximas para decidir quién se proclamaría campeón del mismo. No hizo falta, los brasileños ganaron por 1 a 6. No fue hasta 1962, en El Carranza cuando se usara por vez primera ese sistema en España. En ese mismo año, Finlandia e Italia usaron el mismo sistema en sus torneos coperos. Hasta entonces, la repetición del partido, el lanzamiento de una moneda o el número de saques de esquina botados decidían el ganador. De hecho, en el Torneo de los Barrios de Gijón, en caso de empate vencía el que más córners hubiera sacado. Si persistía la igualada, una moneda decidía el vencedor. Este método para el tradicional torneo de fútbol base gijonés persistió hasta el año 1975. Siendo la final de 1970, que finalizó con empate a un tanto entre Sporting e Inmaculada, la última en la que los saques de esquina decidieron quién ganaba. En este caso, el trofeo se fue para las vitrinas rojiblancas.