El fascismo recorre las calles de Europa conquistando Italia, empujando en Francia, conformando gobiernos autonómicos en España y avanzando en Alemania, las mayores potencias europeas. Una ideología que elimina derechos allá donde tiene poder
No querría escribir otra vez sobre la memoria democrática, sobre los asesinatos de la dictadura, pero la fecha del 14 de abril, junto con el acto en la fosa común de El Sucu, no me ha dejado otro remedio que, por proximidad temporal e ideológica, escribir unas pequeñas líneas sobre un día de dignificación y reconocimiento. Un acto precioso, lleno de recuerdo y reivindicación. Un día de mirar hacia el ayer con el fin de no destruir en el hoy lo que generaciones precedentes construyeron, en muchos casos, costándoles la vida. Un evento de la sociedad civil para honrar a las personas que están enterradas en una fosa común por la sinrazón del franquismo, por luchar en la defensa de la libertad.
Para no empuñar los mismos argumentos que en líneas pasadas, cansar a las personas que leen estas pequeñas líneas cada semana (gracias), me voy a ceñir a la importancia que tiene la sociedad civil en la realización de actuaciones constructoras de futuro, aposentadas y cimentadas en el pasado, favorecedoras de la realidad del hoy. Porque debemos siempre recordar el papel del asociacionismo gijonés en la construcción de nuestra ciudad así como valorar la importancia que tiene para esta villa unas instituciones que velan por la participación democrática, diversa y plural. Son muchas y muy variadas, con diversas ideologías y finalidades, pero todas son una conjugación de claves individuales y sociales que repercuten en la propia realización de las personas. Bertrand Russell en su Elogio a la ociosidad decía que “ser capaces de llenar el ocio de una manera racional es el último producto de la civilización” Las asociaciones son verdaderas máquinas humanas de cultivar el ocio, pero también de formar ciudadanía, de afianzar lazos de pertenencia, de crear ciudad.
Bertrand Arthur William Russell fue filósofo, matemático, lógico y escritor británico, además de Premio Nobel de Literatura en 1950. Rusell se opuso, durante la Primera Guerra Mundial, al enfrentamiento entre naciones que estaba devastando la vieja Europa. Esa manera de posicionarse difirió con respecto a la Segunda Guerra Mundial. Rusell apoyó a los aliados, pues estaba convencido que el fascismo acabaría con el mundo tal como se conocía, la extensión de la ideología devastadora sería un desastre para la humanidad, una pérdida de toda opción de justicia e igualdad. En ese tiempo, a pesar de su miedo al fascismo, conociendo que EEUU ya contaba con capacidad nuclear, su lucha estuvo encaminada a evitar el uso de armas nucleares, entendiendo que podría desencadenar un crecimiento incontrolado de armamento no convencional. Con su frase, tras las bombas de Hiroshima y Nagasaki, “la humanidad se enfrenta a una clara alternativa: o bien morimos todos o bien adquirimos un ligero grado de sentido común” dibujaba un desolador futuro no concluido. Al final, hasta hoy… hasta hoy, está venciendo el sentido común.
Más de cien años después, nos vemos con parecidas amenazas de las que hablaba el tercer conde de Rusell. El fascismo recorre las calles de Europa conquistando Italia, empujando en Francia, conformando gobiernos autonómicos en España y avanzando en Alemania, las mayores potencias europeas. Una ideología que elimina derechos allá donde tiene poder, construyendo un mundo de élites, desigualitario e insolidario. El fascismo en el hoy vuelve a afilar los colmillos, pero esta vez camuflado bajo una piel democrática que le genera sarpullido, con ganas de eliminarla de su verdadero yo en cuanto le sea posible. Y, hoy, como ayer, la guerra está a las puertas de la nueva Europa, con escaladas bélicas en el mundo, con los estados aumentando los presupuestos en defensa, y con mayores potencias nucleares que en 1945. Si hace ochenta años, solo EEUU contaba con la tecnología asesina, hoy, al menos, nueve países cuentan con armas nucleares. Ante esta parecida realidad, en el siglo pasado, el pensador británico en 1955, junto con otros intelectuales, entre los que estaban Albert Einstein, intentó construir un proyecto que buscaba erradicar la guerra en sí misma, proponiendo el desarme de los diferentes Estados, conservando fuerza solamente para tareas internas, conformando un ejército comunitario mundial. Utopía en un mundo ambicioso en donde el conflicto y el anhelo de poder es inherente al ser humano.
Girando en torno a esta gran figura de la literatura, la paz, la filosofía, reivindico el poder de la sociedad civil para producir cambios en la realidad y en la gobernanza. Deben ser fundamentales en el siglo XXI, no solamente como elemento de ocio, sino como hacedores y facilitadores de cambios. La participación de la sociedad en los asuntos públicos es básica, ya que la ciudadanía tiene la capacidad, y lo está haciendo, de producir cambios en el mundo de la cultura, de la educación, de los derechos humanos y laborales, de la salud, del medio ambiente a través de acciones individuales y colectivas. La sociedad del ahora, más formada, más comprometida, con un número ingente de conexiones que permiten la repercusión en miles de lugares, es más necesaria que nunca. Si las personas se aglutinan conformando entidades, asociaciones, instituciones que potencien y aúnen su mensaje, su acción, favorecerá en gran medida esos cambios, pues la unión de intereses, peticiones, protestas formarán palabras más altas. Si los gobiernos hacen partícipe a la ciudadanía de una manera rotunda y contundente será más fácil las decisiones, decisiones que no debemos olvidar corresponde a quien gobierna, el Gobierno, por representación, tiene esa responsabilidad, pero escuchando, estando al lado, consensuando, tejiendo, es más fácil construir un presente y un futuro de todos. Hace unos días hemos tenido un claro ejemplo de la importancia que tienen las personas para provocar cambios en la realidad, en el mundo. La Asociación Suiza de Mujeres Mayores por el Clima, la semana pasada, logró, en el tribunal de Estrasburgo, un relevante fallo en donde se culpaba al Gobierno suizo de no cumplir sus propios objetivos de reducción de emisiones de efecto invernadero. Toda una victoria en beneficio del medio ambiente. Una sola asociación ha cambiado la realidad de casi nueve millones de ciudadanos y ciudadanas suizas.
Ante esto, parece pequeño el acto de este domingo en El Sucu. No sé si es pequeño, pero por desgracia, sigue siendo necesario, y debemos dar las gracias a la Sociedad Cultural Gijonesa y al Ateneo Obrero de Gijón por su organización, así como a todas las entidades, instituciones y personas que, cada año, en El Sucu, en Xixón, siguen reivindicando nuestro pasado, honrando a aquellos que dieron la vida por la libertad, dignificando su figura, siguen cambiando el mundo, pues luchan contra aquello que temía Rusell: el fascismo