Rafa no engaña, va de frente en el campo abierto como buen vikingo, aunque ya sea el último de una estirpe que dejó simiente en algunas aldeas costeras del País Astur
En estos días inciertos, cualquier tertulia (formal o informal) tiene que ir trufada con precisas recomendaciones de series. No te puedes considerar todo un moderniello si no ves la postrera serie en la plataforma de moda. Yo también disfruto de esa adicción, cuando puedo, pero nunca me preocupó la fecha de caducidad en la tele, el cine o la literatura. Lo bueno no envejece…
Vikingos me enamoró hace un par de meses y ya tengo mono de una nueva temporada. A Ragnar Lodbrock, Lagertha, Ivar sin huesos y Torvi podríamos sumarle un nuevo personaje que recorre las plazas de la Kattegat gijonesa desde hace unos cuantos años. Su poderoso físico le ayudaría a la hora de anunciar crema para las manos, ataviado como un rudo estibador noruego en invierno… Rafael Rodríguez García, conocido en el universo mundo como Rafa Kas comenzó el idilio con Cimavilla en los ochenta. Ese rubiales de El Coto «quemaba» el finde con su pandilla acudiendo religiosamente al Tik. Un día decidieron cambiar el rumbo sabatino y quedaron en La Corrada con la intención de adentrarse en El Furaco.
Un azorado Rafa se perdió por las estrechas calles del barrio alto, decidió preguntar a tres tipos que estaban en un portal, chutándose. Le orientó perfectamente el más espabilado del trío, llevaba el chaval la chuta pinchada en la yugular y esa es una imagen que no difumina ni el paso de los años. Siguen frescos los recuerdos de aquellos vermús en el Escocia, las noches repartidas entre el TNT, La Frontera, el Atocha o el Soho. Profundas conversaciones en las barras de Oscarín y Carmelo con Led Zeppelin, Frank Zappa o Devendra Banhart de fondo. Era Cimavilla una ínsula que dormía lo justo y ofrecía la identidad musical que pinchaba cada garito al margen de los éxitos oficiales, machacados y machacones.
En 1991 el incombustible rockero decide abandonar Jovellanos City recalando en un Madrid deseoso de recibir a Kas con los brazos abiertos. Además de Ilegales, conocerán las virtudes del explosivo rubio: Los Toreros Muertos, Extremoduro, La Unión… Después de su paso por la capital (esa ciudad de pueblos con marchamo manchego), decide regresar a Gijón. Atrás quedan, grabaciones, conciertos, juergas y enfrentamiento incluido con un productor que se quiso pasar de listo, un productor al que Rafa puso «el morro fino». En Jovellanos City lo tenía claro, su refugio se encontraba en Cimata.
El último vikingo, de barba frondosa, melena pajiza (oculta por una gorra). El tipo de chupa, camiseta y pantalón ajustado, todo al negro, volvía a casa. Siguen hoy saludando su botas la cuesta de Francisco Rodríguez Álvarez, arriba y abajo, de lunes a domingo. Con algunas incursiones en Ovetus, donde da clase desde 1999. Su refugio está en el barrio viejo gijonés porque la patria o el hogar de este guitarrista y bajista de voz aguda es una gran esfera azul achatada en los polos. O eso nos contaban en la escuela… Rafa no entiende de dobles juegos, es honesto y se pasea con el corazón en la mano por cualquier escenario o templete. En solitario o en grupo. Con amigos y enemigos. No engaña, va de frente en el campo abierto como buen vikingo, aunque ya sea el último de una estirpe que dejó simiente en algunas aldeas costeras del País Astur. La culpa de lo que hoy es Rafa la tiene un regalo de su abuela. Cuando este contaba con catorce años güelita pensó que una guitarra española era el mejor regalo para su nieto. Seguro que Jorge Martínez y Alejandra Burgos conocen este «secreto» familiar. Lejos, muy lejos quedan los dieciocho añinos de Rafa Rodríguez en su primer grupo: Tratamiento Anticaspa. Y entre tanto punkie apellidado Rodríguez, García y Fernández había que buscar un buen nombre artístico. La querencia por el Kas manzana le dio primer apellido, de segundo le vendría de perlas: resistencia… Esta noche Rafa buscará un taburete alto pegado a la barra, en el bar de algún amigo, poco antes del cierre pedirá una o tres o cinco birras y brindará el último vikingo por otro mundo que solo es o será posible con artistas como un tal Rafa Kas.