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La racionalización de la inmigración no es ningún tema de odio por los de fuera, sino de amor por los de dentro, un asunto trascendente que debería ser de decisión colegiada a través de referéndum
Por Urbano Rubio Arconada
Las inminentes elecciones europeas son esenciales para, o bien, mantener las actuales políticas en las que defienden las fronteras abiertas pues “la inmigración ilegal no existe” o las que buscan control migratorio por seguridad, empleabilidad y para evitar el colapso de los servicios sociales. El Banco de España y las organizaciones de la patronal recomiendan veinticinco millones de inmigrantes en edad de trabajar (el triple si contamos a sus familias) para resolver el pago de las pensiones. Sorprende que no se les haya ocurrido poner tanto énfasis en promover la natalidad para que en estos años sean veinticinco millones de nuevos españoles.
Un país que cada día pierde 200 nacidos y gana 1500 extranjeros, debe ser consciente que en un par de décadas la mayoría de habitantes en España no serán autóctonos. Estamos en la era de la inteligencia artificial y todos los informes de prospección del mercado indican que, una vez que se implemente el IA (en poco más de una década) la mitad de los trabajos manuales de hoy, desaparecerán y serán sustituidos – en menor cantidad- por empleos de alta cualificación tecnológica. ¿A qué se van a dedicar esos veinticinco millones de inmigrantes sin cualificar? Obviamente es inexplicable de forma racional, salvo que la razón sea otra que la de la tan cacareada: “Para pagar las pensiones”.
La idea buenista de que tenemos que ser solidarios (no a nivel individual, sino colectivo) con fronteras abiertas y acoger a todos los inmigrantes incluido los ilegales, por los derechos humanos: “lo nuestro para todos”, es un auténtico disparate con graves consecuencias para los ciudadanos de bien. Existe la idea que lo que se persigue es un cambio de censo electoral, es decir, los inmigrantes ilegales pasarían a la gigantesca bolsa de la subvención y por ende a la de votantes de quien se las dé. También se plantea la supuesta sustitución poblacional: personas pobres, sumisas al pesebre, a sustituir por clase media occidental, crítica y cara. En unas declaraciones de la alcaldesa popular de Jerez y senadora por Cádiz, afirmaba que “la inmigración ilegal no es un problema sino una realidad”, unas declaraciones que representan muy bien el discurso oficial de lo políticamente correcto.
Explicaba que estos inmigrantes “vienen por muchos motivos, pues o bien huyen de guerras o bien huyen del clima que se convierte en un problema para la vida, hasta en otros casos, cuando hay elecciones, huyen para no sufrir las consecuencias de esos procesos electorales. Son personas que hay que atender y dar un trato digno”. ¿Hay alguna diferencia de este discurso del PP del que pudiera recitar la izquierda? Ninguno, están en el cliché buenista europeísta acuñado por la Agenda 2030. La gran mayoría de los llegados de África de forma ilegal no proceden de ningún conflicto, pues en una inmensa mayoría son varones en edad militar, y en ese caso no sería inmigrantes serían desertores de sus patrias que, supuestamente, huirían para no combatir.
Y pongo por ejemplo a Ucrania, en la que solo se han podido ir mujeres y niños, y, en su mayoría, los hombres que, debido al maldito “patriarcado”, han tenido que quedar en su país a combatir contra Rusia. Cuando dice que “huyen del clima”, es otra estupidez, quizás, una pizca más absurda. ¿Qué está pasando en África diferente de hace treinta, cincuenta o cien años con el clima? Nada relevante: temperaturas muy similares y más agua y más vegetación. Me gustaría ver a todos esos que defienden ese marco ideológico del cambio climático “forzado por el hombre” como abren sus propias puertas para recoger a todos los refugiados africanos asfixiados. Respecto a que tenemos que “recoger y dar un trato digno a los que vienen” (argumentos idénticos a los pronunciados por la popular Ayuso en el parlamento regional de Madrid) es una auténtica injusticia con los nuestros si tenemos en cuenta que atesoramos el paro más elevado de Europa, donde la pobreza severa supera el veinticinco por cien, donde, parece que no hay dinero para los enfermos del ELA, donde las listas de espera sanitaria están provocando casos de situaciones de no retorno y donde buena parte de los ancianos mueren solos sin atención.
No se puede apelar a la solidaridad cuando no se cumple con los tuyos, la solidaridad es un valor individual y cuando se hace obligatorio es imposición. Por las palabras de los populares, se entiende que aún parece poco el dinero que se destina: debemos sacrificarnos más para paliar el “conflicto de sus vidas”. Entonces… ¿tenemos la obligación de atender a los inmigrantes, que entran sin cumplir la ley, pero no podemos atender a los desventurados patriotas, que, por alguna razón legal, queden en la calle? Un par de datos para la reflexión. Primero: de los ocho millones de extranjeros en España trabajan menos de tres y el 80% son trabajos sin cualificación. Y segundo, el Salario Mínimo Vital benefició el año pasado a un millón ochocientas mil personas; menos de doscientas mil son españoles. La inmigración legal con los papeles en regla y controlada según las necesidades del país e integracionista con el “establishment” social del país de acogida es una solución irrefutable para la prosperidad. La inmigración descontrolada y subsidiada que se auto margina en guetos conflictivos que no aportan a la sociedad, es un grave problema.
También, es un gravísimo problema la emigración talentosa que padece nuestro país. Por ejemplo, España está siendo la cantera de médicos de Europa, a la que se van cada año una media de 4.000 facultativos al año en busca de mejores condiciones fiscales y salariales. A esto habría que añadir miles de ingenieros y técnicos altamente cualificados que se van del país anualmente. Los números que se manejan son que en estos últimos cinco años han entrado a España -por diferentes rutas- trescientos mil ilegales. Haciendo una proyección matemática y teniendo en cuenta la tendencia migratoria y de natalidad, en cuatro décadas habría tantos españoles como extranjeros con otras costumbres y culturas. La racionalización de la inmigración no es ningún tema de odio por los de fuera, sino de amor por los de dentro, un asunto trascendente que debería ser de decisión colegiada a través de referéndum. Al menos, en estas elecciones europeas, tenemos una oportunidad para elegir políticas de inmigración ilegal masiva o de inmigración controlada e integradora.