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En Cimavilla uno nace, no se hace

Agustín Palacio por Agustín Palacio
04/07/21
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«Putas había, encantadoras y honradísimas, pero el paisanaje básico y hereditario lo componían pescadores, pescaderas, cigarreras, tenderas y taberneros, los mejores del mundo en cada oficio»


Nací en Mieres. Sólo que con siete años vine para Cimadevilla. Uninsa se había tragado La Fábrica donde trabajaba mi padre, y para facilitar el traslado nos dieron un piso de empresa en la Carretera Vizcaína. 

Pero mi madre quería tener el mar delante y renunció. 

– ¿Renuncies? ¡Pero si quítente una migaya de perres al mes, páguesla sin date cuenta y luego la vendes y ganes un montón! – le decían y repetían, que en esas decisiones mi padre no contaba. 

– ¿Cómo voy facelo si son pisos que tienen cola de gente necesitada esperando que–i la den? –Respondía mi madre, mucho más reaccionaria que yo, especialmente en temas de honradez y beneficios patrimoniales. 

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Así nos quedamos hipotecados en un quinto sin ascensor, eso sí, con vistas impresionantes a San Pedro y San Lorenzo, los dos santos de la playa, uno a la estaca y otro a la parrilla. 

Mi vida cambió de repente. Los guajes pasaron a neños, la salida del pozo cambio por la arribada de barcos y barcas, las campanadas de la rula hicieron que me olvidara de las sirenas fabriles. Aprendí a nadar en La Cantábrica, que la playa era para birusos o gijoneses de abajo, a esquivar cachones u olas rompiendo y saltando donde la rampa, a ejercer de carnívoro y odiar el pescado (mi madre impartía clases particulares y las madres de los pupilos la regalaban fañecas, sardinas, panchos, chopas y, ¡puaj!, estimadísimas huévaras), y especialmente a responder con tortazos cuando, tras decir que vivía donde vivía, dudaban del leal y legal comportamiento sexual de mi madre. 

Putas había, encantadoras y honradísimas, pero el paisanaje básico y hereditario lo componían pescadores, pescaderas, cigarreras, tenderas y taberneros, los mejores del mundo en cada oficio. 

Allí crecí, allí vi cambiar el mundo, allí me dio clases de pesca don Julián y de latín don Boni, allí hice amigos que mantengo y –en definitiva- allí adquirí los privilegios y el orgullo inherentes a la condición de playu. 

Con veinte años, en 1977, al constituirse “Gijia”, a primera asociación de vecinos democrática con Manolín “el farma”  de presidente, fui nombrado secretario. Y me lo tomé muy en serio. No era fácil. Los playos pecan de generosidad y también de cabezonería, y queríamos llenar cada esquina de “cosas culturales”, lo que se llevaba en el despertar democrático (entonces sobraban los cultos y faltaban las cosas culturales, hoy sobran las cosas culturales y faltan, pues, esos otros). La cultura, para los universitarios de la zona (como media docena)  consistía en clases de idiomas, o de historia, o de dibujo, o de lo que fuera, y para el paisanaje normal y sensato consistía en bingos y concursos de tute. 

Ya llevábamos unas cuantas asambleas gritándonos discrepancias cuando convocamos la que sustenta este recuerdo: el Ayuntamiento, a cambio de subir la financiación, pidió que uniéramos en una las dos comisiones de festejos que dividen el barrio, los Remedios y la Soledad. Mala idea. Asombrosamente celosas de su independencia, montaban auténticos rosarios de la aurora ante toda solución unionista, federal incluso. 

Ahí mismo supe yo, en carne propia, qué orfandad patriótica si, sin esperarlo o venir a cuento, te rebajan a charnego. 

– “Somos el mismo barrio, y las fiestas se celebran en semanas consecutivas, cómo vamos a despreciar la oportunidad de que nos suban la subvención… Fiestas de Cimadevilla, señoras y señores, de Cimadevilla, no de Los Remedios primero, La Soledad después – y grité lo último a pleno pulmón.  

Se hizo el silencio. Miré a mis vecinos, los únicos que conocía y tenía, y tras dos o tres segundos de puntos suspensivos se alzó uno de los más viejos y combativos que me replicó: 

– “Tu calla que yes de Mieres”. 

Y el coro de grillos continuó mientras me invadía una dolorosa sensación apátrida.

Naturalmente, y desde aquello, si alguien me pregunta de dónde soy, contesto claro, inflexible y absolutamente rufián (Rufián)… ¡De Cimavilla, home oh! 

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