Su olfato y sus contactos por los campos más polvorientos de España le bastaban para sacar de la chistera al futbolista que marcaba diferencias. Fue jugador, entrenador, presidente y secretario técnico
El ser humano que tiene «el don» de descubrir lo que está oculto es un zahorí. Descubre corrientes de agua bajo tierra y depósitos de minerales. A la hora de mentar a Enrique Casas Cabo no tenemos intención de retirarle tan pintoresco título, el de zahorí de jugadores o el de sagaz futbolero y astuto negociante. En los viejos tiempos de campos embarrados durante el largo invierno, cuando los futbolistas no se rasuraban desde las mejillas hasta los dedos gordos del pie, ni imitaban a veteranos marinos en el noble arte del tatuaje.
En aquellos días de fútbol bárbaro y romántico a la vez, sin niños de 12 años con representante, sin camisetas con publicidad de casas de apuestas. En aquel balompié «salvaje» un tipo con pinta de oficinista y sonrisa magnética, de finísimo bigote emulando una carrera de hormigas, demostraba que podía encontrar «rosas en el mar» sin necesidad de Aute o Massiel como fondo musical . Enrique Casas nunca necesitó 15 scoutings, ni 300 videos analizados por el staff técnico de turno. Su olfato y sus contactos por los campos más polvorientos de España le bastaban para sacar de la chistera al futbolista que marcaba diferencias. Fue jugador, entrenador, presidente y secretario técnico. Ya sabemos que algunos Directores Deportivos del S. XXI necesitan colgarse medallas que seguramente no siempre merezcan.
«La calidad no se pregona», más solo los grandes parecen saberlo. Casas no ejercía de Director Deportivo, era secretario técnico. Siendo entrenador en Langreo se sabe que encerró a un extremo que iba para figura en una carbonera, así se aseguraba despistar a los emisarios de un par de clubes. Como presidente del Astur dejó su cargo, fichando por el Sporting en 1975 con el inolvidable 8 de la mano. «Todocampista» Joaquín. Firmó a Enzo Ferrero en la pretemporada del Boca Juniors, entre sus partidos de Valladolid y Córdoba. Maceda del Acero saguntino llegó a Gijón en tren por un millón de pesetas. Arrebató al Betis a «Siete Pulmones» Mesa. Coleccionó más horas en los trenes, taxis y autocares que en su hogar. Trabajó con la chaqueta del Oviedo y la del Sporting. Con Miera se entendía a la perfección, hablaban como los tahúres en la mesa de póker, miradas de soslayo, cejas levantadas… «Míster, mensaje recibido».
Un cadete del Portuarios que jugaba como un carrilero brasileño de los 90 se convirtió en La debilidad del zahorí, su ojito derecho recorría la banda izquierda con velocidad y calidad. Francisco Javier Uría pasó del Portuarios al R. Oviedo con posteriores paradas en el R. Madrid y el Sporting. Algunos en la capital de Asturias quisieron retirar a Casas cuando pasaba de los 70 años pero «el anciano» se sacó a Nenad Gracan de la manga por 18 millones de pesetas, procedente del Hajduk Split. Entre «el senado sportinguista», ese que dicta sentencia, se cuenta que en cierta ocasión Casas telefoneó a Ángel Viejo Feliú: «Presi, no se mueva de las oficinas, le llevo al fenómeno de «La Balona», Manolo Mesa. Esperó paciente Viejo Feliú, Casas abrió la puerta del despacho, apurado: «Está sentado en el banco del pasillo, presidente. Viejo Feliú salió una, dos veces, miró una, dos, tres veces a Mesa y con gesto serio preguntó a su secretario técnico: «Enrique, ¿me juras que este es futbolista, me lo juras de verdad?». Lo era y muy bueno, en un fútbol diferente, el mío y el de tantos otros.