Mientras el centro se llena de turistas, la periferia envejece y se desmorona, baldosa a baldosa
Vecinos y comerciantes de la calle de Guipúzcoa, en el barrio gijonés de Pumarín, alzan la voz para denunciar el abandono de una zona que, según ellos, lleva años sumida en un declive progresivo. La imagen que describen es la de un barrio con escasa actividad comercial, con locales cerrados, aceras deterioradas y una sensación generalizada de dejadez. “Esto parece una ciudad fantasma”, resume una vecina.
Uno de los puntos más repetidos por quienes viven o trabajan en la zona es el estado del pavimento. Pilar Álvarez y Enrique, residentes de la calle, no se andan con rodeos: “Hace cuatro días que arreglaron esta calle y ya se mueven la mitad de las baldosas. Es una porquería”, lamentan. Según ellos, los trabajos de mejora han sido parciales, de mala calidad y sin planificación a largo plazo: “Por muchas calles lo único que hacen son parches. Esto es una vergüenza”.
Los problemas no se limitan a las baldosas sueltas. También critican el arbolado urbano, mal gestionado y causante de molestias: “Los árboles sueltan bichos, ensucian los coches, y nadie se hace cargo. El Ayuntamiento debería responder por esto”, dicen, visiblemente molestos. Reclaman que se planten especies más adecuadas para entornos urbanos y que se mantenga adecuadamente el entorno. “Yo no estoy en contra de los árboles, pero hay formas y formas. Hay que cuidar lo que se pone en la ciudad”.
Más allá del mobiliario urbano, el deterioro también se deja notar en la vida diaria del barrio. Uno de los hosteleros con más años de experiencia en la zona, al frente de un bar abierto desde hace cinco décadas, cuenta que el declive ha sido lento pero constante. “Cuando llegué, los locales de enfrente estaban abiertos. Poco a poco se fueron cerrando. Y no ha vuelto a abrir nada”. La explicación, según él, es múltiple: envejecimiento de la población, pérdida de poder adquisitivo, auge del comercio digital y un modelo de ciudad volcado en el turismo del centro.
“El pequeño comercio está condenado. Desde la pandemia me dejan en el bar cuatro o cinco paquetes al día. Antes no pasaba. El joven ya no consume como antes, y los bares de barrio viven más de la tertulia y la rutina que de otra cosa. Esa generación se está acabando”, explica.
Isabel Ferrer, vecina de toda la vida, comparte la misma impresión: “Aquí no hay niños, no hay comercios, no hay vida. Cualquier cosa que abre, cierra. Y esto los fines de semana parece una ciudad desierta”.
La calle Guipúzcoa se convierte así en el reflejo de una realidad que, aseguran, afecta a todo Pumarín. Y no se trata solo de nostalgia o quejas: sus vecinos piden soluciones urgentes. “Queremos un barrio digno, con calles limpias, aceras seguras y comercio que se pueda mantener. No pedimos lujo, pedimos atención”.