ENTREVISTA CON VÍCTOR GARCÍA GUERRERO, ENVIADO ESPECIAL TVE EN UCRANIA
“La guerra posiblemente me haya dejado un impacto emocional que a estas alturas no puedo calcular. Ahora mismo la factura es física, de cansancio”
“Cuando eres padre puedes empatizar aún más con la gente que ves escapando con los niños de la guerra”
Han pasado 19 días desde que estallara la guerra en Ucrania. Casi tres semanas en las que el mundo ha dado la vuelta y donde las consecuencias comienzan a ser palpables en distintos ámbitos. En la zona cero miles de periodistas tratan de informar de lo que sucede a diario. Mientras a más de 3.500 kilómetros de la capital ucraniana, un gijonés sigue el devenir del conflicto desde casa. Víctor García Guerrero (Gijón, 1977) ha sido una de las caras de RTVE en el país durante casi dos semanas. Ahora se recupera del cansancio provocado por el conflicto bélico y con algunas imágenes en la cabeza que son difíciles de olvidar. Una de las cosas que más le ha sorprendido en este tiempo ha sido el cariño de su tierra y es que el periodista trata de restar importancia a lo que ha hecho: “Solo es mi trabajo”.
Ahora que está en casa, ¿es capaz de seguir la guerra?
Por supuesto que sí. No solo soy capaz, sino que tengo muchísimo interés en seguir lo que pasa cada día, las evoluciones de la guerra y de todos sus frentes: no sólo del bélico; sino el diplomático, el político. Quizá no lo hago de la misma forma que cuando estábamos en Ucrania, pero claro que sigo con mucho interés lo que ocurre.
Tras 13 días de conflicto en Ucrania, ¿le ha pasado factura?
Hombre, pasar factura igual es una expresión fuerte porque implica que salgo perdiendo ¿no? Es decir, que tengo que pagar algo y eso no lo sé todavía. A estas alturas la factura es física, de cansancio. Posiblemente hay un impacto emocional que a estas alturas no puedo calcular, pero que es posible que sí exista. No diría que me ha pasado factura, sino que es una experiencia tristemente enriquecedora.
Durante las primeras jornadas estuvo en Kiev. Después en Leópolis, una zona que no ha registrado bombardeos, pero que sí ha visto cómo se convertía en punto de llegada masiva de refugiados. ¿El cambio le dio una cierta sensación de tranquilidad?
Nosotros no estábamos intranquilos en Kiev, lo que pasa es que la situación empeoró mucho y no nos permitía seguir trabajando igual. Más que intranquilidad, la sensación que teníamos era de incertidumbre con respecto a nuestro trabajo y las condiciones en las que íbamos a estar. En Leópolis lo que más sentimos fue el cambio entre una ciudad prácticamente sitiada como era Kiev, vacía durante todo el día, incluso fuera de las horas de toque de queda, bombardeada con las sirenas todo el día sonando y con la posibilidad de que quedásemos cercados con el contraste de una ciudad con una vida aparentemente normal. En Leópolis la gente iba al trabajo normal, las tiendas y los comercios estaban abiertos y había una apariencia de normalidad que no era tal porque hay miles y miles de refugiados y condiciones de guerra, pero el aspecto es lo que era chocante.
¿Y cómo se convive con la amenaza de que a uno le pueda caer una bomba? Porque también tuvieron que cambiar de hotel.
Eso fue porque donde estábamos en un primer momento; el hotel Ucrania, uno de los mejores de Kiev y que mira a la plaza del Maidán, está ubicado en el extremo de Maidán que está más cercano a los edificios del gobierno y del Parlamento. No era un sitio seguro porque el personal se fue después de la primera noche de bombardeos, nos quedamos solos y, después de dos o tres días, empezaron a llegar milicianos. El hotel se convirtió en un emplazamiento y por lo tanto también en un objetivo militar. Parte de los periodistas ya se habían ido después de la primera noche, nosotros aguantamos unos días más y finalmente cambiamos de lugar. El cuerpo y la mente se adapta muy rápidamente a una situación de estas características y es algo que me ha chocado mucho. Yo tenía muy claro que nosotros teníamos que trabajar, era nuestro lugar y por lo tanto había que adaptarse a la situación. No solo yo, sino todos mis compañeros y no solo los periodistas, sino la gente se adapta con mucha velocidad, mucha rapidez. Hay dos posibilidades: me adapto y huyo, lo que hace miles de personas o me adapto y me escondo que son los que se quedan. Eso es muy sorprendente, esa capacidad de adaptación ante una situación extrema es lo más llamativo.
“Lo más duro es la separación de las familias en la frontera, cuando los hombres acompañan a sus mujeres e hijos hasta el punto fronterizo y luego se tienen que quedar”
¿Cuál es la historia más dura que se ha encontrado?
Lo más duro, sin duda, es la separación de las familias en la frontera. Cuando los hombres acompañan a sus mujeres e hijos hasta el punto fronterizo y luego se tienen que quedar porque hay movilización general y los hombres en edad militar, de los 18 a los 65 años, pueden ser llamados a filas. Ahí conocimos la historia de un ucraniano que se llamaba Víktor y nos contaba como había ido a despedir a su mujer y a su hijo y se tenía que quedar. Estaba muy emocionado y también se preocupaba mucho por sus cosas personales en el apartamento que habían dejado en Kiev y a donde ya seguramente no podría volver. Había una flor, una rosa china que no podía regar y que nadie se ocupaba de ella… También nos hablaba de los gatos de la vecina que habían quedado sin alimentar. Todas esas cosas que te hacen pensar en cuestiones pequeñas, cotidianas, pero sin embargo adquieren un valor extraordinario cuando las tienes que abandonar, justo además cuando tienen que dejar a su familia. Eso sí fue duro.
Su último reportaje versaba sobre la cultura y la preparación de los ucranianos para preservar las joyas que guarda la biblioteca de Leópolis. ¿El patrimonio cultural es fundamental para entender la historia y el carácter de los ucranianos?
Claro que sí. La cultura, en el caso concretamente de Leópolis que es el extremo occidental, está determinado por su historia. Es un territorio que perteneció al imperio austro-húngaro, formó parte de Polonia y luego se integró en Ucrania. Es la parte, digamos, más germanófila o europea de Ucrania. Si no se entiende eso, no se comprende que haya la rivalidad y las tensiones que han estallado en Ucrania durante la última década, particularmente desde el año 2014 con la rebelión del Maidán con una parte del estado occidental y más europea frente a la más rusa del este y el centro del país. Esas dos estaban en tensión, más o menos en cierto equilibrio, pero desde el Maidán se rompió. La parte europea toma la voz cantante y la parte rusa se siente discriminada y busca la secesión en el Donbás o la guerra de Crimea y luego anexión en Rusia. Es fundamental entender la historia de Ucrania, porque si no no se entiende nada de lo que está pasando, lo reducimos a una cuestión de Putin, que desde luego es importante, pero hay una base histórica fundamental que hay que comprender.
“No sería muy útil analizar una guerra desde un punto de vista psicológico por el carácter de sus principales líderes”
¿Le está sorprendiendo el aguante del pueblo ucraniano?
Es esperable que una parte del pueblo ucraniano en algunas zonas del país muestre una gran resistencia ante un invasor y en este caso ruso, odiado por parte de la población. Sin embargo, creo que es algo que conviene poner en su contexto también. Es decir, se ha generado y además está aumentando el odio hacia Rusia, hay una clara ‘rusofobia’ no solo en Ucrania, por cierto, ya a estas alturas. Se está utilizando también desde prismas muy nacionalistas e incluso racistas. Desde el punto de vista occidental o de los medios occidentales, está bien captar y respetar la capacidad de resistencia de los ucranianos, pero atención también a glorificar algunos grupos que están haciendo de esto su particular política xenófoba, ultranacionalista y super excluyente.
¿Ve a Putin capaz de todo o la asfixia económica que esta implementando la Unión Europea, Estados Unidos y las grandes empresas también es otra forma de ganar?
No tengo ninguna capacidad de responder a eso. En todo caso, diría que no sería muy útil analizar una guerra desde un punto de vista psicológico por el carácter de sus principales líderes. Tampoco diría que haya que valorar particularmente la personalidad de Zelensky. Creo que aquí la cuestión es más hasta qué punto las sanciones y la presión internacional sobre Rusia pueden hacerle cambiar su posición. Por lo que se ha visto, Rusia ha decidido intervenir e invadir Ucrania. No sé hasta qué punto, no sé cuál es el objetivo final, pero ha decidido tomar la decisión a pesar de que sabía que le iban a sancionar y hacer la vida imposible, con lo cual no creo que ahora vaya a detenerse.
¿Le queda la sensación de que lo que ha vivido no es real?
Es como si le hubiese pasado a otra persona, pero sí sé perfectamente que es real. Tengo la sensación de que esto le pasó al otro Víctor, pero también sé perfectamente que era yo el que estaba ahí. Supongo que a ti te pasa también. Cuando estás haciendo la cobertura de algo donde pasan muchas cosas y tienes que responder, estás a 12.000 por hora y de alguna forma estás un poco enajenado, estás poseído por el trabajo y no estás siendo tú mismo, sino que estás siendo el periodista. Esto ya lo decía Sartre, no es una invención mía.
Cuando le llegó el aviso de que se iba a una zona de conflicto, ¿tuvo dudas?
No, ninguna, quería ir. Cuando me ofrecieron dije que sí. Tuve que consultar en casa para ver cómo me organizaba, pero no tuve ninguna duda.
El retorno ha sido cargado de imágenes: coches estampados con maletas, fronteras con cientos de refugiados. Supongo que hay cosas que no se puede quitar de su cabeza.
Así es. Hay imágenes que no puedes borrar y que ahora están muy presentes: coches llenos de maletas hasta el techo estampados en carreteras de mierda que son las que coge la gente para intentar evitar los grandes atascos. Como son malas, son más peligrosas porque van muy locos y con nervios; niños arrastrando maletas durante kilómetros para llegar al puesto fronterizo o el cartel de niños en el coche que ponen muchos para avisar un poco a quien interese que no abran fuego… Son imágenes que no se pueden olvidar.
Asturias se ha volcado con el pueblo ucraniano con la ayuda de material humanitario. Hay varias iniciativas en marcha, incluso camiones que ya han llegado a la frontera con Polonia. ¿Ver que su región se vuelca con los más necesitados es motivo de orgullo?
Sí, desde luego, claro que sí. Para todos los que queremos Asturias y Gijón es un gesto de solidaridad que le hacen a uno sentirse orgulloso de dónde viene. También me gustaría decir que ojalá eso se produjera con todas las crisis humanitarias que tenemos a nuestro alrededor. No me refiero a las más lejanas, sino a las cercanas. Es decir, que la gente que cruza África e intenta saltar nuestras fronteras en Ceuta también son seres humanos o los que mueren ahogados en el mar. No estoy quitándole valor a lo que hacemos, sino que deberíamos reflexionar un poco. Comprendo que hay una mayor cercanía con los ucranianos porque son blancos, muchos son católicos y aunque uno lo sea individualmente hay conexiones culturales, andan en coches parecidos a los nuestros y hay muchos en España y en Asturias que trabajan en diversos sectores: construcción, limpieza… y conocemos seguramente alguno. Me gustaría que eso fuese en todos los casos o por lo menos que reflexionásemos acerca de nuestra coherencia con respecto a esto, pero es menor. Lo importante es la solidaridad y si la hay, es lo que debe ser.
“Hay sobornos a la policía y a guardias de frontera de quienes tienen dinero para saltarse las colas. También el crimen organizado reserva trenes para su gente”
La guerra saca el lado más solidario, pero también una oportunidad para aquellos que ven en el dolor la manera de obtener dinero. Hablamos de sobornos, ¿verdad?
Hay sobornos a la policía y a guardias de frontera por parte de quienes tienen dinero para pagarlos y saltarse las colas. También hablamos del crimen organizado que reserva trenes o vagones para su gente o los que también lo pueden pagar. Ucrania ha sido el segundo país más pobre de Europa durante muchos años, ahora es Moldavia, y también es uno de los más corruptos donde hay una presencia del crimen organizado muy grande. Más que aprovecharse del dolor, que también, lo que se aprovechan es de quienes tienen dinero y poder, que a veces es lo mismo pero no siempre; la urgencia, las prisas y de un Estado que no es tal, sino que es un conglomerado de fuerzas que realmente no son un Estado como el que nos conocemos nosotros. En un momento como el que vivimos, se le ven todas las costuras y por esas costuras abiertas se cuela el que tiene poder y dinero.
Usted es padre. ¿Este factor influye cuando uno está en una guerra?
Influye cuando ves a guajes y eso te afecta más porque sabes lo que significa a todos los niveles: la cantidad de pañales que tienes que llevar o cambiar, el sueño que tiene, el miedo, la falta de condiciones que tienes para darle de comer o para que descanse… Cuando eres padre sabes exactamente lo que significa y puedes empatizar aún más con la gente que ves escapando con los niños.
Se convirtió en una cara habitual en miles de casas. Informativos y programas por la mañana, por la tarde, por la noche. ¿Le daba tiempo a dormir?
Dormíamos poco, cinco horas, seis el día que más. Se duerme poco, pero esto es así, no tiene nada de particular, es parte del trabajo y no hay que hacer tampoco ningún alarde de resistencia.
En su tierra no le han faltado apoyos. ¿Le ha sorprendido esta especie de fama?
Esto no me lo esperaba. Llevo muchos años trabajando en esto y no me dedico a ello por la fama de la televisión. Sé que tiene ese aspecto visual, pero paso un poco del tema. Por lo tanto, todavía me sorprende más y no sé ni siquiera qué decir.
Su trabajo ha adquirido tal fama que está nominado al XVII Premio José Couso de Libertad de Prensa.
Todavía más sorprendido por eso, pero en este caso, también muy honrado. Además, me han nominado junto a Erika Reija, compañera y corresponsal en Moscú hasta hace unos días; Mónica Bernabé que lleva un montón de años trabajando de forma muy meritoria en condiciones muy complicadas en Afganistán y Pablo (González), detenido en Polonia en una situación completamente injusta y que debería acabarse ya. Es un honor compartir con ellos esa nominación y más aún un premio de estas características con el nombre de José Couso, asesinado por los militares estadounidenses que invadieron Irak y al que respeto muchísimo y a su familia: a Javier y David, sus hermanos, a su madre. Es un símbolo de la libertad de prensa y de la necesidad de medios libres que puedan ejercer su profesión en libertad y en condiciones de respeto al derecho de información de los ciudadanos.
Uno de esos apoyos el del presidente del Principado Adrián Barbón que invitaba a seguirle en Twitter. ¿El cariño de Asturias ha ayudado a sobrellevar la guerra?
Desde luego, es otra cosa sorprendente y me llena de ilusión. No escondo que soy asturiano y de Gijón en concreto, me siento muy orgulloso de ello y que los paisanos te digan eso te genera una sensación de alegría. Tampoco sé muy bien cómo reaccionar. Es decir, es guay, pero no sé muy bien qué decir porque a fin de cuentas estoy haciendo mi curro…
Su cuenta se convirtió en una especie de diario. No solo por las crónicas que compartía, sino por las imágenes o informaciones de otros medios internacionales que también hacía visibles. ¿Ha sido también una herramienta informativa?
Trataba de que así fuera. De hecho, utilizo Twitter solo para cuestiones profesionales o informativas, no divulgo mi vida personal ni me interesa hacerlo. Pretendía usarla para para dar toda la información que yo pudiera, información que no siempre entraba en el telediario. Ponía unas imágenes de palomas que venían todos los días a la ventana del hotel a husmear porque también existe esa parte de la ciudad donde sigue de la vida a pesar de la situación extrema en la que se encuentra. Trataba de informar en la medida de lo posible a través de la red social no solo con noticias, sino también con las cosas que veía y me parecían bonitas, interesantes o terribles, pero que no podían tener cabida en los medios convencionales con los que trabajo: radio, tele y web.
“La guerra es el terreno por naturaleza de la falsedad, la mentira, el engaño y la propaganda para intentar hacerse una imagen que no es la real y fastidiar la del enemigo”
Quizá la sociedad no es consciente, pero otro de los frentes en las guerras es la desinformación. ¿El trabajo en este tipo de escenarios lo hace más complicado?
Es difícil. La guerra es el terreno por naturaleza de la falsedad, la mentira, el engaño y la propaganda entendida como la mentira pública o la mentira para intentar hacerse una imagen que no es la real y fastidiar la del enemigo. La guerra como tal hay que asumirla así y de los dos bandos en contienda, no sólo de uno. Es decir, por supuesto que la parte rusa hace propaganda, pero la ucraniana también y es lo normal, no debemos llevarnos las manos a la cabeza porque es un arma de la guerra. Eso hace que las redes, los medios se llenen de pseudoinformación o de informaciones falsas y hay que andar con mucho cuidado para que no te la cuelen.
Estamos viendo como el periodismo también está sufriendo las consecuencias de la guerra con detenciones, heridos o muertos. ¿Este tipo de sucesos hacen que uno viva más alerta?
Ya estábamos alerta antes de los últimos sucesos que han sacudido a los periodistas, pero cuando pasa todo esto te hace redoblar la atención porque piensas: ‘Ya estaba atento, pero ahora voy a estar un poquitín más e intentar preservar mi integridad’. Al final no vas a entregar la vida por Radio Televisión Española por mucho que yo quiera a mi empresa y crea en el servicio público. Lo importante es contarlo y para eso hay que estar vivo e íntegro.