«Lo importante para la autoridad de bota alta era, entonces, hacerme «desaparecer» de las calles. Invitarme a un escondite casi definitivo»
Ayer mismo me acordé sin quererlo de aquellos extraños días de pandemia.
En la cola del súper un canoso alto le comentaba a otro ‘lobo gri’s que su familia lo había pasado muy mal en 2020 con el dichoso COVID. Seguían animados en la conversación, y la cajera parecía interesada en sus peroratas. Me puse nervioso, lo reconozco; la litrona empezaba a calentarse, y yo también. Y es que un par de voces a tiempo resuelven momentos de duda, y si me pongo de mala hostia dejo de ser invisible así, como por arte de magia. Apurando la birra en el parque me vi de nuevo en aquella soleada primavera de 2020. Solía ponerme al sol en Honesto Batalón, en el peldaño de un portal. Desde la ventana me miraban los que tenían que estar protegidos en sus casas, y yo les sonreía. Hace doce años que vivo en la calle, creo, uno ya pierde el recuento del calendario por culpa de esa bruma que ofrecen las galimbas baratas o el vino en cartón. Si no me mató la heroína no lo hará la cerveza barata, Será de otra cosa cuando tenga que decir adiós.
En el peldaño de Honesto Batalón tostaba mi cara al sol del mediodía. Un día pasaron tres camionetas militares y, al siguiente, dos ‘munipas’ me dijeron que tenía que «refugiarme» en un cajero, o donde pudiese. No se podía beber en la calle; es raro, porque yo llevaba años haciéndolo. Me entró la risa tonta; todavía me río. Qué caras de panolis cabreados tenían… Venían en moto y las aparcaron a veinte centímetros de mis zapatos. Es curioso, no sé lo que pasó ayer entre la compra en el súper y la siesta en un garaje, y aquel momento lo tengo grabado a fuego en mi cabeza. Lo importante para la autoridad de bota alta era, entonces, hacerme ‘desaparecer’ de las calles. Invitarme a un escondite casi definitivo.
En aquella primavera cojitranca y cagada de solitarias aceras el menda subía a diario hasta el Elogio. En medio del gigante de hormigón esperaba, ansioso, el ‘baño’ de viento. Cerraba los ojos y me envolvía el vendaval, limpiando malas etapas de pérdidas: familia, novia, casa, amigos, estudios… Tiempos de pérdidas, extraviando ilusiones, esperanzas y mierdas similares, que manchan camisetas y tazas en las tiendas pijas. Una tarde deslicé mi cansado cuerpo pegado a las desnudas paredes de Tabacalera, me dormí al quinto trago de un calimocho aceptable. Los fantasmas y los gatos me obligaron a madrugar. Así que no, repito, ya no aguanto más el dolor de la muela; de la última salió un gusano blanco como la nieve, Hay que localizar al polaco, es un dentista cojonudo, siempre pegado a sus tenazas, el muy cabrón. Igual dejo un regalo en el portón del Club de Regatas, bajar y subir el pantalón, algo rápido. Me hice con buenas provisiones: latas, cartón y vidrio. Espero dormir como un rey antes de la guillotina; ojalá, por pedir…
Perra vida, joder, perra vida.