Agravios comparativos o cuando la esencialidad de las cosas nos viene marcada por decreto
«Si las decisiones no son acertadas, cuando recuperemos la normalidad -la que sea- podemos encontrar nuestras calles con una sensación de vacío comercial de primer nivel«
Cada persona pone la esencia de sus días en cosas o acciones bien diferentes. Para unos, el café de la mañana es algo esencial como para otras dormir siempre ocho horas. Hay quien encuentra en los chiringuitos la esencia de un día de playa y otros no conciben un paseo de domingo que no acaba en vermú. Todo el mundo tiene sus costumbres indispensables.
La cuestión es diferente cuando esa esencialidad de las cosas nos viene marcada por decreto. ¿Qué pasa cuando es un Gobierno el que determina qué cosas son esenciales o qué servicios son indispensables y cuáles no? Pues les respondo: cuando sucede eso lo más probable es que la arbitrariedad acabe generando agravios comparativos. Les planteo alguno de los que me he encontrado en mis últimos paseos.
La última declaración del estado de alarma dejó en manos de los gobiernos autonómicos la capacidad de determinar qué actividades son o no esenciales. De forma unánime, los bares, cafeterías, restaurantes y similares fueron descartados de la nómina de imprescindibles. La hostelería bajó la persiana el mismo día que lo hicieron cientos de pequeños y medianos comercios no dedicados a la alimentación que no son considerados esenciales por la autoridad competente.
Estas medidas se toman para reducir una curva de contagios que se empeña en subir de forma exponencial y seguramente la decisión acabará teniendo su efecto, pero, de momento, yo no acabo de entender el criterio de esencialidad para frenar los contagios. Y menos lo entienden los que con las persianas bajadas ven cómo sus cuentas se ahogan mientras, con solo los esenciales abiertos, la lista de personas afectadas por el virus no para de crecer.
«(…) no me digan que una zapatería para niños tiene más peligro sanitario que un estanco o una librería«
Me lo expliquen. ¿De verdad que un estanco es más esencial y genera menos riesgos que una zapatería? En plena pandemia: ¿es más esencial una peluquería que una tienda de calcetines? ¿Un tratamiento facial o una depilación es más indispensable que una costurera? ¿Es más segura una clínica de fisioterapia que un gimnasio? Y algo que me indigna: ¿Me puede justificar alguien que la franquicia “Tiger” es un negocio esencial en estos momentos? Las gasolineras son esenciales, por supuesto, pero ¿sus cafeterías? Para un transportista, no hay duda, pero el caso es que, si se fijan, están abiertas sin ninguna discriminación.
Vivimos tiempos muy difíciles y, de momento, no existe un manual de instrucciones para afrontar esta pandemia, pero es necesario que se revisen los criterios de esencialidad porque si las decisiones no son acertadas, cuando recuperemos la normalidad -la que sea- podemos encontrar nuestras calles con una sensación de vacío comercial de primer nivel. Pónganse condiciones estrictas de seguridad pero no me digan que una zapatería para niños tiene más peligro sanitario que un estanco o una librería.
Genera tristeza e incluso angustia pasear por algunas calles del centro de la ciudad en las que comienzan a acumularse en los escaparates los carteles de alquiler o venta mientras los contenedores de papel y cartón rebosan de embalajes de Amazon. “Ahora, más que nunca, compra en tu barrio”, reza la campaña. Por favor: hagamos de este lema algo esencial.
Nacho Poncela es periodista y colaborador de miGijón