En un miserable país (regido por mediocres), injusto, clasista y sin memoria
En mis pasos perdidos por Cimavilla tropiezo a menudo con un cartero que parece un turista teutón en Mallorca. Voz rotunda, alto, de sienes plateadas, camisa de manga corta, chaleco y sandalias con calcetines. La pasada mañana nos encontramos entre Artillería y Óscar Olavarría y al cruzar la acera un veterano vecino asomado a la ventana preguntó al empleado de correos si tenía carta. -Si hay carta hoy o mañana me la pasas por debajo de la puerta, como siempre. El cartero, agarrado al carrito repleto de paquetes, respondió con voz de barítono apagado: -Mira, me dice el jefe que tengo que dejar las cartas en el buzón, le comenté que en muchas casas del barrio viejo no hay buzones, entiéndeme es por la ley de protección de datos.
El vecino que seguía apoyado en el marco de la ventana no retiró la mirada y permaneció en silencio cuatro interminables segundos, acostumbrado a resolver asuntos desde el alfeizar: «butanero una al tercero», «resérvame dos barras poco cocidas, bajo ahora». Mantenían un duelo de miradas mientras el viento peinaba cornisas como en una vieja película de Sergio Leone. Y de repente el cartero decidió romper la silente tensión. -No te preocupes, mientras pueda seguiré dejándote las cartas por debajo de la puerta. Dio los buenos días y apuró la calle hasta que mi vista perdió el conocido logo amarillo de su chaleco. Esa ley que sirve como obligación y norma en Correos no fue impedimento para los oportunistas de poltrona a la hora de exigir el breve y absurdo pasaporte covid.
El escritor Primo Levi lo tenía muy claro: «Más peligrosos que los monstruos son los hombres comunes, los funcionarios dispuestos a creer y actuar sin hacer preguntas». Pueden llamarse funcionarios, concejales, comisarios políticos, médicos de cabecera, adoradores nocturnos, pelotaris de trinchera o directores de zona en Correos. Las víctimas van a ser las mismas de toda la vida, aquellas personitas que pelean la semana. El pelotón de los humildes, a los que tan solo nos resta hacer planes de lunes a martes o de viernes a sábado, ir más allá o intentarlo es un ejercicio temerario y fantasioso. Fernando Fernán Gómez afirmaba que estudiar una buena carrera o conseguir comprarse una finca enorme era inútil, todo dependía de las decisiones de los altos poderes en un determinado momento, todos los que creían que el futuro les pertenecía estaban equivocados. No voy a discutir las verdades del barquero y mucho menos si vienen firmadas por este genio pelirrojo, leyenda de nuestras artes escénicas, del mejor cine sin peajes, de las letras zaheridas. Letras que siguen viajando en el vendaval del olvido. En un miserable país (regido por mediocres), injusto, clasista y sin memoria.