«Tengo que compartir la voz de los vecinos que reclaman vigilancia electrónica en determinados puntos que permitirían ofrecer mayor seguridad y tranquilidad»

Quizás porque me crie en un barrio con más charcos que aceras y con más obreros en paro que coches aparcados en las calles, nunca fui especialmente asustadizo a la hora de moverme por las ciudades, ni de día ni de noche. Durante mi niñez se jugaba en la calle, se andaba en bicis destartaladas, se hacían carros de madera con ruedas extraídas de rodamientos que aseguraban desesperación vecinal durante las horas que duraban aquellas tardes de verano. Todos jugábamos con todos y con todo y sin la preocupación de si bici, patinete, canicas o yo-yó se quedaban sobre una acerca o tirados frente a uno de los muchos portales que todas las noches quedaban más abiertos que cerrados.
La situación cambió durante una adolescencia marcada en muchas familias por las consecuencias de la heroína que hizo estragos en las casas y también en las calles. Recuerdo que muchos días, camino del Instituto, acelerábamos el paso sino corríamos para eludir atracos repetidos por cinco duros o situaciones más graves a punta de navaja. Ahí fue cuando las bicis pasaron a los trasteros y las calles dejaron de ser esa especie de gran parque infantil.
Con el paso de los años, los amigos de lo ajeno se han hecho más informáticos y hace tiempo -si no es así me corrigen- que no sabemos de atracos a punta de navaja o, por ejemplo, los tirones y los robos por descuido tampoco estaban muy de moda últimamente.
Pero todo cambia y la realidad se empeña en descubrirnos que, si bien esta ciudad en la que vivimos es considerada como una de las más seguras del país en lo que a robos se refiere, no está exenta de un evidente repunte en este tipo de delitos. Según los datos que hemos conocido esta semana, en los últimos meses se han producido varios asaltos de viviendas en la zona rural, de igual manera que en la zona del parque fluvial en Viesques, se han denunciado robos, por ejemplo, de algún que otro patinete en la zona de la pista deportiva.
Como paseante y pateador de la ciudad y de su zona rural, hoy tengo que compartir la voz de los vecinos que reclaman vigilancia electrónica en determinados puntos que permitirían con solo ofrecer mayor seguridad y tranquilidad sino también se convertirían en elementos disuasorios de los amigos de lo ajeno. Y voy más allá, a riesgo de que me critiquen en tiempos de restricciones eléctricas como los que vivimos. Es fundamental que el ayuntamiento apure la redacción del denominado ‘mapa del miedo’ propuesto por Ciudadanos y aprobado por el Pleno el pasado mes de mayo. Hay todavía demasiadas zonas con poca o ninguna luz en una ciudad que ha crecido y en la que se han generado muchas nuevas áreas residenciales, e incluso espacios laborales y deportivos.
Y si me permiten a modo de ejemplo, incluyan autoridades locales en ese mapa de zonas oscuras, el Camino de las Clarisas o la pista del parque fluvial, un pulmón, por cierto, en el que no se comprende que tampoco hay luz en las sendas más alejadas del centro cuando son, somos, muchas las personas que pueden hacer deporte o pasear cuando el invierno impone su horario con prontitud. Hay tramos de carril bici en el entorno de Contrueces en las que las luminarias brillan, pero por su ausencia, de igual manera que al Parque Isabel La Católica tampoco le irían mal algunas bombillas más o en la preciosa senda que nos lleva hasta Deva la iluminación resultaría muy útil para aumentar la seguridad.
Sé que estamos en tiempos de restricción energética, pero recuerdo que las energías renovables nos permiten desde hace tiempo opciones para que Gijón sea una ciudad más segura, una ciudad con más luz.