«Un hotel de lujo a los pies del barrio más turistificado y gentrficado de la ciudad es sinónimo de desastre y la sentencia de muerte para la Cuesta del Cholo, el ágora donde se mezclan todos los Xixones que existen»
Toda ciudad tiene su ágora, un lugar donde poder ver y dejarse ver, un espacio que acoge a todo el mundo pues allí nadie se siente solo o extranjero. Pienso ahora en Las Tullerías de París, con sus sillas donde recostarse y no hacer nada, o en el teatro romano de Amán, sentada a la sombra, viendo a los niños jugar mientras charlas con un grupo de granadinas y piensas que en ese momento la vida es casi perfecta. En Xixón ese lugar es una cuesta empinada que comunica el puerto con Cimavilla y al barrio con el resto de la ciudad. En la Cuesta del Cholo se mezclan todos los Xixones que existen: el pijo, el cool, el obrero, el joven, el no tan joven, el canalla, el conservador… Al menor indicio de un rayo de sol, la Cuesta se llena de gente; botellas de sidra, botellines de cerveza, bolsas de patatitas, niños y niñas correteando, grupos de amigos, turistas y migrantes que se saben aceptados e integrados. Y por encima de todos ellos reina Cimavilla, el barrio más antiguo de Xixón, pobre, solidario, paria, bello y austero a su pesar, donde hasta no hace tanto los niños se morían a docenas por culpa de la tuberculosis. El barrio de Rambal y las cigarreras, lugar maldito donde las élites iban a divertirse y las mujeres tenían fama de ingobernables. Durante mi adolescencia en Cimavilla aún convivían algunos burdeles con los tablaos flamencos, y los bares míticos en los que se forjó el ‘Xixón Sound’ con las sidrerías con el suelo lleno de serrín, manteles de papel y pescado fresquísimo. Cuando iba de paseo por Cimavilla con mi güelu Benigno este siempre señalaba con orgullo la Casa Natal de Jovellanos y las termas romanas y presumía de que, una vez, nuestra familia tuvo puestos de pescado y que eso nos convertía en playos y, por tanto, en la élite de Xixón, aunque los puestos los perdiera un bisabuelo jugando a las cartas.
Como la mayoría de la gente de esta ciudad, tengo una imagen del barrio de Cimavilla vinculada a mis recuerdos, mis experiencias y mis sentimientos. Puedo enumerar las noches interminables en La Plaza o en el TNT escuchando música con mis amigos, todos nosotros con el aspecto de haber trabajado como extras en Singles, con nuestras melenas salvajes, camisas de franela, vestidos babydoll con botas militares y chupas de cuero que comprábamos en el Rastro y que nuestras madres odiaban con toda su alma. Tampoco podré olvidar el día en el que a mi pareja y a mí se nos petó el R5 y nos dejó tirados frente a la estatua de Pelayo y cómo fuimos socorridos por todo un académico de la llingua o un cumpleaños en el que, ya de retirada, pasamos por la Cuesta y nos encontramos a unos amigos y «venga, quédate, vamos a celebrar», y vaya si celebramos pues aquella tarde fue la primera vez -y la última- que nos pusieron una multa de la ORA. Ese barrio ya no volverá, pues es una reconstrucción y una idealización de todo lo que recuerdo y me gusta de esta ciudad, además estoy segura de que no coincide con la imagen que otra mucha gente tiene de él. Pero, por encima de todos mis recuerdos, existe un barrio real, tangible, material, que lleva muchos años arrastrando problemas pues es un barrio envejecido, todavía pobre y que no cuenta con servicios básicos como un supermercado o centro de salud cercanos, un barrio con problemas para conectarse y comunicarse con el resto de la ciudad y que además ha sufrido los embates de las diversas burbujas que se han ido cultivando y estallando en Xixón a lo largo de las décadas y que hoy en día se enfrenta a la turistificación y la gentifricación con la complicidad de un Ayuntamiento y unas instituciones que, en su política cortoplacista, están destrozando Xixón y haciendo que pierda todo su encanto. Cimavilla es, no debemos olvidarnos, un barrio que alberga además restos arqueológicos y de valor histórico en una ciudad en la que estos no abundan, por lo que cualquier actividad tiene que tener en cuenta siempre la necesidad de proteger el patrimonio que nos pertenece a todos.
Hace unos días leí que en Kioto las autoridades van a prohibir a los turistas entrar en los callejones del distrito de las Geishas en el barrio de Gion, pues la gente que en ellos habita está ya hasta el moño de la masificación y de que les tomen como extras de un decorado de cine. Además, van a cobrar una tasa y restringirán el número de personas que pueden visitar el Monte Fuji ante la avalancha de turistas que sufre el país, por lo que no quiero ni imaginar lo que se les va a venir encima este verano después de la locura desatada por Shogun. Estas medidas contrastan con la alegría con la que el Principado acomete obras para destrozar espacios naturales para acoger todavía a más turistas o la despreocupación de la ciudadanía de Xixón ante el anuncio de la construcción de un hotel de cinco estrellas en el edificio que albergaba las oficinas de la Autoridad Portuaria, edificio cuya protección ya se ocupó además la Consejería de Cultura de modificar a toda pastilla porque las cosas hay que hacerlas siempre mal y, sobre todo, a prisa y corriendo, no vaya a ser que nos dé tiempo a darnos realmente cuenta de qué es lo que nos están haciendo.
Un hotel de lujo a los pies del barrio más turistificado y gentrficado de la ciudad es sinónimo de desastre y la sentencia de muerte para la Cuesta del Cholo, pues, si los turistas que se alojan en los hoteles rurales se quejan del ruido de los cantos de los gallos y del olor de las vacas, imaginad cómo les sentará tener que convivir junto a las decenas de personas que se congregan libre y alegremente allí en cuanto luce el sol. Y cuando todo lo que hacía de esta ciudad especial y habitable haya desaparecido llegarán las lágrimas, tan rápido como se volatilicen los últimos turistas.
Silvia Cosio
Que cansinos con Cimata!!!
Barrio pobre de Gijón puede ser el Cerillero donde vivo, o Roces ,… Hace décadas que Cimata dejo de ser ese barrio de pescadores del que hablas, y te lo dice alguien que trabajo en uno de esos bares que tú nombras tan cool…que por cierto destrozaron la vida de muchos vecinos que no podían dormir los fines de semana.
Aunque se abra un hotel «para ricos» esos bares para que tú vayas a posturear allí van a seguir existiendo y la Cuesta del Cholo igual….por cierto no creo que la mayoría de los que están en la Cuesta vivan en Cimavilla.
El Centro de Salud de Puerta la Villa está a menos de un kilómetro caminando, y si no hay supermercados es porque ninguna empresa privada vio la demanda… ¿ O acaso tiene que abrir un supermercado el Ayuntamiento???
Roberto, contentísimo de que se carguen aquello que hace que su ciudad, sea su ciudad. Postureo neoliberal. Bravo.
Postureo de todos los colores. Solo hay que ver el gobierno nacional que tenemos, que dice hoy una cosa y mañana otra. El hotel de cinco estrellas ahí no se hace ni para fastidiar a Cimavilla, ni para destrozarla. Es una ubicación lógica. Por cierto, mira que no hubo problemas de seguridad y vandalismo en esa Cimavilla idealizada que cuenta la articulista. Qué pronto os gusta a algunas personas poner etiquetinas si no se comulga con vuestra ideologia. Lo que si murió, creo que para siempre, gracias, es ese Xixón «obligatoriamente» de izquierdas. Ajo y agua para unos y otros cuando toque.
Creo que a los capitalistas liberales no les interesa el contenido del artículo. El caso es rentabilizar una ciudad que cada vez es menos de los gijoneses.
Y así, una ciudad contaminada, pequeña y principalmente industrial se ha convertido en un punto de encuentro masivo para turismo del mal gestionado (masivo y gentrificante, como bien dice la autora del texto). Ya no se puede tomar una botella de sidra en la calle, ni poner música o caballitos en las fiestas del barrio, ni un gaitero en un chigre, no vaya a ser que moleste y espante a los turistas, que vienen a ver… No sé qué vienen a ver, pero cobrar 800€ por 15 días en un piso de alquiler vacacional hace que los locales no tengamos ya opciones de alquiler asequible, y cobrar un menú a 23€ hace que la hostelería venda a precios desorbitados productos que poco tienen que ver con la gastronomía local auténtica. Han convertido a Gijón en un impostor. Ya no es lo que era, y a las gijonudas, culo moyao como yo (orgullosísima de serlo) nos duele el alma (y el bolsillo).
Xixon será siempre de izquierdas pero el progreso es bienvenido.
No digan tonterias- y dejen esa mentalidad de probes que arrastran algún gijonés.
Bienvenido,la cuesta del cholo seguirá igual y lamentable artículo.
Es justo al revés, probe es el que piensa que por que haya infraestructuras para ricos la ciudad se hace más rica. Y hay experiencia de sobra en toda la peninsula para comprobarlo.
Y el Coliseo, solo para los romanos. Y la Sagrada Familia para los barceloneses. Espero que no se te ocurra visitarlos, Silvia. La hospitalidad siempre ha sido una cualidad de los asturianos y en especial de los gijoneses. Si ya no te gusta está Cimavilla, vete. Pero no pidas que prohíban entrar a los demás.
Ese es el nivel de tolerancia a las opiniones, «Si no te gusta, vete».
La cuesta del Cholo, para empezar, debería acogerse a la ley de terrazas como el resto de los locales de hostelería, ya que si no está incurriendo en competencia desleal. Terrazas con un aforo limitado, con un horario marcado, y pagando impuestos por el uso de la vía pública. Y una vez que tengan su licencia de terraza, ningún vecino o turista podrá quejarse, ya que estarían dentro de la legalidad, al igual que el resto.
Qué te obliguen a que te dé asco tu lugar de nacimiento, es lamentable. Y por vida me duele el doble. Cimavilla es un lugar sin ley, y los que la imparten, saben muy bien a por quién no van.