Manuel Cañete Pantoja
Que vuelvan los toros a Gijón no es un acto de libertad ni una vuelta a la normalidad. Que vuelvan los toros es una vuelta al pasado, al medievo, a una brutalidad contra un animal bellísimo, impropia del siglo XXI y de un país como el nuestro
Decía Ortega y Gasset: «No puede comprenderse bien la historia de España sin haber construido la historia de las corridas de toros». Y no le falta razón, pues la historia del toreo y su rechazo social y político van parejos en el devenir de los centenares de años de existencia.
Si el servicio meteorológico de AEMET anuncia fuertes vientos, frío y nieve, el Principado de Asturias pide a los ciudadanos que «suspendan cualquier actividad que ponga en peligro su vida y la de los servicios de emergencia que le tengan que atender». Cada vez que alguien, un insensato, pasa por alto estos avisos, decenas de personas de los servicios de emergencia salen en su busca, poniendo en peligro hasta su propia vida para rescatar a esta persona. «Aunque vi la muerte cerca, tenía confianza en que vinieran…», dicen los insensatos rescatados.
Hace ahora un año, en agosto de 2023, el torero riojano Diego Urdiales retomó el arte de matar toros en Gijón con esta frase en un periódico: «En el toreo te enfrentas a la muerte sabiendo que puede venir». Las administraciones locales y regionales, lejos de tomar medidas que eviten esto, le abren puertas a la muerte y al espectáculo dantesco de ver el albero del coso cubrirse de sangre de un animal cuyo único «error» es ser fiero y bello.
Poco después de ser nombrada alcaldesa de Gijón, Carmen Moriyón destacó en rueda de prensa que la recuperación de la Feria Taurina suponía «no solo la vuelta a la normalidad, sino también un acto de honra a nuestros antepasados». Que vuelvan los toros a Gijón no es un acto de libertad ni una vuelta a la normalidad. Que vuelvan los toros es una vuelta al pasado, al medievo, a una brutalidad contra un animal bellísimo, impropia del siglo XXI y de un país como el nuestro.
En la plaza gijonesa del 6 de agosto, y cada año en esa fecha, tiene lugar el homenaje al ilustre gijonés Gaspar Melchor de Jovellanos, a quien el rey Carlos III encargó un informe sobre el toreo, animalada que el rey Borbón abolió por considerarla una salvajada impropia del ser humano. No es solo reprochable que lean los textos de tan ilustre y liberal personaje gijonés personas que se mueven en las antípodas ideológicas y de libertades, también lo es que nadie, en la liturgia anual del homenaje, lea parte de este párrafo que Jovellanos entregó a Carlos III:
«La lucha de toros no ha sido jamás una diversión ni cotidiana, ni muy frecuentada, ni de todos los pueblos de España, ni generalmente buscada y aplaudida. En muchas provincias no se conoció jamás; en otras se circunscribió a las capitales, y dondequiera que fueron celebrados lo fue solamente a largos periodos y concurriendo a verlas el pueblo de las capitales y tal cual aldea circunvecina. Se puede, por tanto, calcular que de todo el pueblo de España apenas la centésima parte habrá visto alguna vez este espectáculo. ¿Cómo, pues, se ha pretendido darle el título de diversión nacional?»
Vuelve a Gijón el bárbaro ritual de matar a los toros en exposición pública.