«La lucha entre las dos aficiones, racinguistas y gijonesas, embelleció el estadio como hacía tiempo que no veía. Mirar, entre la potente lluvia, la esquina de los seguidores del Santander hacía presagiar el fabuloso ambiente»
El sábado vimos en el Molinón un espectáculo precioso, cargado de emoción, de idas y vueltas, de colorido… Y no hablo de lo ocurrido en el césped, sino de lo visto en la grada. La lucha entre las dos aficiones, racinguistas y gijonesas, embelleció el estadio como hacía tiempo que no veía. Mirar, entre la potente lluvia previa al encuentro, la esquina de los seguidores provenientes de Santander, hacía presagiar el fabuloso ambiente que vimos a lo largo del partido. Eso, esa lucha de gargantas, de colores, de alegría, debería ser el fútbol de manera generalizada, y da pena pensar cómo o qué hemos hecho para llevar a la grada las mayores bajezas humanas.
A excepción del «Que sí, joder, que piiiiiiii Santander», no escuché nada más que cánticos, ánimos y gargantas intentando ayudar con su voz a los correspondientes equipos. Hasta en eso ganó el Racing. Fue una maravilla ver bufandas al viento con colores verdiblancos en todas las partes del estadio, en todos los rincones, conviviendo aficiones, con respeto, pero con la facilidad de mostrar alegría al marcar los goles o tener las ocasiones para ello. Cuando en la grada vieja del centenario campo ondean otras bufandas que no son las rojiblancas y ves la normalidad que estamos haciendo excepcional, piensas «¿Por qué no es posible revertir una situación presente desde tiempos pretéritos y, de manera distinta a entonces, normalizada por la sociedad? ¿Por qué no es posible que lo visto este fin de semana en El Molinón sea lo habitual?».
Esta Semana Santa, durante este Ramadán, estuve en Nápoles, en donde argentinos e italianos conviven con un dios humano, en donde los grafitis elevan al cielo la camiseta celeste del Diego. Un Maradona presente en la vida de los napolitanos en cualquier esquina, en agradecimiento por convertir a esta ciudad en un icono dentro del mundo futbolístico, por la grandeza de un pibe que llevó a un equipo a ganar títulos y, en su caso, a empezar a perder el partido de la vida. La cultura futbolística es enorme en la ciudad, y la tensión provocada por sus hooligans en toda Europa, también. En esa caótica urbe futbolera leí sobre las declaraciones entre lágrimas de Vinicius, sobre su enésima denuncia ante el racismo que sufre. Aquel que ponga un ‘pero’ sobre el fondo del mensaje debería saber que, con su actitud, forma parte de la normalización de actitudes indeseables en el fútbol.
Ya escribí sobre el valor de Vinicius a la hora de señalar y denunciar al racismo; ahora lo hago a la hora de seguir haciéndolo entre lágrimas. Sigo opinando que llorar en público en esta sociedad esterilizada es de valientes, parece más fácil esconderse en el machismo de Chilavert con sus mensajes homófobos que dejar salir las emociones a la vista de un mundo que entiende la emoción como flaqueza. Cuando se hace, cuando uno expresa entre lágrimas lo que siente, saltan los defensores del encorsetamiento social, de las conductas ‘adecuadas’ adquiridas durante años, de la desconfianza o la sensación de debilidad de quien lo hace. Vinicus llora porque es humano, porque siente y porque se emociona. Defiendo a la persona, no al excelente jugador y mal profesional, son dos cosas diferentes. Sigo diciendo que el comportamiento de Vinicius en el campo es perjudicial para la creación de valores y la dignificación del juego, pero ante la batalla del racismo, que debe ser de todos, no podemos poner peros, ni poner dudas sobre si sus lágrimas son para una producción sobre su vida, ni podemos mezclar asuntos que puedan minimizar la denuncia sobre uno de los grandes fracasos del fútbol mundial. El racismo es una lacra en la sociedad y en el fútbol, si hay un embajador con el enorme poder mediático de uno de los mejores jugadores del mundo, estupendo. Las lágrimas forman parte de la emoción; si alguien llora ante millones de espectadores, escuchémosle sin preguntas, pues eso es humanidad.
Volviendo al ambiente de El Molinón, debemos dar gracias a las dos aficiones de lo ocurrido en el campo de fútbol y, espero, en las calles de Xixón (no leí, ni escuché ningún altercado reseñable). Eso es lo que hace grande este deporte: la afición. Y esa afición debe poder tener el espacio para manifestarse, mostrarse como es, gritar lo que siente por sus colores, vestirse con la camiseta de quien defiende. Estamos desde hace años perdiendo algo tan básico como es el disfrute de una pasión. ¿Por qué es una provocación que alguien vaya vestido del Oviedo el día que se juegue el derbi en Xixón o al revés? ¿Por qué no poder disfrutar del partido desde el mismo momento que te enfundas la zamarra en tu casa? ¿Por qué no cantar en un bar el himno alguien del equipo foráneo? Pues no, no se puede, porque cada vez más idiotas deciden lo que se puede y no se puede hacer ese día de partido. Sí, cada vez son más. Antes estaban encapsulados en los fondos, ahora los tontos están en todos sitios, con comentarios en las redes antisociales incrementando a otros tontos sus sentimientos de odio hacia no saben ni qué, y creen que en una sidrería se pueden decir comentarios despectivos hacia alguien que solo está comiendo con una camiseta.
Debemos acabar con eso, y la mejor manera es el ejemplo dado en el estadio gijonés. Quien viendo el fabuloso ambiente de El Molinón no se haya enamorado de esto que se llama fútbol, no lo podrá hacer jamás, porque las pantallas sólo sirven para ver el deporte, el estadio para sentirlo. Quien no sienta, no podrá llorar, no podrá amar, no podrá emocionarse, y el fútbol es emoción, que no se nos olvide. Ganó el Racing, en el campo y en la grada. Enhorabuena. Gana Vinicius cada vez que denuncia el racismo, y con su batalla ganamos todos
Pues eso…tú lo has dicho: «porque cada vez más idiotas deciden lo que se puede y no se puede hacer ese día de partido»