En 2001 la corverana Herminia Rodríguez ‘cazó’ al vuelo una toalla usada por el dúo catalán para secarse el sudor tras su concierto en Oviedo; veintitrés años después no ha podido devolvérsela en Gijón… Pero sí ha conseguido una segunda
Raro es que una persona, en algún rincón recóndito, oscuro y olvidado de su hogar no guarde ciertos recuerdos de sus ídolos musicales, como pequeños tesoros capaces de hacer viajar a la memoria a tiempos pasados. Una entrada ya descolorida, un autógrafo garabateado en una servilleta de papel, quizá una púa regalada por el guitarrista de moda entonces… Hace veintitrés años, cuando todavía era un dúo relativamente poco conocido que daba sus primeros pasos en la escena musical, Estopa, hoy emblema por antonomasia de la rumba catalana, obsequió a la corverana Herminia Rodríguez con uno de tales souvenirs… Tal vez, eso sí, un poco menos típico y más escatológico de que cualquiera de los enumerados antes. Una toalla. Sudada, por supuesto. La misma que, en cierto concierto que ofrecieron en Oviedo en 2001, utilizaron los hermanos David y José Manuel Muñoz para secar sus rostros, y que después arrojaron a sus fieles, a modo de detalle, de agradecimiento o de simple guarrada. La duda todavía está por resolver. El caso es que ayer, aprovechando la recala de los de Cornellá de Llobregat en el Gijón Life, esta vecina de Cancienes optó por no faltar a la cita, decidida a darle a su hijo, Hugo Serrano, la oportunidad de disfrutar de un directo de Estopa… Y, por gracias del azar, de devolverles la pieza en cuestión. Ese último objetivo no llegó a cumplirse, pero tampoco puede decirse que ni Rodríguez, ni su pequeño, que cuenta doce años, se fuesen del parque de los Hermanos Castro con las manos vacías…
«Yo tenía diecinueve años; de aquella trabajaba en la sidrería Los Sauces, y no eran tan conocidos, así que no conseguí que ningún compañero fuese conmigo, y me presenté sola», recuerda. Quién que le iba a decir que aquel mal comienzo se traduciría después en una velada épica… Porque la actuación de aquellos todavía jóvenes hermanos Muñoz en la capital asturiana no sólo encendió ánimos y rompió corazones; a Rodríguez, además, le proporcionó una ‘prenda’ de valor incalculable. Tal como hoy rememora, con voz a medio camino entre el orgullo y el humor, «me puse delante, en primera fila, a darlo todo». Los artistas hicieron lo mismo, con las imaginables consecuencias por lo que respecta a la transpiración de sus cuerpos. Y cuando, mediado el espectáculo, se vieron incapaces de soportar el sudor por más tiempo, y se secaron las caras con un paño blanco, Rodríguez estaba en el ligar preciso, y en el momento justo. «Lanzaron la toalla al público, pero la cogimos otra chavala y yo. Quedamos en que la primera que la soltase, la perdía, y ninguna quería ceder; hasta tuvieron que venir los de seguridad pero, al final, ella decidió marcharse, y me la quedé yo».
Aquella pieza de tela bañada con las secreciones corporales del dúo permaneció los siguiente veintitrés años en un armario, «sin lavar», como precisa su propietaria, hasta que, hace unos meses, Rodríguez supo que Estopa retornaría a Gijón. Una oportunidad perfecta para saldar esa pintoresca deuda con los catalanes… Más aún a tenor de que su hijo, Hugo, «es fan. El último día del curso se quedaron a dormir en el colegio, allí, en Cancienes, y cada alumno tuvo que cantar una canción; él eligió ‘Salimos de la cárcel’, y todos le aplaudieron». Madre e hijo se armaron con una pancarta en la que instaban a los Muñoz a recuperar su toalla, lavada expresamente para la ocasión… A cambio, eso sí, de una foto con ellos. El concierto de ayer no les brindó esa oportunidad, pues «había demasiada gente», pero sí les deparó una sorpresa, inesperada, pero no desconocida: una segunda toalla. Esta vez, negra.
«Se ve que se fijaron en nuestros cartelones y, al tirarla, iba para nosotros», se carcajea Rodríguez. De hecho, en un principio «la cogió otra gente, pero los de Estopa le dijeron al de seguridad que era para nosotros, y nos la entregó». La gran pregunta ahora es… ¿Qué hacer con ellas? Por el momento, atesorarlas, porque madre e hijo lo tienen claro: piezas como esas, reflexionan entre risas, «se tienen que revalorizar con el tiempo. ¡A ver si, algún día, van a llegar a valer una millonada!».
Y en un mundo en el que llegan a pagarse cantidades con varios ceros a la derecha por ropa interior usada… Quién sabe… Puede que o les falte razón.
¡ Hola !.
Sólo decir que una toalla sudada no es nada escatológico, ni para buscar un titular.
Un abrazo