Demasiada calle, demasiada rumba, demasiado barrio y carretera en vena, como para no sentir un chute de emoción cuando se arrancan por rumbas y suena una guitarra metalera
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Como si de una vacuna se tratara, los hermanos Muñoz, Estopa, regresaron a la plaza de El Bibio para presentar su último disco, Fuego, ante 2.000 personas que confirmaron que el concierto de Metrópoli había alcanzado un sold out. El coso respiraba un ambiente festivo, a pesar de la lluvia que amenazó con ponerse estupenda y que a las diez de la noche, ya era una anécdota. Con un «muy buenas noches a todos, todas y todes», se despertaron las primeras risas que anticiparon a Tu calorro, y por ahí todo seguido, con la directa puesta, para ir repasando la carrera musical más exitosa que se conoce de dos ex currantes de la Seat de Cornellá. «Tocaremos canciones de todas las añadas, las antiguas, las del medio y las modernas»
Mucha agua ha pasado bajo el puente desde entonces. Veinte años largos, desde su primer disco, aquel primer pelotazo que logró vender dos millones de discos, desde una sencillez insólita, una humildad poco acostumbrada a pisar los escenarios y así en este plan. Estopa era la clase obrera retomando la rumba. Rumba a lo desconocido, Esto es Estopa, Estopa 2.0 o Destrangis forman parte de esos ocho álbumes que uno debe tener para saber qué diablos es la rumba y hasta donde puede llegar.
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Comenzaron sonando en Radio 3. Entonces principió un fenómeno para oídos exquisitos. Los flamencos y Los pelícanos, nostálgicos de Peret, Los Amaya o Los Chichos los habían adoptado con la misma felicidad que Loquillo. Rumba de calle, obrera y carabanchelera y un rock pop sencillo y desacomplejado, eran una buena fórmula para remediar el mal de amores, la alegría o la ira juvenil o adolescente. Los hermanos Muñoz lograban así pulsar los deseos y frustraciones de una juventud que afrontaba el nuevo milenio con incertidumbres parecidas a las de ahora: curro, dinero y familia.
Fue David Muñoz quien tomó la palaba para dar las gracias a su público, «gracias a vosotros podemos hacer estos conciertos después de un año muy duro». Los de Cornellá dedicaron el concierto «a toda esa gente que no ha podido venir por ser víctima del puto virus. A la gente le tiene que gustar mucho Estopa para venir con mascarilla».
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Vino tino, Fuego, Tragicomedia, Me falta tu aliento o La Raja de tu falda fueron sonando a lo largo de dos horas de un concierto emocionante, dinámico, cuanto menos entretenido, que leventó al público de sus asientos y arrancó a base de rifts sencillos y rumba dinamitera las mascarillas, permitiendo comprobar cómo Estopa sigue siendo un grupo popular, orgulloso de formar parte de la clase trabajadora y que escucha todo el personal, de manera transversal, que diría un sociólogo. No hubo canción que nadie supiera. Porque lo de Estopa no es afición, sino devoción. Demasiada calle, demasiada rumba, demasiado barrio y carretera en vena, como para no sentir un chute de emoción cuando se arrancan por rumbas y suena una guitarra metalera. Después de tanto tiempo, siguen vivos, la misma sonrisa, la misma alegría, la misma caña.