
Todos debemos sentirnos culpables. No solo la derecha que se acuesta con águilas, también la izquierda con sus errores. Nuestros pasos han permitido que personas como Trump, Milei, Abascal, Bolsonaro, tengan su espacio de poder en el mundo
Este fin de semana podría, como gijonés, hablar del sufrimiento que tuvimos durante el partido de Elda o sobre los sentimientos encontrados por el playoff del Oviedo, sin embargo, teniendo en cuenta lo que nos jugamos el domingo como sociedad, debo centrarme en aspectos que condicionarán mucho más nuestra vida durante los próximos cinco años que en un partido de fútbol.
El próximo día 9, misma fecha en donde el Sporting debe hacer los deberes contra el Español, nosotros, nosotras, como representantes máximos de la democracia, tenemos la obligación de hacer los deberes otorgados por la historia. Debemos votar, debemos ejercer un derecho logrado con luchas a lo largo de los años, con gran esfuerzo realizado durante generaciones, con mucha ilusión despertada por conseguir objetivos comunes. El domingo no se la juega Europa, nos la jugamos sus ciudadanos, pues al final somos los que la configuramos, los que conformamos la manera de sentir y de pensar de este continente imprescindible en la configuración mundial. Entre las grandes potencias movidas y surgidas por otras estrategias, Europa nació gracias a la mayor simiente: la de los Derechos Humanos. Una guerra mundial, un fascismo asesino, tambaleó todo un planeta. Tan solo la unión de esfuerzos, la unión, porque no decirlo, de intereses, consiguió vencer a una política intolerante, dictatorial, desigualitaria, una ideología que, en este 2024, pretende gobernar lo que hace años quiso aniquilar. La ultra derecha, a través de una papeleta, endulza sus principios y camufla sus colmillos para comer la carne fresca que permita consolidar el mañana a su antojo. Un ideario que, quién lo iba a decir, gobierna en España de la mano de un partido democrático, de un partido que, cuando tenía principios, dirigió los designios de nuestro país haciendo políticas, de derechas, sí, pero asentadas en los valores constitucionales. Hoy, en comunidades autónomas españolas, el fascismo hace valer su manera de mirar el mundo, eliminando políticas que velan por la seguridad de las mujeres, ahogando las medidas contra el cambio climático o haciendo leyes inconstitucionales que olvidan el ayer. Mañana, el domingo, no debemos olvidar esta pérdida paulatina de derechos cuando estemos a punto de elegir la papeleta. Un insignificante trozo de papel, una orientación del voto, refleja la lucha por la democracia, por la tolerancia, por la inclusión, por la igualdad. Refleja la batalla de muchas personas que murieron por mejorar el mundo, por ayudar a construir la realidad del hoy. Un insignificante trozo de papel debe ser, y es, la principal arma para salvaguardar los derechos logrados.
Hace ochenta años, en Normandía, personas de diferentes lugares del planeta se unieron para lograr liberar a Europa del fascismo. En mi visita, viendo a través del respetuoso silencio los cementerios, los campos santos con nacionalidad, me preguntaba qué llevó a esos soldados a perder la vida, qué hizo a tantos países luchar por la libertad que ahora tenemos, qué llevó a creer a combatientes, alejados de nuestra realidad, que luchaban por la suya. La respuesta, fuera de todos los intereses creados (iluso aquel que crea que cualquier guerra está alejada de la búsqueda de poder) es tan simple como una palabra manoseada en exceso durante los últimos años. Se luchaba por la libertad. Por la libertad, no individual, sino comunitaria, por la libertad, no de unos pocos, sino de la sociedad en su conjunto. Por la libertad en el concepto más bello que tiene el vocablo.
Ver los acantilados por donde, hace ochenta años, personas anónimas, salvando desniveles imposibles, se colgaban para abatir los puestos de vigía. Ver las playas alargadas, sin protección alguna excepto la del propio mar. Ver la humanidad unida por una misma causa, te hace reflexionar en el ahora, te hace viajar entre el respeto y agradecimiento por el ayer y la culpabilidad del hoy ¿qué hemos hecho mal para que tengamos que luchar, de otra manera, contra la misma ideología, artífice de las mayores atrocidades de la humanidad? ¿Cómo hemos gestionado lo otorgado para que se alcen manos fascistas, existan esvásticas ondeando y las águilas ocupen espacios en mítines que hablan de libertad? ¿Cuándo nos hemos olvidado del ayer o cuándo no supimos enseñarlo?
Todos debemos sentirnos culpables. No solo la derecha que se acuesta con águilas, también la izquierda con sus errores. Los pasos dados han permitido que personas como Trump, Milei, Abascal, Bolsonaro, tengan su espacio de poder en el mundo. Hemos ido poco a poco, mientras caminábamos, dando la espalda a lo que éramos, a aquello que debíamos proteger: los derechos innegociables de todas las personas. La comodidad existente, la sola presencia del capitalismo como forma organizativa del mundo, la defensa idealizada de la más pulcra meritocracia en una sociedad desigualitaria, la merma de protección social, los egoísmos, han conformado un planeta donde gana la economía, pero perdiendo buena parte de lo luchado. Hemos conformado un planeta más seguro, pero que genera grandes desilusiones sociales e individuales, con un gran riesgo de volver a las oscuridades del ayer debido a esa pérdida de identidades conformadas. Hoy, redoblamos el presupuesto en armamento, se hacen leyes para expulsar al diferente, se construyen más muros que en el pasado, se incrementan los delitos por odio, aumentan las decepciones que buscan respuestas en águilas pasadas, carroñeras que primero comerán de su mano, después, comerán su mano. Para cambiar una peligrosa inercia, mañana, el domingo, necesitamos la esencia de Europa, necesitamos subir los acantilados norteños con algo más sencillo que una cuerda, escalar cogidos a una insignificante papeleta con todo el poder de un país, de un continente. Hoy, el domingo, debemos combatir con la mayor arma otorgada, con el voto, con nuestro voto, pues debemos frenar el empuje de una política antieuropea que no cree en los pilares sobre los que pivota nuestra unión.
Votemos, vayamos a votar, no nos acomodemos en la arena de la playa, en el sol del merendero o en la salada risa de los aperitivos. Votemos, aunque no sepamos a quien, aunque pensemos, erróneamente, que todos son iguales. Votemos porque en esa papeleta están las vidas, entre otros, de más de cinco mil aliados muertos en la operación Overlord, 250.000 hasta liberar Paris, luchando contra el fascismo, batallando por la libertad. Votemos porque si no decides tú, decidirán otros y esos otros tienen colmillos afilados. Navajas con filo que ocultan para pactar con el aparentemente engañado PP en comunidades autónomas españolas y que harán lo mismo, ya lo han dicho, en Europa.
El domingo llevaré mi mente hacia el ochenta aniversario de Normandía, agradeceré a las personas que lucharon por nuestros ideales, sufriré por las cruces alineadas, recordaré las vidas perdidas y seguiré pensando, como lo hice frente a las playas francesas, en lo importante: en el coste histórico para lograr mis derechos, en la obligación que tenemos de afianzar la defensa de las libertades de todos, en las personas. Sin una sociedad justa, igualitaria, inclusiva, el ser humano se abraza a la debilidad, a la fragilidad que le otorga pensar que los dioses del capital son referentes de un mundo olvidadizo que parece no recordar que, hace ochenta años, otros referentes anónimos, de veinte, treinta años, pararon el fascismo, pararon el anhelo de la libertad de unos pocos, pararon la intolerancia, la xenofobia, la desigualdad… logrando, con su vida, los derechos de todos. Sin esa lucha, el mapa de postguerra y la historia de Europa sería muy distinta. Sin esa lucha, quizás, no se podría escribir ni lo pensado. Sin esa lucha, quizás, no podríamos votar el domingo.
Se lo debemos. Votemos, luchemos por los pilares de Europa, subamos el acantilado y batallemos por la libertad, por los derechos humanos, por el respeto al diferente, por la vida en una sociedad justa e igualitaria. Empuñemos nuestra mayor arma, el voto, para parar a la misma ideología que esperaba agazapada la llegada cansada de los Rangers, para frenar a esa manera de entender el mundo que evitaba una sociedad de diversos colores, al mismo fascismo que hoy, embadurnado de miel, pretende cambiar el mañana de nuestro continente.
Votemos por el ayer, el hoy y el mañana. Votemos por la misma libertad defendida hace ochenta años, por esa libertad conjunta, evitando la formula madrileña en donde gana el yo sobre el nosotros, olvidando aquella donde el egoísmo elimina la comunidad, en donde mi libertad vulnera la de otros. Votemos por los mismos derechos que vamos erosionando, quién sabe por qué, pues son ellos los que conforman nuestro viejo y expectante continente, son ellos los que sustentan la arrugada Europa.