Eurovisión o de la calidad y del talento ya si eso hablamos en otro momento
Este pasado sábado asistimos a una edición más (la 65) del show musical por antonomasia como es el purpurinesco Festival de Eurovisión. Arrasador en redes sociales, seguido por multitud de jóvenes de toda Europa y controvertido como pocos, es uno de los reclamos televisivos más esperados por la audiencia durante todo el año.
La gala estuvo marcada por “revivals” continuos a temas pop de época, viejas glorias anfitrionas y temazos de transición entre bloques de entretenimiento y relleno de cuota de pantalla. No faltaron fuegos artificiales, estilismos imposibles y soporte visual a raudales. Mi visionado de este festival, y creo que es el sentir general, comienza con apatía, y termina en la mayoría de los casos rozando la decepción y el hartazgo.
Todos tenemos nuestros favoritos y es divertido hacer porra con el posible ganador/a. Pero creo que deberíamos ir olvidando aquello de que gane el mejor, para que gane (como viene siendo la tendencia) el más histriónico y popular. Lejos han quedado aquellos festivales de Eurovisión donde se valoraban las grandes canciones o las grandes voces, veáse a nuestra Salomé con “Vivo cantando”, Massiel con el “Lalala”, Sergio Dalma y su “Bailar Pegados”, o las flamencas Azúcar Moreno (todos ellos en la lista de los 10 primeros en sus ediciones respectivas), entre otros.
Estamos en la era del entretenimiento. Dame show, dame espectáculo, quiero entretenerme, quiero escaparates y productos manufacturados, quiero divertirme, quiero criticar, el morbo, la frivolidad, la superficie. Realmente en eso se ha venido convirtiendo la cultura de un tiempo a esta parte. El ocio y la evasión a través de la música. De la calidad y del talento ya si eso hablamos en otro momento.
Nuestro representante, Blas Cantó, hizo alarde de un control absoluto de la escena y de la voz para alzarse con un vergonzante antepenúltimo puesto en la lista. Y digo vergonzante por quienes no le votaron. Y por los que sí votaron a una banda italiana flojita de rock que presumía de mucho atrezzo, estallido de luz y fuego y poco fondo. Y ojo que yo adoro a los rockeros, pero la canción era inteligible, los arreglos facilones y la voz hablada del cantante, sin gancho alguno. Ahora en titulares leemos que se estaban metiendo unas rayas durante la grabación de las votaciones en directo. ¡Han descubierto la pólvora! Ni que esto fuera un hecho aislado que nos es ajeno. Moralina y morbo. Volvemos al show no sólo sobre las tablas de Rotterdam. Más de lo mismo.
Pero volviendo a la lista de injusticias del festival de este año también contamos con la segunda posición de la francesa Bárbara Pravi, la elegante cantante que consiguió dejarnos prendados con una canción emocionante y directa, “Voilá”, muy en la onda de la “chanson française” de Edith Piaf, que brilló con luz propia. Puesta de escena sencilla, un único foco sobre la artista, estilismo escueto, ausencia de coreografía y el lucimiento de la diva hecho voz. La ovación final del público presente parecía que anunciaba la clara victoria del talentazo sobre la mediocridad, pero no fue suficiente. Al menos para los devoradores de entretenimiento vacío.
Pero ya de perdidos al río, podían haberse parado a valorar la canción de Ucrania, ”Shum” de Go_A que si bien no era la más comercial, sí era original en cuánto a vestuario, estilazo, coreografía y que animaba al baile y a la alegría que tanto echamos en falta en estos tiempos. Una apuesta original y poco vista. Algunos twitteros decían que les recordaba a una jota asturiana. Pues fíjense, que quizá la clave sea esa, volver a la tradición, a lo genuino, a lo que tiene marca propia. Pero sin necesidad de convertir la música en un espectáculo chabacano y grotesco.
Eurovisión se ha convertido en un McDonald’s, todo el mundo consume sus productos sabiendo que es comida basura. Elegimos tragar canciones rápidas y fugaces, dejando a un lado las mejores delicias musicales que se nos sirven en bandeja de plata para una buena digestión. Hay un dato que me consuela puerilmente. Asturias fue la Comunidad Autónoma que menos ha visto Eurovisión con el 18,3% de cuota de pantalla. Algo es algo.
Normal que en Asturias la vea menos gente, es un festival muy dirigido a la gente joven y eso es lo que no hay en Asturias. Eurovisión es exitosa por eso, por ser como el McDonald’s y carecer de politización y ofrecer entretenimiento ¿Que hay de malo en eso?. Si en el festival cantase Víctor Manuel o Serrat y al final levantase el puño seguro que en Asturias habría el mayor Share de pantalla, lo que demuestra la ranciedad de nuestra sociedad. Seguimos sin enterarnos de que el mundo ahí fuera a cambiado. Cuando nos enteremos ya será demasiado tarde.