«Con la salud mental, la gente continua señalando con el dedo. Como en la Edad Media con las brujas»
«Una lectora me dijo que hicieron socia del Videclub Victoria a su abuela, que era ciega, pero escuchaba todas las películas»
Fernando García de Dios se define a sí mismo como “madurescente, locutor radiofónico, visceral, bloguero, aprendiz, melómano, cultureta, sensibloide, bohemio, scrapper y un poco King Kong y Peter Pan”. Todos hemos escuchado su voz a través de las ondas de la RPA, donde ejerce de periodista. Acaba de lanzar su primer libro, su hijo de papel: “Vivencias, experiencias y bizarrismos” (Ediciones Trabe). En él cuenta cómo era el Gijón donde se crio a través de sus propios ojos, un escenario que ha perdido muchos de sus actores y ha evolucionado con el paso de los años. El “Mercrominu”, el Circo de Torrebruno y alguna que otra experiencia amarga son el compendio de un libro para reír, disfrutar, añorar y soltar alguna que otra lágrima.
¿Es tu libro una historia de Gijón al uso?
Más que la historia de Gijón, cuento muchas cosas de Gijón pero desde las experiencias que he vivido yo. Es una colección de recuerdos y anécdotas en las cuales muchos de los lectores pueden sentirse reflejados. Es un libro generacional, no solo para los nacidos en los ochenta, como yo, sino que puede sentirse reflejada gente de los 70 o de los 90.
Cuento muchas cosas de Gijón que han ido desapareciendo y otras que han ido cambiando. Por ejemplo, el Parque de las Madres de Mayo antes era un auténtico estercolero, los restos de la antigua Fábrica de Loza de Laviada. Ahí se ponían los circos en Gijón antes de llevarlos a la zona de la desembocadura del Piles. Hablo de cuando vino el circo de Torrebruno, por ejemplo, que fue de lo más bizarro que podría decir que yo recuerdo.
También sitios y bares que han desaparecido, como El Tarot, el KGB, la discotecas como La Fábrica o El Jardín. Y de personajes. Había un hombre que andba por el Polígono y Laviada al que llamábamos ‘Chus, el viejo de la máquina de los chorizos’. A muchos de los chavales que nos criamos en esos barrios nos paraba y nos contaba una y otra vez la misma historia. O el ‘Mercrominu’.
Hablo de cosas que ya no existen o han cambiado. Como el PRYCA, que ahora se le llama Centro Comercial Los Fresnos. Mucha gente no sabe que ese nombre no es correcto. Debería ser Centro Comercial Los Fresno, porque era ahí donde estaba el campo de fútbol de los hermanos Fresno, que era donde jugaba el filial del Sporting hace muchísimos años.
En el libro cuento cosas que me fueron sucediendo en esos sitios. No solo en Gijón. También en Madrid, Dublín, Galicia… Situaciones que me han sucedido, que no solo son cómicas. No es una novela, es más bien un diario, pero busco que el lector se ría. Si logro hacer que ría, que piense y arranco alguna lágrima, habré conseguido mi objetivo. Porque, como te digo, no solo cuento cosas divertidas. Cuento, por ejemplo, que pasé un trastorno depresivo y lo que supuso para mí.
La gente que nacimos en los ochenta estamos un poco en tierra de nadie, con un cambio generacional muy marcado con la gente nacida diez años después. ¿Nos parecemos más a nuestros padres que a nuestros hermanos pequeños?
Metería en ese saco a los que nacieron hasta mediados de los 90, ahí sí que hay una ruptura generacional muy importante. Recuerdo a una profesora del instituto que me decía que nosotros éramos traviesos, los que vinieron después eran malos. Y me marcaba esa diferencia. Nosotros teníamos que luchar más para divertirnos, nos entreteníamos con poco. Ahora, esas generaciones que vinieron después estaban tan sumamente acomodadas que para divertirse necesitan cosas más complejas, o más caras. Nosotros con una piedra y un palo nos divertíamos.
Antes nos hacíamos Gijón – Málaga en el coche, del tirón y sin televisión o tablets. Ni siquiera nos dejaban elegir la música o la emisora de radio.
Mis viajes eran la Pantoja y Víctor Manuel, de aquí a Llanes que antes tardabas dos horas y pico…
¿Hemos perdido raíces en los barrios?
Sí, aunque ahora estoy notando que los barrios en Gijón están cogiendo personalidad. Había algunos que no la tenían, otros que estaban muy marcados. El Polígono, por ejemplo, en los 80 y los 90 estuvo muy marcado por tema de drogas y ser un barrio dormitorio. Ahora, quizá por la figura de Manuel Cañete – presidente de la FAV- quiere darle un toque más cultural. La gentrificación quizá sea una de las causas por las que se pierde esa esencia. Es una pena.
Los guajes podíamos salir solos a la calle porque nos conocía todo el mundo…
Es algo que cuento en el libro. En el Polígono podíamos estar en los parques hasta las mil haciendo el gamberro. Dile ahora a un padre que los deje solos de noche, ni siquiera de día. Nosotros, en pleno invierno, hacíamos el canelo hasta las nueve y pico de la noche.
Y los fines de semana nos colábamos en los colegios a jugar a fútbol.
Antes nos reñían cuando saltábamos las vallas de los colegios fuera del horario escolar. En las pistas aledañas, ahora, no hay niños salvo para las actividades extraescolares. La pista se llena durante una hora, a partir de ese momento es un solar.
Yo pienso que un problema es el uso de las pantallas. Yo no tengo hijos, pero veo a los de mis amigos y están todo el día con el móvil. Ya sea el de ellos, que ya lo tienen con once o doce años, o con el de los padres.
En Gijón, ¿qué ha cambiado para bien en todos estos años?
Yo creo que en infraestructuras, en temas sociales ha mejorado mucho. Estamos planteando eliminar el hormigón y recuperar lo verde. También, por fin, a los cicloturistas nos tienen en consideración y ya no tenemos que andar esquivando retrovisores, ni que nos adelanten para mandarnos a Cabueñes. Estructuralmente hay muchas cosas que han mejorado.
¿Es tu primer libro?
Sí, todo empezó con la depresión. Mi ex pareja me dijo “oye Nando, tú escribes bien, ¿por qué no escribes algo?”. Empecé a escribir, monté un blog – Mirar no es lo mismo que ver – y ahí iba publicando textos y artículos. En un momento dado me di cuenta que tenía tanto material que quise publicarlo. Llegué a tener 500 hojas en formato Word. Tuve que quitar y me quedé en unas 200, que se traducen en 300 páginas en formato libro.
Tengo la suerte de tener un amigo escritor, Secundino Díaz Menéndez, el cual lo leyó y me dijo que ya estaba tardando. Busqué una editorial, para autoeditarlo. Lo que me pasó es que las editoriales te dicen que no, aunque lo financies. Ellos tienen un prestigio y una línea editorial. Algunos me dijeron que no encajaba, hasta que di con Trabe. Sabía que ellos, principalmente, publican en asturiano. Pero me dijeron que tenían una línea en castellano que podía encajar. A los dos días me reuní y ya empezamos a hablar de los detalles.
El libro iba a salir para junio, pero me ha salido sietemesino. Ya está disponible. De momento la venta la estoy haciendo por correo electrónico – fernandogarciadedios1980@gmail.com – y con vistas a que, si la primera edición va bien, la segunda va a librerías. Y el 14 de julio haré una gran presentación en la Escuela de Comercio de Gijón, aunque habrá alguna más, por barrios. También en otros sitios, como Olloniego, porque hablo de esos sitios.
Mi intención no es vender tropecientos libros, lo que quiero es que la gente lo lea. Quiero que, al venderlo por correo electrónico, la gente se ponga en contacto conmigo, me cuente su experiencia, que es lo más bonito que hay.
¿Algún ejemplo que te haya sorprendido?
Una chica se puso en contacto conmigo porque hablo del Videoclub Victoria. Me dijo que era socia y que hicieron socia a su abuela, que era ciega, pero escuchaba todas las películas. Y no sólo gente de mi quinta. Hay una mujer de ochenta años que me ha contado sus impresiones sobre el mismo. Es la gran alegría que me da mi hijo de papel.
Hablabas antes de que pasaste una depresión. ¿La salud mental sigue siendo un estigma, un tabú?
La gente continua señalando con el dedo. Como en la Edad Media con las brujas. “Es que está malín” o “pasa de él que está loco”. Frases así que se siguen utilizando y se estigmatiza a quien tiene un trastorno mental. Ya sea depresión, trastorno bipolar o maníaco.
Yo llevo reivindicando desde hace mucho tiempo. Fastidia que se trate de ocultar. Se habla de que alguien tiene cáncer, pero de que alguien tiene depresión. Es un término que se ha utilizado muy mal. Una cosa es estar deprimido y otra muy diferente es ser depresivo. Son términos completamente diferentes.
En mi caso me asaltó la depresión hace nueve años. Mi facultativa me dijo que igual llevaba ya con ella dos años. Me cambió la vida. Tenía una pareja, rompí con ella y con todo. Un jefe me dijo que no quería que me dieran la baja porque si me sacaban del círculo laboral podía caer en otro círculo. Cierto es que eso me funcionó, seguir trabajando. Otras personas quizá se tienen que alejar del trabajo, no todos somos iguales.
Fui cambiando de hábitos, entre ellos la escritura. Hace cuatro o cinco años que tengo el alta y aquello es agua pasada. Pero hay que decirlo abiertamente porque no pensamos que haya otros que estén afectados por lo mismo. Hay que visibilizarlo.
¿Cuánto daño ha hecho la frase “No estés triste” a las personas con trastornos depresivos?
Una persona, cuando estaba con el trastorno, me vio reírme y me dijo “tú qué vas a tener depresión, si te estás riendo”. ¿Acaso un depresivo no se puede reír? ¿Dónde pone que no pueda disfrutar un momento?