«Si en algún sitio se notó el fervor no religioso de esta Semana Santa fue en las terrazas, áreas recreativas y merenderos. Puedo dar fe«
«Ver la cara de mi hija compensó muchos meses oscuros e incluso por un momento se me olvidó que llevaba mascarilla«
La Semana Santa ha sido atípica. Ese es el comentario que de forma repetida he escuchado en varias ocasiones durante estos días de descanso y paseo en el que por segundo año consecutivo no hemos visto procesiones. O mejor dicho, no hemos visto procesiones religiosas porque las procesiones laicas, seglares o ciudadanas se multiplicaron desde el pasado jueves por ciudades y pueblos de Asturias a pesar del cierre perimetral, del toque de queda, de las restricciones sanitarias y horarias y de la imposibilidad de dormir en otra cama que no fuese la de nuestra casa.
Hace un año, cualquier atisbo de festividad la celebramos desde los balcones. Esta Semana Santa se ha celebrado con mucho paseo (el Muro fue una vez el preferido de los gijoneses), con mucha salida al monte (el de Deva casi no dio abasto para tanto excursionista) e incluso para disfrutar del sol en las playas del concejo (no faltaron los clásicos del Tostaderu). Pero si en algún sitio se notó el fervor no religioso de esta Semana Santa fue en las terrazas, áreas recreativas y merenderos. Puedo dar fe.
El viernes de Semana Santa salí por primera vez después de muchos meses a compartir mesa y mantel con amigos (grupo de cuatro). Elegimos un merendero de Deva como destino y en mi caso como campo de pruebas para ver la reacción de un bebé de la pandemia que por primera vez en trece meses experimentó esa difícilmente explicable sensación de sentarse en un prau al sol sin más cosas que hacer que dejar pasar el tiempo o contar margaritas. Ver la cara de mi hija compensó muchos meses oscuros e incluso por un momento se me olvidó que llevaba mascarilla y que la cada vez mayor sociabilidad de Maya no podía llegar a menos de dos metros.
Durante las horas que compartimos con nuestros amigos y sus adorables gemelas, sentí por momentos lo de volver a ser un niño que cantaban los Secretos. Recordé las tardes con mis padres, tíos y hermanos en el ya desparecido estanco-merendero del cruce de El Gobernador (hoy espléndidamente reconvertido por Eva y Kike en la coctelería Soda 917). Recios bancos y mesas de piedra, váter de letrina con puertas batientes de cantina del oeste adornaban un escenario de plátanos de sombra en el que jugamos a casi todo mientras “los mayores” alternaban un culín de sidra con la tradicional tortilla.
«También fueron buenas tardes las de Casa Suncia, la Fontaine o El Pilu después de una jornada de playa»
También me vinieron a la cabeza las tardes en la Carbayera del Tragamón que yo siempre conocí como la de Castiello. Allí las tardes fueron experiencias como aprender a subir a uno de los robles centenarios que componen este monumento natural o de las primeras salidas adolescentes con amigos y filete empanado.
En ese arrebato de nostalgia, no podían faltar las tortillas y la mala hostia de El Chabolu, alama y genio de uno de los merenderos que no falta en la infancia, adolescencia y adultez de la mayoría de los gijoneses y de muchos asturianos. Lo sentimos tan nuestro como les fabes de Casa Yoli, uno de los bares-merendero más antiguos de Asturias y que este año cumple 120 de una historia compartida con generaciones.
La tarde en el Cruce me llevó a recordar la parrilla del Rinconín de Deva, los columpios de Las Peñas o la tristeza que me produce la ruina en la que se ha convertido el bar del parque del Lauredal. El repaso mental me dejó sentado en las terrazas del desaparecido Puentín de la Guía; comiendo el plato del colesterol (chorizo con huevos y patatas) con Maxi, Diego, Jimy, Edu, César y Marito en Casa Arturo, ¡después de jugar un partidín en El Llano! (esto era amor por los merenderos). También fueron buenas tardes las de Casa Suncia, la Fontaine o El Pilu después de una jornada de playa.
Las cada vez mayores ganas de caminar de mi hija me sacaron del recuerdo placentero de unas tardes felices que el viernes de Semana Santa, al igual que yo, que Silvia, que Adri, que Javi, Ana y Marta, disfrutaron las miles de personas que con fervor ciudadano celebramos lo que espero que sea la última Semana Santa en pandemia. Estoy seguro de que nuestra responsabilidad y las vacunas lo harán posible.
Nacho Poncela es periodista y colaborador de miGijón
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