
«Deberíamos empezar por ni votar ni escuchar a quienes niegan la realidad del cambio climático»

Hace unos meses, mientras subía con unos amigos a la Mota Cetín, una ‘montañina’ muy guapa que hay entre Parres, Piloña y Ponga, vimos desde su cumbre como, en una ladera próxima, hacia la zona de Ponga, se empezaban a generar pequeños incendios que, dado el calor del momento (estábamos a finales de marzo, pero era un día de esos de ‘calorcete’), rápidamente comenzaron a extenderse y a quemar una ladera. Hicimos lo que te recomiendan hacer los que saben de esto: llamamos al 112 para comentarles lo que estaba sucediendo, aunque era evidente, pero por asegurar que no fuera el caso de que existiera algún permiso de quemas especial. En el 112 nos dijeron que ese punto no tenía ninguna autorización, y que les explicáramos con detalle qué pasaba. Así lo hicimos, y como a los veinte minutos llegó el helicóptero de bomberos, se bajaron dos profesionales, y el helicóptero desplegó el bambi y se fue a cargar agua para hacer descargas. En poco más de una hora la cosa estaba controlada. En este tiempo, y desde nuestra atalaya, grabamos un par de videos donde se veía el inicio del incendio, y luego otro en el que se veía que los servicios de emergencia ya se habían hecho cargo y controlaban el asunto.
¡Benditos servicios de emergencia pagados con el dinero público de todos! Cosita que no deberíamos olvidar cuando vamos a votar y nos dicen que los impuestos hay que bajarlos. Bajarlos… ¿Para beneficiar a quién?
Pero sigamos, que no quería hoy precisamente enfrascarme en esto.
Pues hace apenas una semana el 112 nos llamó, y nos pasaron con un agente del Medio Natural de la Brigada de Investigación de Incendios para hacernos algunas preguntas, y para cerrar el expediente (tras una investigación en la que han encontrado el origen, intencionado, del incendio). Porque, evidentemente, como la mayoría de los casos -en Asturias-, en un porcentaje abrumador que señalan todas las estadísticas, el incendio era intencionado. Dejemos en manos de la Justicia cómo acabará el caso pero, a tenor de todo lo que está sucediendo nuevamente con el asunto de los incendios en Asturias y, de forma más extensa, en el cuadrante noroeste de nuestro país, quiero aprovechar la oportunidad que siempre me brinda miGijón para hacer una pequeña reflexión con vosotros.
En primer lugar, ya escribía de ello hace tiempo, la desazón de leer, escuchar y oír a una gran parte de la opinión pública y medios diversos la proclama de ‘cuñadeces’ sobre este asunto (bueno, como cuando ocurrió la DANA, que me tocaba mucho más de cerca profesionalmente, y no te cansabas de oír las mismas sandeces sobre ‘limpiar’ los ríos, pero apenas se hablaba de por qué algunos Ayuntamientos autorizan a construir en zonas inundables, por poner un ejemplo). En este caso, con los incendios, el asunto va en la misma línea: se pone al mismo nivel la opinión de un señor o señora, de donde sea, diciendo que el monte hay que limpiarlo y que el problema es la Agenda 2030, que la de un o una profesional del sector que señala que la problemática en la falta de gestión de las masas forestales va mucho más allá que desbrozar la cotoya (cotoya originada por el propio abuso constante de quemar el monte para pastos, por ejemplo).
El abandono de los montes sale también a relucir, y es un tema que sí debería suscitar un debate, pero un debate de enorme complejidad. Por un lado, en amplios territorios como en el que nos encontramos, Asturias, algo más de un tercio de los montes está en manos privadas, tiene propietarios. Y eso, en sí mismo, ya es un problema de gestión de primer nivel. La inexistencia de motivaciones desde lo público de que exista un aprovechamiento del monte, bien para su explotación sostenible, bien por el simple hecho de tenerlo y los servicios ecosistémicos que nos genera a todos, es evidente, palmaria e, incluso, vergonzosamente obviada en las políticas públicas. Constantemente. Y lo es porque, precisamente, esa nula gestión de esos montes por parte de los gestores de turno redunda en un gasto ineficiente de los recursos que deberían velar por la totalidad del patrimonio. La gestión consiste en mover máquinas, hacer taludes, abrir muchas pistas y hacer cosas que se ‘vean’. Más allá de eso, lo de pagar dinero por estudiar comarca por comarca las posibilidades del aprovechamiento sostenible de los recursos, sin expoliarlos, y de manera comunitaria, suena a iluminado. Justo lo que deben ser en Suecia, Austria o Euskadi, por venirme cerca. Gestiona lo que tienes y pon en valor el conjunto. Por no hablar de que, si se logra fomentar una gestión adecuada y mínimamente razonable de los montes privados, esto no solo redundará en su mantenimiento, sino que, además, se podrá destinar más recursos y personal a otra parte no menor de la región, gestionada a través de las figuras de protección existentes, esto es: los monumentos naturales, los paisajes protegidos, las reservas naturales, los parques naturales y los parques nacionales. Y favorecer que su gestión se aborde de manera más respetuosa que la actual, bajo una perspectiva sin explotación, puesto que, para eso, para aprovechar -de manera coherente-, ya existen otras superficies.
Pero eso implicaría una gestión del territorio astur cuyas mayores luces surgieron en los años 90, y de las cuales aún, por suerte, vivimos (parques naturales, protección de la costa, etc.) y que hoy en día, bajo la presión de la mentira y la ignorancia, cada vez muestran más grietas. Y ahí tenemos al lobo, como buen ejemplo de gestión negacionista. El mundo rural sin duda -o una parte de él, mejor dicho- se siente fuera de la sociedad actual: la mayor parte de la población se ha mudado a entornos urbanos porque le ha dado la gana, o porque cree que allí está mejor, o porque allí está su trabajo. Este abandono, voluntario u obligatorio, de los entornos más agrestes ha suscitado también un fenómeno de ‘resistencia’ por parte de la gente que allí vive, que en muchas ocasiones no ha sido gestionada con suficiente madurez por la mayoría urbana y mucho menos por la totalidad política. No es cierto que el problema del mundo rural esté en la agenda 2030 (por favor informaos en qué consiste, que estar en contra es como decir que estas en contra de beber agua potable y prefieres que venga con Ecoli) ni tampoco es cierto esa imagen extendida entre los urbanitas de que la gente que vive en el entorno rural son señores en todoterrenos que van con mecheros quemando sebes. Esas posiciones extremas hacen que perdamos el foco del verdadero problema del entorno natural, que sí necesita inversión, claro, especialmente ante un proceso de cambio climático en el que vivimos. Aunque, ahora que lo pienso y lo escribo, deberíamos empezar por ni votar ni escuchar a quienes niegan la realidad del cambio climático, que nos ha situado durante estos días, los días de los incendios, en días en donde las temperaturas llegaron a ser de 43 grados en Piloña ¡Nada más y nada menos! ¡Récord!
Es esta realidad la que debe generar, sin duda, toda la inversión y atención de la que seamos capaces.