Protestas, declaraciones, manifiestos… todo es poco, también en Gijón, para que trascienda un fuerte mensaje contra la violencia desde todos los colectivos e instituciones
Gijón, al igual que el resto de España, observa atónita un nuevo fracaso del diálogo internacional y la vuelta, esta vez cerca del ‘cohousing europeo’, de uno de los peores inventos del ser humano: la guerra. Previsiones de los expertos hablan de que el ataque relámpago del gobierno de Putin puede provocar la baja de miles de civiles y un más que probable éxodo de 5 millones de personas. Funcionarios americanos han declarado que Kiev caerá en pocos días y todo así. De nuevo, la violencia; de nuevo, la sangre de los inocentes.
Nuestra ciudad cuenta con un vínculo estrecho con pueblos eslavos como Rusia y Ucrania, y como gijoneses vivimos su dolor de cerca. Cómo olvidar en el Gijón del alma a los niños de la guerra, hijos de republicanos, que hace 84 años se fueron a la entonces Unión Soviética en el inicio de la Guerra Civil española. Aquella tierra acogió a nuestros niños y hoy somos espectadores de cómo la mitad de la población, según las encuestas, no compra los argumentos de su presidente para justificar el ataque a un país soberano. Un descontento muy visible en las imágenes de las protestas de Moscú.
En tiempos recientes, el Ayuntamiento de Gijón comenzó en 2006 el proyecto ‘Vacaciones en paz’, una iniciativa que sintetiza la solidaridad inherente al espíritu de la tierrina: se da la posibilidad a niños ucranios en situaciones vulnerables de que pasen unas semanas con familias gijonesas. Un convenio de la concejalía de Cooperación con la organización Expoacción que implica a psicólogos, trabajadores sociales, traductores y monitores, y que desde su origen únicamente ha sido interrumpido por la pandemia. Solo hay que multiplicar más de quince niños de media por cada una de las 15 ediciones para darnos cuenta de que en Ucrania hay muchas personas con una conexión especial con Jovellanos City.
Visible desde el monumento a los niños de la guerra, en la playa de El Arbeyal, la regasificadora de El Musel nos recuerda también las cercanas consecuencias que una crisis como la ucraniana tiene en la economía y en el mercado del gas, cuyo precio se incrementaba ayer un 30%, alcanzando los 115 euros el megavatio hora. Bien hacía Ciudadanos apresurando al gobierno local a que alzase la voz en Madrid, para que se den los permisos correspondientes y la regasificadora pueda funcionar. Qué impotencia da ver cómo, diez años y cuatrocientos millones después, seguimos perdiendo oportunidades para progresar como ciudad. En este caso, dejando que una infraestructura clave para el almacenamiento de gas licuado coja polvo.
Las derivadas de Ucrania aumentan la incertidumbre económica, mientras la certidumbre de los muertos avanza inapelable. Ayer, 137 fallecidos y más de 300 heridos; esta tarde, quién sabe. El pueblo ucraniano parece estar dispuesto a todo, pese a que la OTAN ha dicho desde el primer momento que no va a hacer ninguna incursión en el país. El futbolista del Sporting Vasyl Kravets hablaba sin tapujos en Radio Marca: «Te digo la verdad, quiero ir a la guerra y a ayudar a mi gente, pero no puedo ayudar porque no puedo disparar, no sé cómo tengo que mover para recargar el arma… Pero la verdad es que quiero ayudar». El propio presidente de su país, Volodímir Zelenski, ha llamado a las armas a todas las personas capaces. La historia nos enseña que la resiliencia ha marcado el carácter de su pueblo. Sin ese fuego interno no es posible sobrevivir ante grandes genocidas como Stalin, que dejó morir a más de 5 millones de sus vecinos de hambre, o Hitler, que masacró a cerca de dos millones de almas.
Ante la barbarie, ¿qué nos queda? La plataforma ‘Asturies pola Paz’ ha convocado una concentración contra el conflicto bélico este sábado en el Parchís. Su lema: “Bases fuera. No a la guerra. OTAN no”. Parece que hay cosas que nunca cambian, y menos ciertas consignas. Reminiscencias del referéndum del 86, algunas voces siguen criticando la pertenencia de España a la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Una organización que parece estar en el corazón del conflicto, pues Putin no quiere un país limítrofe con alianzas militares con Estados Unidos y Europa Occidental. El No a la guerra, algo que los españoles hicimos trending topic desde Irak, puede ser un primer paso para aportar nuestro granito de arena al discurso internacional. Protestas, declaraciones, manifiestos… todo es poco, también en Gijón, para que trascienda un fuerte mensaje contra la violencia desde todos los colectivos e instituciones. «Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen», afirmó el político Julio Anguita tras la muerte de su hijo periodista en Bagdad. Eso es la guerra. No a la guerra.