El cofundador de una de las compañías revolucionarias en el sector de la realidad aumentada exhibe en el pabellón del Principado de la FIDMA sus últimas creaciones, centradas en la formación inmersiva
Imaginemos por un instante un mundo en el todo sea posible. Absolutamente todo. Que una persona sin experiencia atlética escale el monte Everest, por ejemplo; o que un aficionado a la aeronáutica logre volar sin necesidad de avión… O, incluso, que un aspirante a cirujano vascular pueda adiestrarse empíricamente sin poner el peligro la vida de un paciente. Esos son los mundos que, desde hace ya tres años, construye la empresa asturiana Inmersive Oasis, la criatura conjunta a la que Gabriel Cerra y Iván Ordóñez dieron vida con un propósito claro: revolucionar el ámbito de la realidad aumentada aplicando sus últimos avances a terrenos tan dispares como la formación o el turismo. Los resultados, que no hubiesen sido posibles sin la financiación aportada por el Centro Europeo de Empresas e Innovación (CEEI), de la Agencia de Ciencia, Competitividad Empresarial e Innovación (SEKUENS), pueden verse, conocerse y hasta probarse estos días en el pabellón del Principado en la Feria Internacional de Muestras de Asturias (FIDMA), dedicado a la ciencia e innovación que se desarrollan en la región.
Su despliegue en dicho espacio del Recinto Ferial ‘Luis Adaro’ puede parecer, a primera vista, humilde: dos juegos de gafas de realidad aumentada de la marca Pico, conectadas a otros tantos pares de ‘joysticks’, mediante los cuales los usuarios que se animen pueden tratar de escalar una cadena de ADN. El juego, de hecho, ha sido diseñado expresamente para la FIDMA; su autor aclara que «la Consejería de Ciencia quería incluir en el discurso expositivo del pabellón un recuerdo a dos de las personalidades más destacadas de la ciencia asturiana: Severo Ochoa y Margarita Salas. Por eso se pensó en vincular de alguna forma el trabajo en el laboratorio de esos investigadores de referencia con la tecnología moderna. De ahí que se haya elegido una cadena de ADN en realidad virtual, que evoca sus investigaciones y nos acercan a la ciencia desde las nuevas tecnologías».
Sin embargo, tras esta propuesta se esconde un foco de posibilidades casi tan amplio como las realidades que el equipo de Cerra y Ordóñez, que ha pasado de cinco a once profesionales contratados en el último mes, puede diseñar. Y el efecto es palpable; decenas de curiosos catan a diario en la FIDMA esas realidades construidas por esta compañía netamente patria, aceptando un reto que, de hecho, ya tiene a auténticos forofos. Tanto es así que cierto niño, usuario habitual desde que la Feria abriese sus puertas, ocupa ya las diez mejores puntuaciones del ranking, tal es su grado de afición.
«Tendremos que buscar la manera de no darle todos los trofeos a él», ríe Cerra, encantado con la acogida que está teniendo un proyecto que, en la práctica, es la culminación de sus casi trece años como emprendedor. «Nacimos con la idea de hacer algo distinto, de aprovechar esa conexión emocional que brinda la realidad aumentada», reconoce este técnico de sonido, apasionado de la docencia, que, tras una experiencia profesional en Barcelona, decidió retornar a su tierra natal para «intentar hacer cosas aquí». Tras varios trabajos como ‘freelance’, que incluyeron a clientes como el Instituto Iberoamericano de Desarrollo y el Espacio Quini del Real Sporting, en 2020 conoció a Ordóñez. «Fui a decirle que no a ser profesor para una formación sobre videojuegos, pero coincidió que yo llevaba unas gafas; empezamos a hablar, me dijo que buscaba nuevas maneras de hacer formación, se nos fue un poco de las manos… Y aquí estamos».
Esa última expresión abarca una relación de trabajos centrados hasta la fecha en el ámbito turístico, con experiencias de realidad inmersiva en lugares como el Parque Natural de Redes, y el clínico, ofreciendo a los aspirantes a médicos la posibilidad de entrenar en cirugías e intervenciones de diverso alcance sin precisar de sujetos reales. «Mucha gente lo no cree pero, a día de hoy, son tecnologías muy accesibles, que no cuestan un ojo de la cara», apunta Cerra. Tanto es así que su próximo reto es diseñar ‘softwares’ enfocados al paciente, jugando con la disociación del dolor. Más aún, de cara a 2024 él y su equipo se plantean expandir el campo al mundo de la salud mental. «Sólo hay que encontrar la tecnología adecuada», detalla. «Puede ser una forma de acercar este recurso a esas personas, de hacer terapias… Hasta ahora, hay personas que han llegado a llorar de la emoción al probarnos».
A juicio de Cerra, Inmersive Oasis es una más de las muchas pruebas de que, en caso de que el turismo falle, Asturias podría hallar un filón económico en el sector tecnológico. No en vano, «muchas multinacionales tecnológicas vienen a Asturias y lo flipan, porque tenemos una cultura muy trabajadora que, a la par, se sabe relajar», sin obviar que «la parte de ‘software’ apenas contamina, y es mucha la gente que se está cambiando a este sector. No todo es picar código; trabajamos con un montón de personas que nada tienen que ver con lo tecnológico». El gran problema, entiende, es la insuficiente puesta en valor. «Nos pasa con todo. Nadie sabe que tenemos más quesos que Francia, que nuestra miel es tan buena… Somos tan patrios que se nos da fatal la exportación».