Los archivos del Ayuntamiento de Gijón, el Militar de Ávila, el Muséu del Pueblu d’Asturies o la hemeroteca de la Biblioteca Nacional de España descubren cómo se construyó la leyenda de los soldados franquistas, que trataron de acabar con la República y fueron derrotados, en agosto de 1936
La sublevación de Francisco Franco también fracasó en Asturias. Los militares del cuartel de Zapadores y del Simancas lo intentaron, pero las fuerzas republicanas de Gijón sometieron la réplica del Golpe de Estado: “Cien, doscientos cañonazos, día y noche, sobre los objetivos señalados por telecomunicación. El Cervera [buque de guerra, Almirante Cervera], dueño del mar, se iba haciendo también amo en tierra, porque en su afán de colaborar con la obra colosal de los defensores de Zapadores y Simancas, pudo acercársenos tanto, que hasta llegó a hacer fuego de ametralladora sobre la costa. El chulo del Cantábrico lo llamaban los periódicos rojos, adjudicando la máxima categoría al vocablo plebeyo”. Esta crónica fue publicada por el periódico falangista Voluntad, casi un año después de la invasión de Gijón por las fuerzas franquistas, el 21 de octubre de 1937.
Simancas se convirtió de inmediato en un símbolo de honor, patria y homenaje franquista. Cinco días después de la llegada de las tropas rebeldes, el alcalde provisional, Alberto Menéndez Setién, lanzó un bando en el que hizo saber a la población que “el regimiento de Simancas escribió una página de heroísmo, letras de oro de la historia de nuestra España”. El comunicado resume el significado que tiene el monumento que ha pervivido en el colegio de La Inmaculada: “De la España grande, de la triunfal de Franco. Allí entregaron su vida con todo heroísmo los que no quisieron rendirse a la opresión marxista. Sin perjuicio de lo que la Autoridad Militar disponga, cuyo acatamiento no hace falta consignar, esta Alcaldía se cree en el deber de dirigirse a todos y os interesa: ¡GIJONESES, ESPAÑOLES! Al pasar por el derruido Cuartel de Simancas, saludad con el brazo en alto en honor de los que allí murieron defendiendo la patria. ¡MUJERES! Al pasar, en dicho lugar arrojad flores en recuerdo de los héroes. ¡AUTOMÓVILISTAS! Parad allí un momento y recordad a los valientes”.
En el Archivo Municipal de Gijón encontramos las primeras actas franquistas del Ayuntamiento de Gijón. Son del 8 de noviembre de 1937. Entre los asuntos tratados aquel día, la nueva corporación mostró urgencia por rendir homenajes a los caídos en el cuartel de Simancas y abrir una suscripción pública para pagar un monumento que los recordara. Debería ser colocado “en el mismo solar donde se asientan las ruinas del Simancas”. Además, propusieron construir en la iglesia y la basílica del colegio un mausoleo para recoger las cenizas “de los que en aquel lugar sucumbieron”. Y, en tercer lugar, “celebrar solemnes funerales por los caídos en ambos cuarteles (Zapadores y Simancas) y por las víctimas civiles y militares, causados en esta población por el odio marxista”.
Tampoco se olvidaron en aquella primera cita del nuevo Gijón, proponer otro homenaje a “los esfuerzos del crucero nacional Almirante Cervera, única y valiosa ayuda que la España que alboreaba pudo prestar en la defensa espartana del Simancas y Zapadores”. El alcalde provisional de la ciudad arrasada y con centenares de muertos por las calles, insistía en el pleno en lo mismo, una y otra vez: “Creo que en estos primeros momentos en que se inicia la vida municipal, con una representación de la España auténtica, uno de los primeros recuerdos que debemos tomar es este de homenajear a los heroicos defensores de Simancas y Zapadores”. Además de los homenajes a las glorias de la nueva España, pusieron en marcha ese mismo día el cambio de nombres de las calles de Gijón. También se propuso el cambio de todos los nombres extranjeros en cafés y bares. A partir de ese momento estaban prohibidos. Los propietarios con comercios bautizados en otras lenguas, tuvieron un mes para cambiarlos.
Mientras tanto, a los comedores de auxilio social llegaban a diario más de siete mil personas de todas las edades. El Archivo Municipal de Gijón conserva una minuta, del 5 de noviembre, que el alcalde dirige al Comandante y Jefe del Servicio de Recuperación en el que le pide un furgón79: “Siendo de necesidad a este Ayuntamiento, para poder atender el transporte de cadáveres a los cementerios, el disponer de un furgón, mucho le agradeceré se sirva disponer nos sea entregado alguno de los existentes en los parques de automóviles, a título provisional”.
El 4 de diciembre de 1937, la presidencia de la comisión gestora manifestó que muchos familiares de las personas asesinadas por las fuerzas republicanas querían trasladar los cadáveres de sus seres queridos a sus mausoleos, nichos o lo que fuera. El traslado generaba el pago de unos derechos a favor del consistorio. Pero, en atención a las circunstancias especiales que concurrieron “y que dichas personas fueron precisamente sacrificadas por sentir los mismos ideales que nosotros, propone a la Gestora que se busque la fórmula de eximirles de tal pago”. La comisión gestora municipal atendió a las víctimas franquistas porque “no pudieron ser enterrados en los lugares que hubieran deseado la voluntad de sus familiares”. A los republicanos asesinados se les negó este derecho.
Fue en aquellos días, como hemos visto, cuando se confeccionó la leyenda heroica de los militares sublevados y derrotados, que se comunicaban por radio con el Cervera, mientras este bombardeaba la plaza de toros de El Bibio, donde estaba el puesto republicano. Según esta fábula hubo una heroica llamada que debía resumir la grandeza del ejército golpista: “Disparad sobre nosotros. Los rojos están dentro del cuartel”.
Conocemos los hechos con más detalle gracias al relato de José Antonio Giménez-Arnau, quien desempeñó labores de Jefe de prensa del franquismo durante la guerra civil. A propuesta de Serrano Suñer fue uno de los autores de la Ley de Prensa, en 1938, y de la censura previa. Dirigió el periódico Unidad, de San Sebastián. José Antonio, padre del periodista y cofundador de la revista Hermano Lobo, Jimmy Giménez-Arnau, dejó una extensa memoria sobre los acontecimientos ocurridos entre Simancas-El Bibio-Cervera.
La intervención del Cervera fue determinante en la batalla, aunque destruyó el circo taurino y no evitó la caída del cuartel ni las víctimas del bando sublevado. En una de las fotografías encontradas en el Archivo General Militar de Ávila, tomadas por un vuelo de la Legión Cóndor un año después, el 5 de agosto de 1937, se observa con claridad los daños causados por las bombas del chulo del Cantábrico, que dos años antes había castigado la revolución minera, también desde la costa.
Las ruinas del Simancas se consagraron al turismo bélico, que orquestó Ramón Serrano Suñer. El 1 de agosto de 1938, el Boletín de Prensa anunció que España abría para el turismo extranjero una ruta de la guerra del norte. “En contraste de las difamaciones rojas, el régimen nacional ofrece al mundo el conocimiento de la verdad”. Las fotografías de aquellas rutas se conservan en un sobre de cuarenta y cuatro fotografías y en otro de veinte, en la Biblioteca Nacional de España. El autor es Diego Quiroga y Losada, marqués de santa María del Villar. Este reportaje gráfico, de aquel verano de 1938, interesa porque, montados en el autobús, los turistas de la guerra debieron de pasar junto al coso, después de visitar el cuartel de Simancas, la playa de san Lorenzo y el Musel. Ni el aristócrata ni el resto de los pasajeros que viajaron a reconocer los desastres de la guerra en el frente del norte, tomaron una instantánea de El Bibio convertido en campo de concentración, por donde pasaron cerca de quince mil prisioneros republicanos. Los turistas del horror retrataron el Simancas destruido y lo trataron como “lugar de heroísmos”, tal y como puede leerse en la descripción de la imagen.
Gijón nunca tuvo una estatua ecuestre de Franco, pero sí colocaron una cruz de la victoria franquista en la Universidad Laboral, construida un año antes de inaugurar el monumento a los supuestos héroes del Simancas, en la fachada del colegio de La Inmaculada. Un lugar dedicado a los soldados franquistas rebeldes al régimen democrático no es un lugar de memoria, sino de humillación. Cuando la estatua de Franco en Narón, población próxima a Ferrol, fue derribada por cuatro activistas del grupo independentista Nós-Unidade Popular, argumentaron su acto “por un pueblo harto de tener allí el símbolo de la humillación y la infamia fascista”. La calle es un espacio libre y plural, que en nuestros días aspira a la concordia, y en ella se libra una batalla por la mirada, contra los símbolos que se concibieron para perpetuarse en contra de los valores democráticos.