«La posición de los tres defensas fijos, dos laterales y un central, que ya era usada en el fútbol europeo, se asentó con el Sporting de un Galloway que había entrenado al Tottenham Hotspur, y que había sido capitán de la selección inglesa»
En los primeros tiempos del profesionalismo en el club sportinguista, se apostó por la venida de prestigiosos entrenadores extranjeros. Tras los anteriores fichajes del uruguayo Monegal y del francés Hoche, previos a la profesionalización de la entidad, llegaron el inglés Randolph Galloway, el húngaro Karl Plattko y el que sería último entrenador sportinguista antes de la guerra fratricida española, el también inglés Jack Greenwell. Los tres aportaron mucho al club, modernizando técnicas de entrenamiento y tácticas futbolísticas. La posición de los tres defensas fijos, dos laterales y un central, que ya era usada en el fútbol europeo, se asentó con el Sporting de un Galloway que había entrenado al Tottenham Hotspur y que, como futbolista, había sido capitán de la selección inglesa.
Su llegada a Gijón supuso todo un acontecimiento social y las gestiones realizadas por el directivo Enrique Guisasola, que hablaba inglés, para convencerle habían sido claves. El club, presidido por Roberto González de Agustina, gozaba de un pequeño superávit económico y, pretendía, dar un salto de calidad y prestigio trayendo a un míster de reconocido nivel internacional, a la par que lo estaban haciendo otros equipos españoles. El Athletic Club de Bilbao, con Frederick Pentland; el Atlético de Madrid, con Jack Domby, o el Betis con Patrick O’Connell. Pero no fue un camino de rosas, sino más bien de calabazas. El directivo Enrique Guisasola y el industrial gijonés Fernando Azcona fueron los encargados de realizar las gestiones para contratar a ese líder técnico que necesitaba el club para consagrarse como uno de los punteros en España. Y en su primer objetivo miraron para Italia.
El elegido fue el internacional azzurro Julio Libonatti, que acababa de anunciar su retirada como futbolista y su intención de dedicarse a entrenar. Además, hablaba español. Libonatti fue el primer oriundo que llegó a la internacionalidad con la selección italiana. Nacido en Rosario, Argentina, había triunfado como defensa en el Newell’s Old Boys y fichado por un equipo del país de sus progenitores, el Torino. Así, aprovechando que Azcona debía realizar unas gestiones profesionales en Milán, se acercó a la cercana Turín, para tratar de convencer a italoargentino de que el Sporting sería el club perfecto para comenzar una exitosa carrera internacional como entrenador. Pero Libonatti no se presentó a la reunión pactada. Había decidido continuar como futbolista en activo durante tres años más, firmando un jugoso contrato de renovación con el Torino C.F..
Pero Enrique Guisasola consiguió lo impensable. Se trasladó a Londres y convenció al inglés de que fichara por el Sporting, pese a que contaba con ofertas de otros clubes europeos, entre ellos del Valencia, club en el que acabaría entrenando. Su llegada a Gijón, acompañado siempre de un traductor contratado por el Sporting, fue todo un acontecimiento mediático, y la prensa local se hizo eco de su opinión sobre el equipo tras presenciar un encuentro amistoso de los rojiblancos, un día antes de firmar el contrato como entrenador: “Muchos de los jugadores carecen de la técnica necesaria para lograr hacer un buen conjunto”. Lo cierto es que, pese a esas declaraciones, la estancia de Galloway en Gijón fue más que tranquila. Únicamente tuvo problemas con Manolo Meana, al que, en un proceso de reconversión radical, lo situó como delantero centro, algo que causó evidente malestar en la figura rojiblanca, habituado a jugar de medio centro y que se sentía “fuera de sitio en la delantera”. Con el de Sunderland, el Sporting ganó dos títulos de campeón de Asturias, antes de marcharse en dirección a Valencia. Por fin, el conjunto che pudo hacerse con sus servicios ofreciéndole el doble de lo que cobraba en Gijón, cifra con la que no podía competir el Sporting. Al despedirse, tras dos temporadas en el club, el inglés tuvo palabras de cariño para la ciudad: “Me voy con pena; aquí me he sentido como en casa. Venir a Gijón fue una buena decisión”.
De este grupo de primeros entrenadores extranjeros también destacan ciertas excentricidades, vistas según los ojos del Gijón de la época, cuando menos. Jack Greenwell jugaba al golf en El Molinón después de cada entrenamiento y junto a su esposa, una bella judía francesa llamada Doris Rubinstein, causaban sensación entre lo más selecto del Gijón de la época. Ella, mujer elegante, liberada (no en vano había sido bailarina del famoso Moulin Rouge parisino) y que había recorrido medio mundo, era una habitual en las largas sesiones de cocteles y charlas del café Richmond, acompañada siempre por su esposo, el flamante entrenador del Sporting. Ambos políglotas (hablaban inglés, francés y español), se adaptaron rápidamente a la vida social de la pequeña ciudad asturiana. Tal y como el matrimonio anglofrancés iba a las cafeterías de moda, lo hacía con igual naturalidad en las más tradicionales sidrerías. Ambos se declararon amantes de nuestra bebida más representativa y de la fabada. Su integración era absoluta con tan solo unos pocos meses residiendo en la ciudad, pero con el estallido de la Guerra Civil, Greenwell se vio obligado a dejar España partiendo rumbo a Turquía y, en vista de lo convulso de la situación europea, el antisemitismo existente y demás circunstancias que complicaban su vida familiar, optaron por marcharse a América. Allí, junto a la familia de su esposa, se establecieron definitivamente. El inglés entrenó a distintos equipos uruguayos, peruanos y colombianos, hasta que un infarto de miocardio acabó con su vida a los cincuenta y siete años de edad, cuando era entrenador del Club Independiente de Santa Fe.