Los arenales del Cantábrico registran este año una cantidad anormalmente alta de este invertebrado; su presencia preocupa a los bañistas por la posibilidad de que sea perjudicial, aunque resulta inofensivo e, incluso, beneficioso
Es uno de los miedos más arraigados entre quienes, cada verano, disfrutan de las playas: uno va caminando plácidamente por la arena, gozando del calor estival y del frescor del agua, ligero de atuendo y pleno de alegría… Y, de pronto, su pie descalzo se posa sobre una masa gelatinosa y transparente, una especie de bolsas esféricas u ovaladas rellenes con uno o más pequeños bultos más oscuros y duros, que estallan al contacto. Eso, quienes optan por permanecer en tierra; los bañistas también relatan encuentros con estos objetos, que chocan contra sus cuerpos. En ambos casos, es frecuente que las alarmas se disparen de inmediato. A fin de cuentas, que la idea inicial sea que uno se haya topado con una medusa es frecuente, lógica y comprensiblemente inquietante, dado lo desagradable de sus conocidas consecuencias. Sin embargo, no son medusas. Esas ‘bolsitas’ de gelatina que este año proliferan en las playas del Cantábrico son salpas, un organismo marino mucho más común de lo que se piensa y, sobre todo, totalmente inofensivo.
La presencia de las salpas en el litoral norte español no es sorprendente. Comunes en mares ecuatoriales, tropicales y fríos, estos invertebrados, designados por la comunidad científica como salpidae, viajan individualmente o, más a menudo, en grandes concentraciones coloniales, como si de largas cadenas se tratase, y tanto en superficie como bajo ella; para ello, bombean a través de sus cuerpos el agua marina, como si de un improvisado motor a chorro de factura puramente natural se tratase. Que las comunidades de ellas sean tan numerosas, sobremanera en el lejano Antártico, es síntoma de la presencia de grandes cantidades de filoplancton, su alimento por definición; y es que, con mucha comida a su alrededor, las salpas comienzan a nutrirse hasta el punto de alcanzar unas dimensiones sensiblemente mayores… Y de clonarse, literalmente, multiplicándose e incrementando esa ‘familia’ acuática que surca los mares.
¿Por qué razón, pues, este verano las playas cantábricas parecen más llenas que nunca de estos seres? Sencillo: porque, como en la vida humana, todo tiene un límite, y el atiborrarse de filoplancton sin medida lleva, como no podía ser de otro modo, a la muerte de la salpa. Sus cuerpos son entonces arrastrados por las mareas hasta las playas, propiciando las escenas de temor que tantos y tantos usuarios de los arenales han registrado con sus smartphones, y compartido en las redes sociales. Sin embargo, incluso esa defunción tan asquerosa para algunos es no sólo inofensiva, sino hasta beneficiosa. Porque, al morir, las salpas que no alcanzan la costa se acumulan en el lecho marino, donde la descomposición de sus cuerpos contribuye positivamente a mantener activo el ciclo del carbono e, incluso, a combatir el cambio climático.
Por todo ello, y anteponiendo el sentido más común a los estragos del asco, biólogos y expertos en ecosistemas marinos instan a los bañistas a no actuar contra estos invertebrados, y a aprender a convivir con ellos. A fin de cuentas… ¿No es por el bien de todos?