Cada año miles de personas eligen la urbe para decir adiós a la soltería; su presencia mueve mucho dinero entre múltiples negocios, pero también genera incomodidades a los vecinos, daños materiales y una imagen general no siempre deseada
Se ha convertido en una estampa frecuente en Gijón. Sobre todo, en barrios como Fomento, La Arena o Cimavilla, próximos al mar y con una rica oferta de ocio. Cada fin de semana, incluso a veces en esa ventana de ‘baja intensidad’ que va del lunes al viernes, grupos de chavales deambulan de bar en bar, llenan restaurantes y sidrerías, asisten a espectáculos temáticos, cantan y gritan por las calles… Nada aparentemente anormal, ni impropio de una juventud que, como es lógico, ansía exprimir hasta la última gota de la alegría de una buena fiesta. Pero las diferencias con una salida de amigos ordinaria no tardan en percibirse. Aquí y allá, bandas con mensajes como «Amigas de la novia» o «Hazme un Bizum… ¡Me caso!» cubren los torsos, las cabezas lucen diademas de plástico decoradas con motivos más o menos graciosos, las consignas alertan de lo cerca que está el altar… Y, la prueba definitiva, uno de los integrantes de esa tropa suele destacar por su atuendo: de torero, de Superman, de pollo, de flamenca… Hasta de pene. En la España del siglo XXI, esos son los ingredientes habituales de una despedida de soltero promedio. Un negocio que, si bien ha evolucionado desde los mucho más sórdidos estándares de hace dos décadas, continúa atrayendo cada año a miles de personas, moviendo millones de euros… Y dividiendo a la opinión pública en las ciudades que, como la asturiana, se han erigido en referente de esta forma tan particular de dar la bienvenida a la vida de casado.
Desde hace años Gijón figura en los puestos de salida del ranking de urbes predilectas para este tipo de turismo, un nicho que se ha ido desarrollando conforme los gustos de los novios y novias cambiaban, adaptándose a las nuevas realidades. Las visitas a prostíbulos o striptease, tan asociadas en el imaginario colectivo a estas fiestas, son ahora algo residual. En 2024 lo usual es que el protagonista y sus amistades, reunidos en grupos de entre cinco y diez personas de media, contraten un paquete de fin de semana, alojamiento incluido, y encadenen distintas experiencias: sesiones de spa, conducción de motos de agua y buggies de playa, yincanas a lo ‘Humor amarillo’, cenas temáticas con un toque sensual… Eso, aquellos que no optan por concentrarse en una casa rural, lanzarse a realizar actividades rurales y hacer allí la fiesta. Los últimos datos cifran en unas 300.000 las despedidas que se dan anualmente en España; sólo en Gijón han llegado a concentrarse hasta 4.000 personas en un único fin de semana. Y, lógicamente, en torno a ese modelo ha proliferado una constelación de empresas especializadas, decididas a explotar una tendencia al alza que nada predice que vaya a cambiar.
«Es un negocio que da mucho dinero a mucha gente durante una gran parte del año», comenta Laura Ferreiro, fundadora y responsable de la agencia de eventos Gijón de Farra. Con una trayectoria en la ciudad que se remonta a 2009, fue en Madrid donde esta empresaria, pionera de su sector en suelo gijonés, tomó contacto con el modelo de despedida ahora en boga. Sus clientes proceden de toda España, si bien «este año tenemos gallegos a mil«; no obstante, con independencia de su lugar de origen, acostumbrar a contratar «el fin de semana completo, con una noche de estancia; les llevamos a los sitios, acuden a hinchables, tienen cena con espectáculo… Una variedad de opciones». Con tantos años de trabajo a su espalda, en su haber figuran unos cuantos hitos; por ejemplo, cierta noche, antes de la pandemia, en que «llegamos a reunir a 500 personas de varias despedidas distintas en una misma cena. Fue de récord«. Y, sobre todo, Ferreiro trata de restar importancia a las quejas que esta fórmula de ocio y turismo suscita. «Hablamos de planes de amigos, no de gente que quiere acabar la noche en el calabozo. La mayoría son respetuosos, no molestan y no hacen gamberradas«.
En el filón de las despedidas se fijó también, hace dieciocho años, Félix Martínez; tanto, que el nombre de su empresa de eventos lo dice todo: Gijón Despedidas. Ahora bien, este veterano es un tanto más escéptico que Ferreiro sobre el papel preponderante de la ciudad asturiana en las listas de preferencias. «Lo de que Gijón es La Meca de las despedidas lo dicen sólo los de aquí, porque las hay en todas partes; vete a León, o a Santander, o al Levante, y las verás mucho más», afirma. Su radiografía del sector acota el mes de mayo y las primeras semanas de junio como la época más fuerte de las despedidas, con una primacía de los grupos de hombres sobre los de mujeres, y una media de edad que se ha ido desplazando desde los veinteañeros y treintañeros de principios de siglo, a una horquilla que oscila entre los 30 y los 40 años. «Ya no es aquel desfase de principios de los 2000; la gente que va de despedida es más mayor, y no quiere líos«, confirma. A ese respecto, su valoración coincide con la de Ferreiro en que «nadie quiere líos; si uno va a montar en buggy, y está borracho, no le dejamos conducir. Aquel tiempo de las gamberradas se acabó«.
¿Dónde está, pues, el problema que ha llevado a vecinos, a algunos propietarios de pisos vacacionales y a un buen puñado de hosteleros a torcer el gesto cuando alguno de estos grupos aparece por la puerta? En las excepciones a esa norma… Que suelen darse o bien al caer la noche, cuando las actividades programadas terminan, o bien en las decenas de casos en que los participantes optan por viajar a Gijón por libre, sin paquetes contratados, con la idea explícita de salir de fiesta sin control. No siempre es así, claro, aunque sí en un porcentaje de casos no mayoritario, pero sí muy llamativo. «Te encuentras de todo; desde los cinco o seis colegas con uno vestido de pene, pero que no incordian, hasta la banda de ‘machirulos’ que te gritan burradas, te eructan al lado y te dicen que le alegres la noche al novio«, lamenta Pamela Mediavilla. A sus 26 años, reconoce que, hasta hace bien poco, ha sido una fiestera fiel semana tras semana; por eso, armada de esa experiencia, esta vecina de Montevil, habitual de los locales de Fomento, sentencia que «no es lo mismo que un grupo de amigos normal. Los de las despedidas suelen venir como si fuese una barra libre. Claro, como saben que luego se irán de aquí…».
En ese mismo barrio de Fomento lleva residiendo desde hace catorce años Belinda Castaño. En su caso, admite sonriendo, los tiempos de las noches de «muerte y destrucción» hace años que quedaron atrás, ahora que ha rebasado la frontera de los 45, pero no por ello es ajena a esa dualidad entre el bien y el mal que muchas despedidas plantean. «He llegado a irme de una sidrería porque un grupo de crías, todas borrachas perdidas, estaba cantando a voces y haciendo un striptease, y también a aplaudir a unos chicos que retaron al novio a una especie de Trivial en un bar de Cimavilla; hay de todo, y la mayoría es bueno, pero es que lo malo… Pega fuerte», analiza. Menos flexible se revela Enrique González, con domicilio en el centro de Gijón, y para quien el gran problema de las despedidas «es la imagen que deja. Que sí, que todos hemos sido jóvenes, pero no me apetece ver a Spiderman o a uno vestido de polla gigante por ahí. Ni tampoco las vomitonas, las meadas en los portales, la música a tope por las calles… Se debería regular un poco más ese tema. ¿Es como queremos que se nos conozca, como el epicentro nacional de ‘eso’?«.
Precisamente el de la toma de medidas desde las Administraciones es otro aspecto controvertido del asunto, aunque igualmente de rabiosa actualidad. En ciudades como Sevilla o Málaga se han emitido ordenanzas que endurecen las penas contra quienes deambulen por la calle ataviados de genitales, o sólo con la ropa interior. Un camino que, de momento, en el Ayuntamiento de Gijón no se plantean seguir. En cambio, su estrategia, detalla Daniel Martínez, director general del área local de Turismo, pasa por «promocionar otras formas de turismo más responsables, que generen más valor, que aporten a la ciudad«. No es casual que, desde que Ángela Pumariega asumió la concejalía del ramo, tanto los reclamos gastronómicos y culturales, como el llamado turismo de ferias y congresos (o MICE, por sus siglas en inglés Meetings, Incentives, Conferences and Exhibitions), han sido elegidos como caballos de batalla para la urbe. Y Martínez, como el conjunto del Gobierno gijonés, trata de ser conciliador. «Creo que es un problema de convivencia, no de las despedidas. Las hay muy dañinas, pero también existen despedidas que no hacen esos alardes. ¿Por qué decir que no a esa gente que viene de despedida no para excederse, sino a descubrirnos, a comer en nuestros restaurantes, a tomar una copas en nuestros bares…? No todo es malo».
Claro, que, sobre esa última reflexión… ¿Qué opinan en aquellos negocios que, al margen de los especializados en paquetes específicos, podrían hallar un beneficio en el turismo de despedidas de soltero? Bien, hay para todos los gustos, como cabría esperar, pero la mayor polaridad de criterios se percibe en el sector de la hostelería. Al fin y al cabo, un grupo de amigos del novio que almuerce, cene, beba o disfrute de un espectáculo en un bar o en un restaurante acostumbra a ser una fuente de dinero nada desdeñable, aunque también un foco de incordio para clientes de perfiles más tranquilos, como parejas o familias con niños. Por eso en el sector, como en el caso del Ayuntamiento, la tónica es la prudencia, la tolerancia y la comprensión. «No hay que generalizar; hay muchas despedidas que se desarrollan de forma cívica y no generan problemas, y hay establecimientos que tienen en estas fiestas una fuente de actividad; trascurren de forma controlada, como muchas otras reuniones de jóvenes que salen a divertirse», recalca Ángel Lorenzo, presidente de la delegación gijonesa de la asociación Hostelería y Turismo en Asturias (OTEA). De ahí que su petición sea, en última instancia, «un mayor control de cumplimiento de las ordenanzas de civismo, para no dañar la imagen de nuestra ciudad».
Un equilibrio semejante propugnan desde la combativa y todavía joven plataforma Hostelería Con Conciencia (HCC), que lidera Félix Marcos. En los locales que la integran, representantes de la práctica totalidad de las variedades hosteleras existentes en la ciudad, se ha visto de todo. Bueno y malo. «Entiendo que haya pánico. El tema de los genitales en la cabeza, de ir disfrazados… Eso puede espantar a la gente, es verdad, pero es algo muy amplio«, plantea Marcos. En su negocio, la cervecería Escala, la mayoría de las experiencias han sido positivas, si bien «ofrezco algo cerrado; la gente viene, cata cervezas, cena, se va… Y no suele dar problemas. Yo mismo he ido de despedida, y no me he puesto genitales en la cabeza, pero sí que he dejado dinero. Firmaría tener eso todos los fines de semana. Y, sobre todo, hace hincapié en que «las malas conductas pueden ocurrir en una despedida, pero también en una salida de amigos cualquiera. Todos queremos decencia, y trabajar a gusto; sólo pedimos que la gente disfrute, se divierta, coma bien, conozca la ciudad… Pero que se comporte».
Muy distinto es el parecer en el sector de los alojamientos turísticos, en el que ese «pánico» del que habla Marcos es generalizado. Fuentes del mismo consultadas por miGijón afirman que, por lo general, y salvo empresarios enfocados concretamente en ese ámbito, el grueso de propietarios huye de las despedidas como de la peste, y bloquea cualquier alquiler que se sospeche que puede responder a ese patrón. ¿Las razones? Variadas. Nivel de decibelios alto, tensiones con los vecinos, destrozos materiales en el peor de los casos, robos, suciedad… Sin obviar la nada apetecible perspectiva de que la Policía Local acabe llamando a la puerta. Poco menos que un ‘catálogo de los horrores’. «Dejando a un lado que, como ciudadano, no es algo que quiera para mi ciudad, tampoco me parece bueno para ninguna de las partes, y más cuando hay alternativas de turismo de calidad de sobra«, concede Iván Rodríguez, presidente de la asociación sectorial CASOCIA. Él mismo, como gestor de pisos turísticos, tiene en sus alojamientos las despedidas «prohibidas y sancionadas, y preavisamos de que se les puede expulsar. Lamentablemente, se nos cuelan a veces». Y no sólo los que se cuelan… Algunos conocidos hoteles y hostales de Gijón, amén de otros dueños de pisos vacacionales, han llegado a convertirse en referentes para los grupos de despedida, hasta el punto de ofrecer paquetes específicos propios. Es por eso que Rodríguez prefiere apelar a la voluntad colectiva. «Al final, la ciudad también tiene que decidir qué clase de turismo quiere«.
Y a esa voluntad ciudadana pone voz Manuel Cañete. El presidente de la Federación de Asociaciones Vecinales de la ciudad (FAV) es contrario a que, al como en otras urbes españolas, se haga más severa la legislación, pero sí cree imprescindible garantizar el cumplimiento de la normativa vigente… Algo que, opina no se está haciendo. «Hay demasiados incumplimientos: el tema del control horario, la capacidad máxima de los locales… Tenemos una normativa que podría evitar las molestias de esta forma de ocio, pero el Ayuntamiento no la aplica, y no puede ser que el incumplimiento de la norma se convierta en la norma», lamenta. Con semejante perspectiva por delante, a Cañete no le sorprendería llegar a un punto de ruptura, a un hipotético hartazgo vecinal que derive en protestas. «Ya pasó hace años con la ‘ruta del bakalao’: hubo ciudades que se plantaron. Y el problema es que cierto tipo de despedidas ahuyentan a quienes consumimos todo el año; nadie quiere que a tu lado pase alguien en tanga, o con una polla en la cabeza», acentúa. Pese a ello, la esperanza de un cambio de rumbo no decae en él, confiado en que, antes o después, «se llegará a un cambio, a una conciencia de cumplimiento. No se trata de convertir Gijón en un convento de clausura pero, por ahora, es lamentable. Y las reglas están para cumplirlas. Es lo que hace que una ciudad sea apta para vivir«.